TERROR. Estaba presente de forma inequívoca en la primera entrega y vuelve a estarlo en una secuela que, al igual que su predecesora, destila de mano de la dirección de James Wan una de las formas más depuradas y efectivas de miedo que hemos podido ver en el género en las dos últimas décadas...e incluso algo más atrás en el tiempo.
Lo que el cineasta logra en instantes —en muchos instantes— de 'Expediente Warren: El caso Enfield' ('The Conjuring 2', 2016) es la prueba palpable de que las afirmaciones que hicimos hace tres años acerca de la grandeza de 'Expediente Warren' ('The Conjuring', 2013) y de la capacidad del cineasta de imprimir terror, terror del más cercano que puede verse en la gran pantalla, estaban completamente fundadas.
Nada más representativo de ello, de que ese miedo es capaz de atenazar al respetable, dejarlo anclado a la butaca y no permitirle ni siquiera emitir un alarido es lo que este redactor pudo observar el pasado viernes cuando acudió a ver la cinta en V.O.: con la sala a medio llenar, y con una amplia presencia de público adolescente —como lo leéis, adolescentes viendo cine en inglés— mis temores a que tuviera que aguantar gritos y muestras de histeria fueron despejados cuando, al primer golpe de efecto, la respuesta de la sala fue un silencio tan aterrador como lo que acababa de mostrarse en pantalla.
Sin engaños
De lo mucho que Wan pone en juego a lo largo de las dos horas y cuarto de metraje —que podrían considerarse algo excesivas si no fuera por lo compacto del conjunto— si hay algo que llama poderosamente la atención es la honestidad del director al plantear esos instantes en los que se busca instilar el terror de forma inequívoca en el respetable.
Aprovechando de forma soberbia el formato panorámico —ya lo hacía en la primera parte— y tomándose su tiempo para plantear la secuencia que toque, es digno de encomio que si el espectador comienza a sentir que algo va a pasar, empieza a notar ese cosquilleo de anticipación y observa como su inconsciente prepara todo el cuerpo para reaccionar contra lo que se le viene encima, sea porque en realidad lo que se va a mostrar no es uno de esos engaños en los que tanto ha incurrido el género en sus ejemplos menos nobles.
Aquí no hay lugar para falsedades. Sí, hay golpes de efecto. Pero están tan perfectamente justificados y han sido planificados con una precisión tan extrema que nunca, nunca, caen en el error de tratar de arrancar un grito de la platea con elementos que en nada añadan a la trama. En otras palabras, cuando saltamos en nuestro asiento —y creedme que lo haréis, y mucho— es porque Wan ha mostrado algo que tiene estrecha relación con la historia y no porque el hermano de la protagonista quiera atemorizarla...por poner un ejemplo.
Ejemplar realización, ejemplares actores
Al espectacular aprovechamiento que apuntaba antes del formato panorámico —parece que siempre esté pasando algo en pantalla aunque por momentos sea imperceptible para el espectador— se une una realización que echa mano de los recursos más variados para que el conjunto no se perciba como una sucesión de "sustos" sueltos enhebrados con mayor o menor fortuna, y son multitud los instantes que ayudan a que la cinta gane en una cohesión a la que también auxilian, no cabe duda, todos y cada uno de los intérpretes que en ella figuran.
Sobre Patrick Wilson o Vera Farmiga poco hay que añadir a lo que ya dijimos tres años atrás, confirmando los dos actores que su elección para encarnar al matrimonio Warren no podía haber sido más afortunada. Del mismo modo cabría definir a la selección de Frances O'Connor como la sufrida madre que tendrá que asistir impotente a los fenómenos que se desatan en su casa, a la de Simon McBurney como el único que creerá que en la casa de los Enfield hay algo más que un gran montaje o, por supuesto, a Madison Wolfe, la niña que será epicentro de las perturbaciones.
La franqueza con la que la joven de catorce años afronta su papel, la veracidad que mana de su mirada y la inmediata empatía que ambos factores generan en el público son bazas que, sabedor de su potencia,Wan utiliza a placer para conseguir desmontar cualquier barrera que queramos anteponer a la cinta, resultando imposible no sentirse, bien en la posición de la niña, bien en la de su desesperada progenitora.
'Expediente Warren: El caso Enfield', pisando sobre seguro
Que esta segunda entrega de 'Expediente Warren' funcione a la perfección no significa, como ya pasaba con su predecesora, que el guión sea un alarde extremo de originalidad y recurra a elementos que nunca antes han formado parte del género de terror. Antes bien, la genialidad de Wan y los hermanos Hayes es la de acudir a situaciones que ya hemos visto antes incontables ocasiones en cintas sobre casas encantadas y posesiones —las sombras de 'Poltergeist' (id, Tobe Hooper, 1982) o 'El exorcista' ('The Exorcist', William Friedkin, 1973) sobrevuelan ampliamente el metraje— y darles un barniz que las presente como auténticos hallazgos.
Lo que ese nuevo lustre no es capaz de ocultar, no obstante, es la facilidad con que la el espectador puede anticiparse al devenir de los acontecimientos. Un mal éste que ya palpitaba en el corazón de la primera entrega de forma menos evidente y que aquí se siente más directo aunque no llegue a suponer, en ningún momento, la ruina de una función que se disfruta sobremanera —entendiendo por ese disfrute el "sufrimiento" que acompaña al terror, claro— de principio a fin.
Tanto es así, que por muy enemigo que pueda uno ser de las secuelas —y servidor lo es, al menos en la gran mayoría de ocasiones en que un filme termina generando nuevas entregas—, admitir que ésta está a la altura de la primera es tan de recibo como solicitar de Wan que repita en su doble tarea de director y guionista en una tercera, una cuarta o una quinta siempre que se mantenga, claro está, el mismo nivel de calidad y la misma calidad de terror.
Otra crítica en Blogdecine | 'Expediente Warren: El caso Enfield', una excelente secuela
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