El fracaso en todos los sentidos que había supuesto ‘Star Trek V: la última frontera’ (‘Star Trek V: the last frontier’, William Shatner, 1989) ponía en serias dudas el futuro de la franquicia por más que se acercara el 25 aniversario de la serie. Y aun a sabiendas de que era más que probable que una sexta entrega nunca viera la luz, Harve Bennet, el productor de las entregas segunda a quinta, se ponía manos a la obra para revitalizar la saga galáctica trayendo de nuevo aquella idea que Roddenberry ya había considerado casi cinco lustros atrás: reiniciar el universo trekkie con un filme centrado en las primeras aventuras de Kirk, Spock, McCoy y Scottie durante sus años de Academia. Una idea que en su momento se definiría como “’Top gun’ en el espacio exterior”.
Pero el descontento de Paramount por el batacazo de la quinta entrega, unido a las negativas reacciones que el estudio había recabado del reparto, Roddenberry y los fans, le sirvió de pretexto a la major para poner de patitas en la calle a Bennet y redirigir la que ya se tenía claro iba a ser la última aparición de la tripulación original del Enterprise en la gran pantalla.
Tras varias ideas, entre las que se incluía una de Walter Koenig —el Chejov original— en la que tras un enfrentamiento con una raza desconocida de extraterrestre, todos perdían la vida menos McCoy y Spock; y una temprana propuesta que cuajaría de cara al séptimo filme, fue una conversación entre Leonard Nimoy y Nicholas Meyer, que volvería a encargarse de la dirección, la que terminó sirviendo de germen a lo que se convertiría en el guión de ‘Star Trek VI: aquel país desconocido’ (‘Star Trek VI: the undiscovered country’, 1991), una cinta que Paramount tenía claro que no podía suponer para sus arcas más de lo que les había costado la anterior.
Es por ello que, con un presupuesto inicial de 41 millones que terminó rebajándose a 27, la idea de Meyer y Nimoy de abrir la acción con un prólogo en el que veíamos qué había sido de cada tripulante tras abandonar el servicio activo —con momentos que habrían quedado para el recuerdo como ver a Kirk casado con la Dra.Marcus o a Spock interpretando una versión vulcana de Hamlet— quedó desechada, centrándose el filme en una historia que comienza con una explosión en el espacio que, tal y cómo averiguaremos momentos después, supone el fin de la civilización Klingon.
Con esta raza como eterna metáfora en el universo trekkie de la amenaza rusa —tengamos en cuenta que durante los ochenta la Guerra Fría aún era un tema candente— Nimoy y Meyer decidieron derribar “el muro” y hacer que el canciller Gorgon, el artífice de la paz galáctica que sirve de McGuffin a todo el filme, fuera un émulo de Mikhail Gorbachov y sus políticas aperturistas de mediados de la década, siendo la citada explosión su particular Chernobyl.
Claro pues el esquema a seguir, contando con todos los miembros del reparto sin excepción y las adiciones de Christopher Plummer en la piel del irritante general klingon Chang y Kim Catrall como la teniente vulcana Valeris —un personaje que debía haber seguido siendo Saavik hasta que Roddenberry interpuso serias quejas al respecto—, Nicholas Meyer arrancaba en abril de 1991 con un rodaje que se prolongaría durante cinco meses, dejando sólo tres para una post-producción que ya incluía numerosos efectos digitales y una banda sonora completamente diferente a todo lo que habíamos escuchado con anterioridad en las cinco primeras entregas de la mano de un joven compositor llamado Cliff Eidelman.
El que ‘Star Trek VI’ sea el último filme en el que aparece el reparto clásico, siempre ha jugado a favor de la positiva valoración que, ya en el momento de su estreno, se hizo de la cinta de Meyer: producida con mimo, con constantes guiños a ese final que supone para sus protagonistas —hay un diálogo entre Kirk y Spock en el que el vulcano hace referencia directa a que ya no están para según que trotes— y el tono de épico cierre de una era que le imprime el cineasta al conjunto no deberían servir, no obstante, para pasar por alto las carencias del guión, sobre todo en lo que se refiere a todas las escenas que transcurren en el Enterprise (spoiler alert) mientras la tripulación busca denodadamente a los responsables del atentado que le ha costado la vida al canciller Gorgon y la prisión en un desolado planeta helado llamado Rura Pente al que han ido a parar Kirk y McCoy.
A pesar de dichas escenas, la labor de un reparto del que podríamos afirmar que hasta Shatner tiene un pase; la espléndida y “Mahleriana” música de Eidelman con el emotivo tema compuesto para el “sign off” como mejor muestra de su labor, y un guión que no duda en establecer constantes referencias con la guerra fría o la Alemania nazi al tiempo que abunda en reiteradas citas a Shakespeare —sin ir más lejos, el título está sacado de ‘Hamlet’—, sustentan la buena impresión que después de incontable visionados se sigue derivando de ‘Star Trek VI: aquel país desconocido’; una de las entregas más sólidas de la saga galáctica y la perfecta despedida de unos nombres que siempre quedarán en el recuerdo del aficionado a la ciencia-ficción.
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