Tras ‘El buscavidas’ (‘The Hustler’, Robert Rossen, 1961) Paul Newman interpretó de nuevo a un vividor, esta vez un músico de jazz —toca el trombón— con la pasión por la música como único y poderoso motor en su existencia en el París de principios de los sesenta. ‘Un día volveré’ (‘Paris Blues’, Martin Ritt, 1961) fue la segunda colaboración del actor con Ritt, con el que llegaría a trabajar en seis películas de lo más variopintas. También supone un encuentro cinematográfico más con su mujer, Joanne Woodward.
Hablamos de una película “pequeña” por cuanto no es de las más conocidas dentro de la filmografía de Paul Newman, y mucho menos de su director o del resto de componentes del reparto, en el que también podemos encontrar a Sidney Poitier, que era amigo íntimo de Newman, o Louis Armstrong interpretando la banda sonora de Duke Ellington, merecida ganadora del Oscar, en una película en la que el jazz es parte vital de la misma.
Aparente simpleza
‘Un día volveré’ —por cierto, título español no demasiado acertado— da inicio con una de esas increíbles jam sessions en un café de París, con Ram Bowen (Newman) en un primer plano tocando el trombón, cabeza de la banda musical de jazz que ameniza las noches del local. El plano se abre y mientras suceden unos títulos de crédito que no quieren destacar, la música invade la secuencia, una clara señal del tono que seguirá la película.
Porque esta película, que a priori puede resultar de lo más simple, contiene entre sus imágenes en un depurado blanco y negro, obra de Christian Matras —uno de los grandes directores de fotografía del cine francés de varias décadas—, un gran amor y respeto por el jazz, la música más libre que existe y existirá nunca, marcando la existencia de los personajes, sobre todo los dos masculinos, cuyas vidas giran alrededor del jazz en un Paris al que en aquellos años escaparon muchos estadounidenses huyendo del racismo reinante en su nación.
Joanne Woodward y Diahann Carroll dan vida a una pareja de chicas americanas que están de vacaciones en la capital francesa, y evidentemente se enamoran de los personajes de Newman y Poitier respectivamente. Dos historias de amor clásicas en su tratamiento a raíz de un flechazo, en este caso, dos, que partiendo del mismo punto toman rumbos muy diferentes, escapando dentro de lo posible a convenciones y manejando los tópicos con habilidad.
Amor y música
Al respecto cabe señalar que el feeling entre Newman y su señora —que se quedó embarazada en esta película, dando a luz el día de su estreno— es sencillamente envidiable, tras sus punzantes diálogos en el juego del tira y afloja que supone el inicio de toda la relación puede entreverse esa química tan especial que ambos poseían en la vida real, aprovechada, cómo no para su historia de amor en la ficción. Feeling también hay entre Carroll y Poitier, aunque las continuas referencias al racismo imperante terminan cansando un poco.
Así pues una película sobre el amor, en la ciudad romántica por excelencia, con escenarios naturales para los paseos que por lugares muy conocidos se dan los protagonistas, o en estudio para recrear el ambiente puramente jazzístico de una ciudad que en los 50 y 60 sirvió como lugar de exilio para muchos músicos de jazz. El decorador Alexandre Trauner recrea a la perfección esos lugares semioscuros, acogedores donde el humo y la música se intercambian con sentimientos a flor de piel. Trauner, con una filmografía exquisita, repetiría operación en la también jazzística, e impresionante, ‘Alrededor de la medianoche’ (‘Round Midnight’, Bertrand Tavernier, 1986).
Ritt va directo al grano, quizá con un guión sencillo y algo esquemático, pero también claro y contundente en su reflejo de personajes apasionados que buscan su lugar en el mundo. Por supuesto destaca el de Ram (Newman), seguro de sí mismo, soñando con estrenar alguna composición suya a lo grande, aunque los arreglos, tan importantes o más que la propia composición, sean de su amigo, detalle éste a tener en cuenta, pero sobre el que se pasa por encima sin ofrecer ningún tipo de conflicto.
El sentimiento del jazz
Es interesante el problema con el que se encuentra Ram al presentar su obra a un conocido productor musical y éste la desprecia, con mucho tacto eso sí, por ser jazz, un desprecio aún en práctica en el presente llevado a cabo por muchos dueños del desconocimiento. En cualquier caso la película tampoco carga las tintas en ese tema, le llega con una excelente secuencia entre Ram y el productor en el que el primero sarcásticamente declara que‘Jingle Bells’ es pegadiza desde la primera vez que se oye.
La película por supuesto también recoge la maldición de las drogas en los grandes músicos del género —Charlie Parker podría ser un buen ejemplo de ello— a través del personaje encarnado por el gran Serge Reggiani, que también era guitarrista y hace gala de sus dotes para ello, con claros ecos de Django Reinhardt. Ninguno de sus instantes musicales, así como los del resto, tienen absoluto desperdicio, reflejando sin rubor el poder de la música, capaz de alejar cualquier tipo de problema mientras se disfruta tocando.
En su aparente tono amable, ‘Un día volveré’ no realiza demasiadas condiciones. El falso final feliz deja abiertas muchas puertas, varias posibilidades que encajan con el carácter de improvisación en el jazz, cualquier cosa puede suceder.
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