Suele considerarse, con justicia, a Philippe Garrel como un director a la vieja usanza, un superviviente de un cine francés de guerrilla, la nueva ola, que marcó una ruptura con el pasado inmediato y cuyos ecos se extienden hasta la actualidad.
No en vano, Garrel comienza su trayectoria en 1967 con 'Marie pour mémoire', tras dos cortometrajes y un documental, 'Le Jeune Cinéma: Godard et ses émules' (1967), con declaraciones del propio director de 'Al final de una escapada' (1960), así como de Jean Eustache, Luc Moullet o Francois Leroi. Garrel no cuenta en un primer momento con la inmediata condición de clásico que marcaron a los principales directores del movimiento, pero su obra se ha ido revalorizando fuera de Francia en su justa medida con el tiempo.
Garrel, un autor total que mantiene viva la "nouvelle vague"
Su cine acoge tanto la posición activista y militante de Godard como el cálido intimismo de Truffaut, y va desarrollando, a caballo entre el siglo XX y el XXI, tropos, obsesiones y estilemas particulares. Garrel confecciona, pues, un estilo personal y sobrio, conectado con el romanticismo, el noir y el decadentismo, cuya huella se aprecia en cineastas consagrados como Robert Guédigian, la todavía emergente obra como director de su propio hijo, Louis Garrel y, en último término, las películas de directoras jóvenes y personalísimas como Anäis Volpé o Suzanne Lindon.
Si hacemos cuentas, comprobaremos que, para permanecer más de medio siglo dirigiendo cine, Garrel dirigió su primer cortometraje, 'Les enfants désaccordés' con tan solo quince años. Su constante, irrefrenable amor por su profesión -su última película, 'La sal de las lágrimas' data de 2020- nos hace pensar en el propio Godard, de amplísima obra, o en Eric Róhmer o Claude Chabrol, que continuaron en activo hasta poco tiempo antes de su muerte. Es, asimismo, un autor absoluto: en sus películas ejerce de productor, guionista y montador y en muchas ocasiones también de director de fotografía.
Aunque su apasionante filmografía ofrece numerosas joyas a descubrir por el gourmet más exigente y exquisito, 'Los amantes habituales' (2005), por la que obtuvo FIPRESCI de la crítica en los prestigiosos Premios del Cine Europeo, es quizá la película más importante de su última etapa. Para afirmar esto me baso, al margen de la calidad de la obra, en dos vértices fundamentales: el protagonismo de su hijo, Louis Garrel, y el contenido, una revisión de los hechos de mayo del 68 y su repercusión en la juventud francesa, algo que conecta la película de inmediato con el cine más activista de Jean-Luc Godard pero también con otros referentes que a continuación revisaremos.
'Los amantes habituales' (o regulares, o cotidianos, según las diversas traducciones) se sitúa en la filmografía de su director justo después de otras de sus grandes películas de esta última etapa, el desolador noir 'Salvaje inocencia' (2001), donde aborda el tema de la heroína y el tráfico de drogas. No es una casualidad que su atroz retrato de los tiempos de mayo del 68 se vea impregnado del tono sombrío y desesperado de aquélla.
Con sus casi tres horas de duración, esta es una película dura, pero no por ello inaccesible, sobre todo para el espectador acostumbrado a las películas de los principales referentes de Garrel. Al contrario que su admirado Godard, el director aborda el retrato de un artista maldito, un poeta interpretado por su hijo, futuro cineasta, con una cercanía y una empatía conmovedora, empleando un enfoque frontal al protagonista y sus circunstancias allá donde el director de 'Made in USA' (1966) hubiera empleado, casi con toda seguridad, el distanciamiento, la ironía, el juego y la metáfora.
