Paul Newman y Steve McQueen habían coincidido en la película ‘Marcado por el odio’ (‘Somebody Up There Likes Me’, Robert Wise, 1956), con el segundo en un papel insignificante, y casi irreconocible. Mucho cambiaron las cosas desde esa película hasta el rodaje de ‘El coloso en llamas’ (‘The Towering Inferno’, John Guillermin, 1974) en la que ambos actores, ya estrellas, volvieron a coincidir, y Newman tuvo que someterse ante las exigencias de McQueen, que en ese momento era su máximo rival en el cine. Una rivalidad, como todas, absurda, y propiciada por el intérprete de ‘La huida’ (‘The Getaway’, Sam Peckinpah, 1972).
Irwin Allen había obtenido un espectacular éxito con ‘La aventura del Poseidón’ (‘The Poseidón Adventure’, Ronald Neame, 1972) que, junto a ‘Aeropuerto’ (‘Airport!’, George Seaton, 1970), abrieron la veda de películas sobre catástrofes, creando un nuevo (sub)género, el cual tuvo su momento de gloria en la década de los setenta. De hecho, el mismo año ‘El coloso en llamas’ “competía” con otro conocido film, ‘Terremoto’ (‘Earthquake’, Mark Robson), el cual ganó directamente el Oscar a los mejores efectos visuales. El film dirigido por Guillermin, y también por Irwin Allen —dirigió todas las secuencias de acción— es, a día de hoy, el más recordado de todos.
La película tuvo un coste de 15 millones de dólares, una auténtica animalada para la época, y para hacerle frente unieron fuerzas Twentieth Century Fox —distribución estadounidense— y Warner Bros. —distribución internacional—. Un reparto absolutamente espectacular, y un equipo técnico de primera, son los pilares sobre los que se sustenta ‘El coloso en llamas’, película construida con la precisión de un arquitecto, nunca mejor dicho, y a la que el paso del tiempo no sólo no daña ni lo más mínimo, sino que efectúa sobre ella un proceso de rejuvenecimiento que sólo las obras atemporales poseen.
La trama de la película es de lo más simple: un grupo de celebridades se reúnen en el piso 136 del edificio más alto del mundo, en San Francisco, con motivo de la fiesta de inauguración. Pronto serán presa de una catástrofe cuando un incendio iniciado en el piso 81 se propague rápidamente. La película es un prodigio de montaje, de narración cinematográfica pura y dura, desde el primer minuto hasta el 158 final. El espectador ya es consciente del inicio de la desgracia en el minuto doce, y nos vuelven a avisar en el minuto 29 —dos planos del pequeño cuarto en el que da comienzo el incendio son suficientes—. Así, y hasta el minuto 43, con la entrada de Steve McQueen en escena, ‘El coloso en llamas’ es toda una lección de suspense, por cuanto el espectador posee datos que los personajes no.
La labor de los montadores Harold F. Kress y Carl Kress —padre e hijo, el primero con un currículum impresionante— fue galardonada con un más que merecido Oscar; hacen avanzar con sumo interés un relato que, a tenor de lo visto en muchas de las películas del género, podría haber caído de lleno en el aburrimiento. Pero ambos, siguiendo las órdenes de Allen, consiguen el tempo interno perfecto en las secuencias más emocionantes, que son innumerables. Por citar dos: la secuencia de Paul Newman con Jennifer Jones y dos niños por el hueco de una escalera destrozada —el actor hizo absolutamente todas sus secuencias—, o la secuencia del ascensor externo y el helicóptero.
Un espectáculo por todo lo alto
Con una muy presente banda sonora de John Williams, quien convenció a Allen de insertar música desde la primera secuencia, ‘El coloso en llamas’ avanza a un ritmo espectacular, sin caer en subrayados y manejando los tópicos con habilidad. A ello se debe, cómo no, lo entregado de un reparto lleno de estrellas, aportando todos y cada uno matices de autenticidad a personajes en base simples. Tanto Paul Newman como Steve McQueen no necesitan esforzarse lo más mínimo por tener carisma con dos de los personajes más planos de sus carreras. William Holden está perfecto con su ambivalente personaje; otros como Jennifer Jones y Fred Astaire, más por el segundo que por la primera, hacen creíble una historia de amor imposible.
En su concepción de cine espectáculo, la película tiene tiempo para criticar sin miramientos a todo aquel que quiere hacerse rico mediante operaciones que superan la legalidad, incluso el respeto por la vida. Se traduce aquí en la figura de Duncan (Holden) y Simmons —Richard Chamberlain, demostrando que es mejor villano que héroe—, que por “ahorrar” millones de dólares decidieron emplear material defectuoso en el edificio. También no da concesiones a la hora de mostrar las víctimas, de toda índole, que el gigantesco incendio se cobra. En ese aspecto, el film es incluso bastante cruel.
Baste citar al respecto el destino sufrido por los personajes de Robert Wagner y Susan Flannery, unos de los momentos más fuertes de la película, de una tensión indescriptible; por supuesto el de Jennifer Jones, demostrando que la vida es terriblemente injusta, o el de todos los héroes anónimos que dieron sus vidas por intentar apagar un incendio que en realidad representa el tamaño de la estupidez y avaricia humanas. El plano de O’Hallorhan (McQueen) mirando en silencio los cuerpos de sus hombres muertos es el broche perfecto a un film que, en cierto modo, es todo un homenaje a esa profesión en la que se juegan la vida continuamente por los demás.
A pesar del espectacular éxito —actualmente, ‘El coloso en llamas’ es ese tipo de películas que si uno pilla haciendo zapping se queda totalmente enganchado—, Paul Newman no quedó demasiado satisfecho con ciertas cosas. Por exigencias de McQueen, ambos actores poseen el mismo número de palabras pronunciadas, y el personaje del jefe de bomberos debía ser superior, heroicamente hablando, a todos los demás. Ambos actores cobraron un millón de dólares y el 7’5 % de la taquilla. Newman odió ceder ante los porcentajes, era su primera vez, y juró que sería la última. Seis años más tarde volvió a colaborar con Allen en otro film catastrofista, de los peores que se han hecho jamás. Pero antes de ello, y justo después del film más famoso de John Guillermin, el actor regresó sobre uno de sus personajes más recordados, el detective Harper.
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