Poco podían imaginarse en la Paramount tras el gran e inesperado éxito que había supuesto 'Star Trek IV. Misión: salvar la Tierra' ('Star Trek IV: the journey home', Leonard Nimoy, 1986) que la decisión de permitir a William Shatner dejar su impronta en la saga galáctica iba a suponer un salvaje descenso en la apreciación que hasta entonces teníamos los seguidores de la misma, una apreciación que el tiempo sólo ha conseguido empeorar hasta el punto de considerar a 'Star Trek V: la última frontera' ('Star Trek V: the last frontier', 1989) como la peor entrega de la franquicia trekkie junto con la novena parte.
Pero la afirmación anterior podría llevar a una interpretación errónea sobre las intenciones críticas del que esto suscribe, así que dejemos las cosas claras antes de adentrarnos en el cuerpo de la entrada: no es que 'Star Trek V' sea sólo la peor secuela de todas las que generó 'Star Trek, la película' ('Star Trek, the motion picture', Robert Wise, 1979), es que, directamente, es una mala película, con momentos que trascienden lo desopilante para pasar a lo absurdo y una historia que es un cúmulo de sinsentidos en desenfrenada sucesión.
El dejar que Shatner se sentara en la silla de director tras las dos ocasiones en que Leonard Nimoy lo había hecho con resultados espléndidos de recaudación, tenía que ver con un antiguo acuerdo firmado por ambos que se remontaba a dos décadas atrás y que más o menos venía a garantizar que lo que se le otorgara a uno —un aumento de sueldo, por ejemplo— el otro lo recibiría igual: Shatner ya había dirigido algunos de los capítulos de la serie, lo que permitió a Nimoy acceder a la realización de la tercera y cuarta entrega de la saga; y con la dura negociación que supuso el volver a traer al primero para interpretar a Kirk en 'Star Trek IV', la Paramount creyó que la mejor manera de atar la "fidelidad" de la estrella era garantizándole el puesto de mando para la siguiente singladura de la Enteprise. Craso error.
Un error que ya comenzó a adivinarse en la escritura del guión: inspirado en la malsana fascinación que le produjeron en un momento dado los telepredicadores, esos falsos iconos de la cultura norteamericana que decían hablar con Dios mientras te vaciaban el bolsillo todo lo que podían, Shatner escribió un primer tratamiento de la historia en el que ya estaba presente el personaje de Sybok, (atención spoilers) un vulcaniano que, apartándose de las disciplinas que rigen el comportamiento de la raza de Spock, ha hecho de su vida la búsqueda perpetua de Dios y que, cuando por fin lo encuentra, éste resulta ser Satán (sic).
Rodeando esta idea central de disquisiciones acerca de la vida y la muerte de supuesta hondura espiritual que no hacen sino poner de manifiesto lo ridículo y enclenque de toda la cinta, Shatner se encontraría con la firme oposición tanto de Gene Roddenberry, que no veía con buenos ojos el tratamiento inicial que el actor le había dado a la historia, como de Nimoy y DeForest Kelley, que no se sentían nada cómodos con el giro que el relato daba a sus personajes con respecto a la relación entre Spock, Bones y Kirk.
Así las cosas, las lógicas reescrituras se sucedieron sin descanso, sufriendo la cinta modificaciones sustanciales que, entre otras, eliminaron un final cargado de efectos visuales. Sopesar lo que dichas alteraciones suponen para el devenir de la cinta es algo que no es posible hacer sin tener acceso al primigenio tratamiento de la historia, pero atendiendo a los paupérrimos resultados del guión de 'Star Trek V', uno puede hacerse una idea de que los cambios empeoraron una idea inicial que se movía en la tónica de lo que la saga había venido apuntalando desde su primera entrega catorce años antes.
El problema es que la espiritualidad, el concepto de la divinidad, de la vida y la muerte, del poder de la amistad y demás parámetros que hasta entonces habían caracterizado a las cuatro entregas anteriores, quedan en esta quinta diluidos en un conjunto sin espíritu ni personalidad; un despropósito de principio a fin en el que ni el ansiado y magnífico regreso de Jerry Goldsmith a los pentagramas de la franquicia, ni la vehemencia con la que Laurence Buckinhill encarna a Sybok —un papel que inicialmente se ofreció a Sean Connery— son capaces de superar las constantes trabas que pone la cinta al espectador para entrar en la historia.
Y aquí hay dónde elegir: el prólogo es de una torpeza narrativa tremenda, y devuelve la memoria del espectador a los peores y más acartonados momentos de la serie televisiva, y a partir de él, la cosa no mejora. La secuencia en el parque Yosemite es absurda por cuanto no sirve al supuesto cometido de hacernos ver lo estrechos que son los lazos entre los tres protagonistas masculinos de la saga. Todo aquello que discurre en Nimbus III es de esperpento, ya nos estemos refiriendo ante el momento de mayor verguenza ajena de cualquiera de las cintas —Uhura y su baile erótico-festivo— ya a la podredumbre de formas que anega a la acción que allí tiene lugar y a los intérpretes que pululan sin orden ni concierto —incomprensible en el caso de David Warner, la verdad—.
Pero es que, llegado el culmen de la trama, lo que hasta entonces había sido semi-soportable se trastoca en un trance difícil de aguantar, y la estúpida inclusión de los Klingon en el batiburrillo que es el encuentro con ese Dios que resulta no serlo, es una muestra más de la estulticia con la que Shatner —sobre alguien habrá que verter la responsabilidad, ¿no?— trata esta quinta parada en el transcurrir de la saga, una parada que se saldó con pésimas críticas y los peores resultados comerciales de la franquicia hasta ese momento. Estaba claro que 'Star Trek' necesitaba savia nueva, y ésta no iba a tardar en llegar.
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