Del mismo modo que sucede en las road movies, donde el viaje físico carece de relevancia, volcándose toda la importancia del relato en el viaje interior de sus protagonistas y en su transformación a través del mismo; en el cine postapocalíptico rara vez importan los motivos que han llevado al mundo a su colapso, aprovechándose las circunstancias para explorar las psiques de unos personajes afectados por la tragedia.
Esta máxima es seguida a rajatabla por la ganadora del Emmy, Reed Morano —'El cuento de la criada'— en su segundo largometraje tras la olvidada —y olvidable— 'Dentro del dolor'; una '¿Estamos solos?' —'I Think We're Alone Now'— que se estrella a causa de su narrativa estéril y desesperante y de su sentido inverso del crescendo —va de más a menos— a pesar de la palpable buena mano de su directora oculta tras la cámara.
Es una verdadera lástima que '¿Estamos solos?' haya terminado siendo poco más que un póster sobradamente atractivo en el que, además del nombre de Morano, figuran los de Elle Fanning, Peter Dinklage, Paul Giamatti y Charlotte Gainsbourg. Una retahíla de estrellas totalmente desaprovechadas por los caprichos de un Mike Makowsky empeñado en confundir atmósfera con pasividad.
Porque, a lo largo de los aparentemente eternos 90 minutos que dura la película, la progresión dramática de la misma es tan invisible como la evolución de unos personajes planos y perdidos entre las persistentes disertaciones sobre la soledad y el duelo del último hombre sobre la tierra; atractivos en primera instancia, pero algo desesperantes cuando no permiten avanzar la historia.
Resulta especialmente molesta la sensación de estar ante una cinta en la que parece no pasar absolutamente nada hasta la llegada de un tercer acto caprichoso y sacado de la manga, cuyo giro, pese a original, resulta totalmente aleatorio y falto de fuerza. Sobre todo si tenemos en consideración las virtudes que esconde entre su sopor, y que pasan por unos intérpretes que se esfuerzan por extraer lo máximo posible de sus labores —los primeros compases de Dinklage, silente y en solitario, son fantásticos— y por una dirección de Reed Morano que vuelve a demostrar su talento planificando con precisión.
Pero la notable factura del filme —recordemos que en Sundance se alzó, no en vano, con el Premio Especial del Jurado por la excelencia en su filmación— no logra maquillar una falta de originalidad y una oquedad a nivel argumental que entierran un discurso que podría haber resultado harto interesante de no sentir que el alma de la película está tan vacía como las calles del pueblo en el que se ambienta.
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