No es nada raro que en Hollywood se fijen en una llamativa historia real para sacar adelante películas de todo tipo, desde producciones muy pequeñas que en algunos países ni llegan a estrenarse hasta propuestas con presupuestos muy generosos y grandes aspiraciones comerciales. ‘Everest’ es uno de ellos y cuenta además con el atractivo adicional de tener un, al menos sobre el papel, magnífico reparto que invitaba a pensar en grandes cosas.
De hecho, la principal duda estaba en saber si el director Baltasar Kormákur iba a saber aprovechar esta oportunidad, pero a la hora de la verdad lo que realmente falla es el guión de William Nicholson y Simon Beaufoy y su acercamiento disperso tanto a la historia como, sobre todo, a los personajes. Como consecuencia de ello, ‘Everest’ acaba siendo un gran espectáculo visual, pero con emociones de baja intensidad por mucho que se esfuercen sus protagonistas.
’Everest’, quien mucho abarca…
Cuando tienes a tu disposición a gente con tanto talento como Jason Clarke, Josh Brolin, Jake Gyllenhaal, John Hawkes, Robin Wright, Emily Watson o Keira Knightley uno comprende que Kormákur apueste de forma decidida por los planos cerrados durante el tramo inicial y también en todos los momentos más íntimos, ya que así potencia la situación por la que están pasando sus personajes y también permite a los actores una mejor oportunidad para su lucimiento personal.
Además, así se incide en la necesidad de que surja la empatía del espectador y que nos importe lo que pueda sucederles, por lo que, aunque sea tan pronunciado que me llamó poderosamente la atención, no puedo ponerle ningún pero. La cosa cambia cuando nos fijamos en el trabajo de definición de los personajes por parte de Nicholson y Beaufoy, ya que optan por dar un marcado protagonismo a Clarke, algo que él sabe aprovechar, y reduce al resto a comparsas, algo muy marcado casos como el de un muy desaprovechado Gyllenhaal, del que prácticamente nada sabemos más allá de que es un poco excéntrico.
Soy consciente de que dar la misma entidad a tantos personajes resulta complicado, pero lo que no puedo pasar por alto es que sus motivaciones resulten bastante superficiales y encima sean expuestas con cierta celeridad para que el ritmo no se resintiera. Esto no es algo que siempre funcione mal, ya que hay momentos como Hawkes explicando sus motivos que sí consiguen dar en la diana –al resto de actores les cuesta más transmitir verdad con los instantes aquí y allá en los que el guión decide hacerles caso-, pero el resultado general es que uno no pueda evitar estar un tanto distante cuando comienza la tragedia.
Esa falta de interés en profundizar en convertir a ‘Everest’ en una auténtica película de personajes, algo para lo que quizá le hubiera venido bien convertirse en una miniserie televisiva, es lo que acaba siendo su perdición a nivel emocional, ya que justo es señalar que todos los integrantes de su reparto dan lo mejor de sí mismos para que las malas noticias que van sucediéndose hagan aflorar las emociones del espectador. Sí, hasta un Sam Worthington que durante la mayor parte del metraje parece que está por ahí para poco más que hacer bulto.
No negaré que hay instantes en los que llegan a lograrlo –y que no todos son por una cuestión interpretativa-, pero lo que realmente sentí es que no llegaban a funcionar porque no habían conseguido crear el interés suficiente hacia ellos y eso me hacía pensar más en que estaba siendo manipulado –y que se estaban esforzando por hacerlo bien- que en otras cosas. También ayuda a que el hecho de alguien exponiéndose a un peligro mortal sin una justificación que me seduzca, y aquí precisamente falta esa profundidad necesaria para poder aspirar a lograrlo.
Una aventura espectacular
Donde no falla ‘Everest’ es en su componente de gran espectáculo que atrape la atención de aquellos a los que las cosas les entren sobre todo por los ojos, ya que tanto a nivel técnico, con un acabado visual en el que creí percibir cierto interés de emparentarlo con algunos documentales, hasta un notable trabajo de puesta en escena por parte de Kormákur, quien sabe extraer todo el potencial visual a la propuesta.
Otro de los logros de Kormákur es el gran pulso que demuestra para las escenas de tensión, tanto cuando hay una gran tormenta como en otras donde la clave es lo que hace el personaje. Además, sabe componer planos bastante poderosos, elevando muy por encima de su nivel real a un guión que no le da tampoco demasiado con lo que jugar al tener un claro problema de enfoque. Kormákur hace lo que puede para enmascarar esto en el plano visual, pero esa deficiencia sigue estando ahí presente, agazapada para volver a traer a primera línea las lagunas de ‘Everest’ en su lado más intimista.
Está claro que el hecho de rodar buena parte de la película en escenarios reales juega a favor de ‘Everest’ en este apartado, pero es que Salvatore Totino realiza un trabajo tan impresionante en el apartado fotográfico que sólo sabiéndolo de antemano uno podría señalar qué escenas han sido rodadas dentro de un set de rodaje. A cambio, he de señalar que el 3D de la película está muy lejos de resultar tan inmersivo como en otros casos, pero su espectacularidad sigue ahí y es imposible no dejarte llevar cuando pasa a primer plano en lugar de ser el mero escenario de lo que pasa.
En definitiva, ‘Everest’ es un gran espectáculo visual con un reparto implicado para que nos interesemos por sus personajes –realmente se nota que confían en sus posibilidades-, pero que sólo en momentos puntuales consigue llegar al corazón del espectador por culpa de unos guionistas que no han sabido o podido definirlos bien. Una lástima que el cóctel de acción y drama de personajes, a priori mucho más fácil de hacer bien que otro muy estimulante que se estrenó hace poco, acabe dejándote con un sabor agridulce.
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