Uno de mis vídeos favoritos de Youtube es ‘Aniversario’, un corto de Venga Monjas que rompía conscientemente con su estética payasa y moderna para ofrecer una reflexión sobre una persona que, montada en un tiovivo, siente que la vida se le está escapando entre las manos dejándose llevar por las bromas internas con su mejor amigo. Es una mezcla perfecta del humor del dúo y una reflexión sobre la madurez, la evolución personal y la felicidad. Y tras ella está el mismo director de ‘Espejo, espejo’: el gran Marc Crehuet. Tras ‘El rey tuerto’, la expectación por su siguiente película era real… Y no ha decepcionado.
Entre David Brent y Michael Scott
‘Espejo, espejo’ podría haber sido un absoluto desastre. Y, a ratos lo es, al menos en cierta manera. Es normal, es lo que ocurre cuando una película que podría ir por un camino muy dirigido toma riesgos, se aleja de lo convencional y trata temas espinosos que cualquier otra obra simplemente bordearía. La cinta de Crehuet se mete de lleno en el terreno de la fantasía de andar por casa para mostrar esa dualidad que tenemos con nuestro verdadero yo, el que solo reconocemos en el espejo si miramos profundamente y que nos dice todo lo que no queremos escuchar.
Y para ello se va al sitio más terrorífico del mundo, donde los egos de unos chocan con la incapacidad de otros mientras algunos tratan de abrirse paso en la jungla del siglo XXI: una oficina. En este caso, la de una empresa de maquillaje que se está quedando rancia hasta que una becaria llega a ponerla patas arriba con una nueva propuesta que incluye tallas XXL, hombres y personas trans. Es posible que estés muy en contra de esta última frase, pero sigue leyendo. Todo lo que puedas pensar que va a ser ‘Espejo, espejo’ es automáticamente transgredido: el camino que decide tomar es, casi siempre, el más arriesgado.
Y lo hace gracias a un reparto de auténtico lujo que lo da todo, en el que destacan especialmente Natalia de Molina, Carlos Areces, Elena Alterio y el brevísimo último papel en cine de Verónica Forqué. El que chirría un poco más es Santi Millán. Tengo la teoría de que a Santi Millán le cogieron para ‘Espejo, espejo’ solo porque Arturo Valls estaba ocupado: su papel de perdedor que se cree el rey del mambo no solo es un reflejo tenebroso del Jesús Quesada de ‘Camera Café’, sino que necesita un desparpajo canalla que Valls ha hecho marca de la casa y Santi, tras unos cuantos años alejado del cine, no sabe darle, quedándose a medio camino entre la maldad de David Brent y la ineptitud de Michael Scott.
En la cuerda floja
El punto de partida de ‘Espejo, espejo’ puede parecer algo obvio: tu reflejo te habla sobre quién eres realmente. Vale, sí, suena a viejo, ya se ha hecho antes. Lo que hace es darle una vuelta más: la interacción con el reflejo lleva a que algunos personajes se queden sin él y se lleguen a plantear que hay otra vida al otro lado de la que no saben nada. ¿Dónde se van nuestros reflejos cuando no estamos delante?
Fuera de la excusa argumental, la película analiza a unos personajes que no terminan de aceptarse a sí mismos, bien porque saben que las consecuencias de hacerlo harían daño a los suyos o bien porque son conscientes de que, en el fondo, sus inseguridades son más fuertes de lo que son capaces de mostrar en su día a día. Y cuando parece que está a punto de meterse en un berenjenal del que difícilmente escaparía a un análisis tuitero, es capaz de sacar oro gracias a una reflexión sobre cómo somos capaces de ser los más solidarios del mundo… Siempre que no nos toque al lado de casa.
Pero ‘Espejo, espejo’ es mucho más: la parodia del marketing que realiza es absolutamente deliciosa, realzada por un guion que sabe perfectamente de lo que está hablando y trata temas tan actuales como la gordofobia o la transfobia lejos de la ridiculización habitual. Sí, se ríe con ellos, juega a su alrededor, bordea la cuerda floja, y al final es posible que consiga la cuadratura del círculo: gustar tanto a los que se apuntan a todas las causas como a los que dicen eso de la “generación de cristal” o la “agenda woke”. De alguna manera, Crehuet, sin traicionar sus ideas o su planteamiento, logra que cada cual pueda llevarse sus propias conclusiones a casa.
Espejito, espejito mágico, ¿quién es mi yo real?
Tristemente, el retrato que hace de estos personajes entre lo miserable y lo confuso no es perfecto: en su tercer acto, ‘Espejo, espejo’ decide desmarcarse de su historia y, sin perder nunca la coherencia argumental, darnos un fin de fiesta con fuegos artificiales a lo que hasta entonces estaba siendo algo completamente diferente. Deja buen sabor de boca, sí, pero al mismo tiempo es posible sentir que la película ha lanzado una traca final cuando no hacía ninguna falta y a los personajes aún les quedaba un poquito de evolución.
En todo caso, no emborrona una cinta con un humor negro bien modulado (ojo a la portera y su hilarante conversación con su otra yo), situada en el ecosistema empresarial del siglo XXI y que es tan progresista que sabe perfectamente en qué falla el progresismo. Y no tiene miedo de mostrarlo: lejos de aleccionar, lo que ‘Espejo, espejo’ hace es lanzar una mirada crítica hacia todo el mundo, ponernos delante de un proverbial reflejo y dejar que nosotros mismos nos demos cuenta de lo que quiere decir.
‘Espejo, espejo’ es inteligente y permite sacar conclusiones debatibles, pero también es un ejercicio humorístico de primer nivel: prácticamente todos los chistes aciertan, y suele ser difícil en una película que juega a tantas cosas. Tampoco quiero llamar a engaño porque es brutalmente imperfecta, y algunas secuencias incluso bordean peligrosamente con romper la suspensión de incredulidad del público, algo que habría destrozado por completo la cinta. Por suerte, se recupera rápido y nunca permite que el espectador se aburra de ninguna de las maneras y en ninguna de las capas de la película.
En resumidas cuentas
‘Espejo, espejo’ es una comedia que perfecciona y redefine el estilo que Crehuet trajo en ‘El rey tuerto’. Es profundamente progresista, pero eso no le impide criticar las contradicciones y momentos ridículos a los que se puede llegar cuando se juega a defender todas las causas. Un reparto fabuloso y un guion que se arriesga a hacer algo totalmente diferente completan una producción de esas que le dan en la cara a los negacionistas de la calidad del cine español. Que existir, como los vanpiro, existen.
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