Una dolorosa radiografía del artista revolucionario
La película de Garrel, al margen del retrato de una época, es la radiografía de la quintaesencia del artista maldito en una juventud perpetuada. La primera hora de metraje se ocupa de introducir, de forma minuciosa, a la par cómplice y fría, al personaje central, François. Extraordinarias resultan las largas escenas que reconstruyen las revueltas parisinas contra las fuerzas del orden, y en la que aparece por vez primera el personaje de la escultora Lilie (impresionante Clotilde Hesme, de la que la cámara de Garrel se enamora desde el primer instante), que tendrán capital importancia en la segunda mitad de la historia.
Brilla especialmente en este segmento la fotografía en blanco y negro de William Lubtchansky, así como la música de Jean-Claude Vannier. Ambas participan en crear una atmósfera opresiva e inmersiva que marcará el tono básico de la peripecia.
Seguidamente, asistimos al juicio de François, en el que se le acusa de escabullirse del servicio militar por motivos ideológicos. La defensa insiste en su condición de poeta y su extrema sensibilidad. Garrel muestra el juicio con ojo de documentalista, imponiendo una perspectiva implicada pero al mismo tiempo empeñada en presentar los hechos de forma fidedigna, sin subrayados ni excesivas complicidades.
Toda esta dilatada primera mitad tendrá especial importancia en el sucesivo devenir de la historia, y en el comienzo de la historia de amor con Lilie, para la cual Garrel considera imprescindible dedicar tiempo en implicarnos tanto en el contexto histórico como en la particularidad de su personaje central, al que también lo vemos en largas escenas fumando opio con sus compañeros revolucionarios. Es de esta forma como nos veremos más inmersos en una relación amorosa condenada de antemano y en el trágico final del personaje de François, del todo coherente con su poética condición de paria, insumiso y maldito.
Los otros soñadores
La relación sentimental entre François y Lilie ocupará el segundo y más importante bloque de la película, dividido a su vez en varios episodios. ¿Tiene sentido el amor en un ambiente de continua subversión y constante activismo, en el que lo cotidiano se convierte en otro campo de batalla? Garrel se muestra pesimista, lacónico y tajante: la relación amorosa, en vez de servir de tabla de salvación, no hace más que precipitar más al artista en dirección al abismo.
Y artistas son, en este caso, ambos, Lilie y François: él poeta, ella escultora, impelidos hacia una historia amorosa marcada por los signos del dolor y del fracaso. El director polifacético, aciago demiurgo, huye aquí de la frialdad y el distanciamiento iniciales para sumergirse en las escurridizas psiques de sus protagonistas: la película pasa a girar sobre sí misma, hablando del sexo, del ego, del dolor, del fracaso, de las drogas (François es adicto al opio, tal como hemos visto desde el comienzo de la película), de la política, de la ternura, de la revolución e, inevitablemente y como consecuencia de todo lo anterior, de la confusión y el desencanto.
La película entonces mantiene una mirada intimista que la emparenta con el director de 'Los cuatrocientos golpes' (1959). Se vuelve más emocional, más cercana, pero también más metacinematográfica. Garrel expone sus referentes no como un novel que necesita explicitar cuáles son sus fuentes y mostrar que sabe lo que hace, sino en forma de pequeños guiños y homenajes, dando a entender que sus personajes habitan también una realidad en la que el cine es una forma de escape y una fuente de vida e inspiración.
De esta forma surge a colación el cine de Pasolini y también 'Antes de la revolución' (1964) de Bertolucci. Conviene recordar que, pese a que la estética atemporal pueda parecernos más propia de otros años, 'Los amantes habituales' se rodó tan sólo dos años más tarde de que el director italiano firmara una de sus últimas obras maestras, 'Soñadores', también protagonizada por Louis Garrel, una visión del mismo periodo de tiempo desde una perspectiva prácticamente opuesta.
'Los amantes habituales', hoy considerada como un clásico moderno y una de las cimas de la obra de su director, obtuvo en su día, además del ya mencionado premio FIPRESCI, el León de Plata en Venecia al mejor director y un premio a la contribución técnica por su soberbio acabado formal, además del César al mejor actor revelación (Garrel). Ahora puede rescatarse a través de Filmin buscando por su título original, 'Les amants réguliers'.