El actor británico Benedict Cumberbatch, de 45 años, es ya una superestrella que, sin embargo, tiene una cierta tendencia a interpretar papeles en películas sobre hechos reales que, si bien ya no juegan con la misma idea del tío más listo del mundo, sí se mueven sobre un perfil más o menos predefinido. Si en ‘The Mauritanian’ Cumberbatch interpretaba a un americano en un caso real con espías y reclusos, en ‘El espía inglés’ invierte su papel para otra historia de espionaje internacional.
Aquí, el actor varía un poco su rango interpretando a Greville Wynne, un hombre de negocios de la vida real que fue reclutado por los servicios secretos británicos y estadounidenses durante los años 60. Sin ningún conocimiento de la misión real, se le pide a Wynn que celebre algunas reuniones comerciales en la Unión Soviética, donde se pone en contacto con el dignatario Oleg Penkovsky (Merab Ninidze), un desertor que busca pasar información vital a Occidente. Una misión que obligará a Wynne elegir entre su seguridad personal y el futuro de su país.
Tensión y drama a partes iguales
‘El espía inglés’ hace un dibujo frío del MI6 y la CIA, que en realidad no eligen a Wynne por su inteligencia, sino por su posición alejada de cualquier sospecha. En contrapunto, la figura de Wynne es mostrada como un héroe, gracias a que la información de Oleg, transmitida por Greville, le permitió a Kennedy tomar la delantera en la crisis de los misiles cubanos. En cualquier película habitual de estas características habría una estructura típica, pero la KGB puso en problemas a los agentes dobles y los jefes de espionaje de Gran Bretaña y Estados Unidos se apartaron del camino.
El elemento que añade tensión a la situación es la posición de la agente de la CIA Emily (Rachel Brosnahan) y su atrevido plan para solucionar el entuerto. Películas recientes como ‘La espía roja’ (Red Joan, 2018) hasta ‘El puente de los espías’ (Bridge of Spies, 2015) muestran que los thrillers sobre gente corriente metida en el mundo del espionaje han ganado popularidad, y en ‘El espía inglés’ se perpetúa la elegancia de una nostalgia por las historias de agentes, combinada con la autenticidad de una historia verdadera, creando una combinación que el director Dominic Cooke utiliza para crear una sugerente tensión a fuego lento.
Aunque también hay un punto anticuado en la película, casi endémico en estas producciones modestas que en los 90 eran tratadas por los estudios con la suntuosidad de verdaderos eventos, rara vez se hace aburrida. El guión de Tom O’Connor organiza la historia en dos mitades, y puede decirse que la más interesante es la primera, una serie de reuniones, en la que las autoridades soviéticas del momento se presentan como un verdadero monstruo y oteamos las consecuencias de ser atrapado.
La gran gesta de una pequeña amistad
Una perspectiva unilateral, que cambia la complejidad del punto de vista por ritmo de verdadero thriller, a medida que la amenaza tras el telón de acero se va haciendo más grande. La segunda mitad es sorprendente y gana en dramatismo, disolviendo la excitación del mundo de los espías en la realidad de ese mundo, con más de ‘El expreso de medianoche’ (1977) que de novelas de Frederick Forsyth o John le Carré, pero también son los momentos en los que Cumberbatch encandila con su honesta representación de un hombre incorruptible.
La parte más típica, pese a que el conflicto está ahí es la yuxtaposición de cómo ambos hombres tienen que ocultar a sus esposas su trabajo, con especial atención a la de Greville, Sheila, que es interpretada por una infrautilizada Jessie Buckley. La brillante actriz aporta su personalidad a un ama de casa sufrida, pero las limitaciones del personaje, unido a la peluca espantosa que lleva, hacen que el guion se muestre vulnerable y limitado en contraposición al verdadero valor de su casting.
Algo que resulta agradable encontrar en películas actuales es su capacidad para mostrar una amistad masculina adulta pura, sin necesidad de articular discursos innecesarios, logrando aquí que el corazón del conflicto la resida en la relación entre Greville y Oleg, manteniendo el interés sobre el elemento humano frente a la guerra fría y sus implicaciones, y la escena en el ballet de ‘El cisne negro’ es elocuente de esa sencillez. Si bien ‘El espía inglés’ no es tan sofisticada como ‘El topo’ (Tinker Tailor Soldier Spy, 2011), otra película de espías con Cumberbatch, logra dar peso al poder heróico del afecto sincero en tiempos oscuros.
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