Como ya había pasado en anteriores ocasiones con la franquicia, el entusiasmo de la Paramount con el potencial de taquilla que adivinaban para 'Star Trek: la próxima generación' ('Star Trek: Generations', David Carson, 1994) —la cinta terminaría recaudando 118 millones, una cifra espectacular para los 35 que había costado— provocó que dos meses antes del estreno de la séptima entrega de la saga galáctica la productora diera luz verde a un octavo filme que volvería a estar escrito por Ronald D.Moore y Brannon Braga, contando asimismo con Rick Berman en las tareas de producción.
(De aquí en adelante, spoilers) Sería precisamente de Berman la idea de que el filme volviera a jugar con los viajes temporales, una base argumental que ya había sido utilizada dos veces por la saga y que aquí se aunaría con los intereses de los guionistas de volver a traer a colación a los Borg, una peligrosísima raza extraterrestre que había aparecido con gran éxito entre el final de la tercera temporada y el principio de la cuarta en la serie televisiva de la nueva generación, posicionándose rápidamente como uno de los favoritos de los trekkers.
El principal problema una vez decidido que la Enterprise viajaría al pasado persiguiendo a unos Borg que, al hacerlo, cambiaban el futuro de la humanidad, fue determinar a qué época lo harían, proponiendo Berman que el Renacimiento podría ser una opción viable dentro de los límites del presupuesto del filme. Y así, el primer borrador, titulado 'Star Trek: Renacimiento' seguía a Picard y compañía a la colmena que los Borg creaban en las mazmorras de un castillo, con una acción que habría incluido duelos de espadas y a Data convirtiéndose en el aprendiz de Leonardo Da Vinci (sic).
Gracias a quién haya que dárselas, Moore pronunció a tiempo los obvios temores ante el exagerado tono camp que podría haber derivado de tan estrambótica propuesta y, esta, junto a otras posteriores, fue rechazada hasta que se llegó a la que pudimos ver en los cines, con la raza alienígena impidiendo que el primer contacto entre terráqueos y vulcanianos tuviera lugar, y negando así la posibilidad de la creación de la Federación y el principio de la paz intergaláctica.
Aclarado el peliagudo asunto que envolvió al guión durante largo tiempo, las miras de la Paramount se centraron en quién iba a ser el realizador elegido para ponerse al frente de la producción del octavo filme de la saga galáctica: tras considerarse a nombres como los de Ridley Scott o John McTiernan —tiemblo pensando lo que estos dos monstruos del cine habrían hecho con el filme— la tarea cayó finalmente en las hábiles manos de Jonathan Frakes, el actor que interpreta al primero de a bordo del Enterprise y que, tras dirigir varios episodios de las series televisivas, se estrenaría aquí en la gran pantalla.
A lo largo de los años los detractores más acérrimos de 'Star Trek' en términos genéricos siempre han achacado a la gran mayoría de sus películas el que más que historias pensadas para ser proyectadas en cines, las cintas parezcan meros capítulos que, en lugar de los 45 minutos de rigor, se han prolongado hasta las dos horas. Y si en algunas de los filmes de la tripulación original tales afirmaciones se hacían dolorosamente evidentes —y no hace falta que recuerde la quinta parte, ¿verdad?— es en los cuatro protagonizados por la nueva generación donde ese cariz televisivo toma mayor intensidad, siendo no obstante 'Star Trek: Primer contacto' ('Star Trek: First Contact' 1998) aquél en el que este rasgo comporta menos "verguenza ajena".
Ello se debe, fundamentalmente, a los dos ámbitos tan diferenciados en los que se mueve la acción. De una parte tenemos todo lo que sigue a Picard —un Patrick Stewart muy irregular— y Data a bordo de una nave que poco a poco va cediendo espacio al implacable avance asimilativo de los Borg; de la otra, el relato de lo que sucede a Riker, Geordi y Troi mientras intentan que Zefram Cochrane, el inventor del motor de impulsión, logre despegar a tiempo en su nave, un misil nuclear reconvertido, para llamar la atención de la nave vulcana que provocará el primer contacto al que hace referencia el título del filme.
Todo aquello que acaece en la Tierra tiene limitado o nulo interés, cayendo en el ridículo en la mayoría de las ocasiones en las que la atención del filme nos traslada a la superficie de nuestro planeta por mor de situaciones cogidas con pinzas y por la elección de Moore y Braga de hacer de Cochrane un borrachín desencantado de la vida espléndidamente interpretado, eso sí, por el siempre excelso James Cromwell.
Con lo poco que logra despertar la curiosidad del espectador lo que tiene lugar fuera del Enterprise, le toca a esta mitad del filme soportar todo el peso de la intriga que es capaz de desarrollar la trama, y aunque en algún que otro momento la acción roce el ridículo —el invento de la holocubierta vuelve a provocar, como ya hiciera en el anterior filme, que los engranajes de la producción chirríen incómodos— por lo general los Borg animan lo suficiente la función como para compensar los puntos peor definidos de la misma.
Contando de nuevo la franquicia con la música de Jerry Goldsmith, un compositor que demostraba estar en plena forma con una partitura brillante y un tema principal sublime que se cuentan entre lo mejor que llegaría a escribir durante los noventa, 'Star Trek: primer contacto' supondrá para los seguidores del universo trekker la última alegría cinematográfica que la saga nos dará en mucho tiempo. Con dos de los tres peores filmes de la franquicia aún por llegar —no hace falta que os diga cuál es el tercero en discordia, ¿no?—, tendremos que esperar doce años para que la NCC-1701 vuelva a llevarnos con audacia donde nadie ha podido llegar.
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