‘El golpe’ (‘The Sting’, George Roy Hill, 1973) supone la segunda colaboración entre las dos estrellas Paul Newman y Robert Redford tras ‘Dos hombres y un destino’ (‘Butch Cassidy and Sundance the Kid’, George Roy Hill, 1969), el melancólico western que gozó de un gran éxito años atrás. David S. Ward es el autor del guion de ‘El golpe’, el aspecto más elogiado durante tiempo desde el estreno del film. En un principio Ward quería dirigir el film, pero cuando el guion fue presentado a Redford, éste puso como condición a protagonizarlo el elegir a un director con más experiencia. Roy Hill fue una sabia decisión.
El director se las ingenió para contar también con Paul Newman en el reparto, aunque con mucho menos presencia que el film anterior. No importa, el actor luce como siempre, además estamos ante una obra en la que el trabajo actoral brilla a todos y cada uno de los niveles. Un reparto excepcional entregado sin remisión a una fábula, casi teatral, sobre las falsas apariencias, reflejando el mundo de los timadores, y con un villano muy particular que, vista hoy día, adquiere lecturas de lo más inquietantes y perturbadoras.
Una obra sobre la mentira
‘El golpe’ está dividida en seis actos, abiertos con un rótulo en pantalla que avisa al espectador del punto exacto de la trama en la que se encuentra. Seis actos, como si de una representación se tratase, y eso es precisamente lo que veremos. Una representación magistral con un impresionante timo como eje central. Son los años treinta en la ciudad de Chicago, y Johnny Hooker es un timador de poca monta que, junto con un socio, se meten en un problema con un importante banquero/mafioso (Robert Shaw). Hooker pondrá en marcha un gran plan, obra de un gran timador de antaño, Henry Gondorff, personaje a cargo de Paul Newman, que tarda treinta minutos en aparecer en pantalla.
Ambos personajes tienen su origen en dos personajes reales de principios del siglo XX, que intentaron un golpe de gran magnitud, siendo encarcelados en Sing Sing por ello. Cuando fueron puestos en libertad siguieron son sus golpes. La actitud desenfadada, descarada, atrevida, es reflejada a la perfección en una película que cuida hasta el mínimo detalle en lo que a representación histórica se refiere. Sólo se produce un anacronismo, el cual fue muy criticado en su estreno con bastante injusticia a mi parecer. La música que adapta tan bien Marvim Hamlisch, esto es, el ragtime, no se corresponde con la época del film, sino veinte años antes.
Los temas de Scott Joplin marcan a la perfección el ritmo de la película, dándole un tono alegre, divertido, guasón y casi burlesco. No es para menos, podríamos estar hablando de una gran burla, la que todos los implicados le hacen al banquero al que da vida un feroz Robert Shaw —atención a sus miradas de desconfianza—, y en la que, al mismo tiempo, intenta jugarse con la atención del espectador, engañándole en dos casos, uno de ellos muy lícitamente y otro recurriendo a alguna trampa, el único “pero” que se le podría poner al film. Tanto que, en segundos visionados —tan o más importantes como el primero— dichos juegos se distancian considerablemente, evidenciando dicha trampa en uno de los casos —todo lo concerniente al asesino misterioso que persigue a Hooker—.
Es en el personaje de Doyle Lonnegan (Shaw) donde la película tiene uno de sus máximos atractivos, un villano a la altura de sus protagonistas. El detalle de que sea un banquero mafioso —¿hay alguno que no lo sea, de un modo u otro?—, que no duda en aplicar severos castigos a quien no le devuelve dinero, hace que el film crezca en interés a día de hoy. Cualquier ciudadano de a pie —esto es, de la clase social a la que representan el resto de personajes metido en el fabuloso plan— goza lo suyo viendo como se la meten doblada a una de esas perdonas “importantes”. Pero además, dicho personaje posee cierto paralelismo con el espectador.
Un truco cinematográfico
El público posee la misma información que Lonnegan, quizá más, porque somos conscientes de que será objeto de un timo, pero desconocemos los detalles, al menos en el primer visionado. No siempre se nos da toda la información —como en el caso de los agentes del FBI o la mujer asesina a sueldo—, y en algunos casos prescinden de ello. Sirva como ejemplo, la partida de cartas efectuada en un tren —quizá el mejor instante de la película, en el que Paul Newman hace gala de un espectacular manejo de los gestos y la voz—. Con un solo plano somos conscientes de la trampa de Lonnegan —rápidamente ha cambiado la baraja por otra de cartas marcadas—, pero la mano la gana Gondorff, al que le veíamos un póker de treses, bajando un póker de jotas que gana al de nueves que tiene el banquero. ¿Cómo lo hizo? Nunca lo sabremos.
Forma parte del tono burlesco de la película, la cual es toda ella un gran truco cinematográfico, en el que incluso somos testigos de cómo decoran todo un local para convertirlo en una casa de apuestas en la que se cuida hasta el más mínimo detallle, con cada uno de los personajes —un actor dentro de otro actor— cumpliendo su cometido por pequeño que sea, todo con la precisión de un reloj suizo, y cuya sorpresa final —todo el tiroteo— sigue sorprendiendo y encandilando como la primera vez. ‘El golpe’ es una de esas películas que demuestran que el espectador disfruta a lo grande siendo engañado. En algunos casos somos conscientes del truco o artimaña, y en otros no necesitamos saberlas.
Del inmenso aspecto técnico del film destacan sobremanera dos elementos. Primero la impresionante dirección artística —que recibió uno de los siete Oscars del film, el triunfador de aquel año—, obra de Henry Bumstead —cuya obra concluye trabajando para Clint Eastwood en muchas de sus películas—, que reproduce a la perfección el Chicago de los años treinta. Otra es la fotografía del gran Robert Surtess —padre de otro gran director de fotografía, Bruce Surtess— que logra ese milagro del equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, entre lo clásico y lo actual. Las escenas nocturnas son un claro ejemplo de ello, como ese deambular de Hooker buscando algo más que el golpe perfecto.
Porque ‘El golpe’ también vierte cierta mirada melancólica, muy típica de los años setenta, sobre algunos de sus personajes. Hooker, buscando compañía con una camarera; uno de sus compañeros, al ir a pedir formar parte de la banda, o el mismo Gondorff, cuyo retrato en sí siempre sugiere algo más que un timador. O esa frase de diálogo que resume ese estilo de vida y funciona a modo de reflexión: “it´s not enough, but it´s close”, que traducido sería “no es suficiente, pero está muy cerca”, hablando al mismo tiempo de la adicción al timo y la satisfacción que éste produce.
Reflexión que sirve para explicar la cinefilia que producen películas como ‘El golpe’.
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