‘Lady L’ (id, Peter Ustinov, 1965) supone una rareza dentro de la filmografía de muchos de sus artífices, uno de esos films condenados prácticamente desde su estreno y que nadie se ha encargado de reivindicar. En principio iba ser dirigida por el gran George Cukor, con Gina Lolobrigida, Tony Curtis y Ralph Richardson en sus principales papeles, pero diferencias de personalidad entre la actriz italiana y el director de actrices por excelencia desembocó en abandono del proyecto, recayendo en alguien totalmente alejado de Cukor, Peter Ustinov, que también se encargó del guión.
Incluso el propio Paul Newman confesó que en un inicio aceptó de buen grado el participar en la película, pero más tarde, ya en pleno rodaje, pensaba que el film era un disparate en el que no quedaba muy claro qué se pretendía narrar, y que todos los días necesitaba una razón para seguir en el proyecto. Lo cierto es que, con el paso de los años, la película no se revela tan mala como les pareció a muchos en su momento. A mi juicio estamos ante uno de esos divertimentos intrascendentes, realizados con buen oficio por todos sus implicados, y sigue revelando a Ustinov como un excelente director.
Una comedia pura y dura
El que consiguió dos sendos Oscars, de los más merecidos que uno recuerde, en la faceta de actor secundario, tuvo una carrera como director apenas conocida que abarca la friolera de cuatro década y unas cuantas películas, enmarcadas en diversos géneros, y en la que destaca un hito del cine de aventuras marinas, ‘La fragata infernal’ (‘Billy Budd’, 1962). Tres años después de la citada se centra en una comedia pura y dura, una historia de amor larga y duradera, rememorada por la dama de alta sociedad a quien todo el mundo reconoce como Lady L, papel estelar a cargo de Sophia Loren.
En su ochenta cumpleaños, celebrado en su grandiosa campiña francesa, Lady L comenta al escritor que se hará cargo de su biografía los aspectos más secretos de su vida, haciendo revelaciones de lo más escandalosas para la época. Entre ellas destaca su relación con un famoso ladrón que operaba en Francia volviendo loco a todo el cuerpo de policía. Este personaje recae en manos de un Paul Newman que no debe esforzarse demasiado para que obtenga toda la simpatía por parte del espectador. El actor disfruta de lo lindo ofreciéndonos uno de esos roles que tanto le gustaba hacer en la mejor época de su vida, y en los que tenía que adoptar varios disfraces.
Así pues, el actor que mejor se desentendió de los métodos del Actor’s Studio, da vida a un ladrón de guante blanco a quien Loren ayuda en uno de sus intentos de burlar a la policía, y el amor nace instantáneamente, tal y como nos tiene acostumbrados el séptimo arte. El film posee una primera parte altamente disfrutable cuyos gags son antológicos, pienso concretamente en el del teatro con los policías tosiendo, también afinada por unos diálogos muy sarcásticos, pero sobre todo con una puesta en escena por parte de Ustinov que llega a sorprender.
Excelente puesta en en escena para un guión loco
Cabría citar por ejemplo, las secuencias interiores iluminadas por una luz de tonos rojos, obra y gracia de las aptitudes de Henri Alekan, o la forma, muy sencilla y de lo más efectiva, en la que Ustinov aplica el flashback. Dirección ágil que impide el aburrimiento, aunque la película quiera abarcar demasiadas cosas, poniendo entredicho a personalidades con cargos políticos, policiales, pero sobre todo estableciendo una muy graciosa mirada sobre los títulos y cómo han triunfado algunos en su vida, llegando a parecer por momentos una apología del robo, la mentira y la manipulación, siempre bajo un prisma cómico, pero con ciertos apuntes de irónica denuncia.
Loren y Newman hacen una pareja imposible, ganando la partida el segundo —ver a Loren de anciana, forzando su voz para parecer mayor, no es plato que se coma uno con placer—, y secundados perfectamente por David Niven, Michel Piccoli o Philippe Noiret en personaje a los que se le echa en falta algo más de presencia en el relato —el de Niven desaparece en of, dejando una extraña sensación—. Ustinov se reserva un muy pequeño papel que propone una de las ideas más delirantes del relato, la de un príncipe jugando con una bomba destinada a su atentado político.
‘Lady L’ va perdiendo fuelle según llega su conclusión, en la que se les da el carpetazo a varios elementos de la historia que quedaban en el aire, de una forma rápida y acelerada, pero que no priva del sano divertimento que es en general una película cuyo mayor error es no poseer un tono adecuado ni unas intenciones claras. Paul Newman se resarciría del mal sabor que le dejó la película con uno de los thriller y personajes más recordados de su filmografía.
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