‘Dulce pájaro de juventud’ (‘Sweet Bird of Youth’, Richard Brooks, 1961) fue protagonizada por Paul Newman en pleno apogeo de su espectacular carrera. En aquellos años en los que no dejó de trabajar, era la segunda vez que se ponía a las órdenes de Richard Brooks para enfrentarse de nuevo a un texto de Tennesse Williams, como ya habían hecho en ‘La gata sobre el tejado de zinc’ (‘Cat On a Hot Tin Roof’, 1958), un melodrama sureño muy en la línea de su autor.
La obra teatral fue un gran éxito en 1959; fue representada en Broadway, dirigida por Elia Kazan y protagonizada en sus principales papeles por Paul Newman y Geraldine Page, que repetirían en la adaptación cinematográfica como singular pareja. El atrevimiento de Williams en su obra, con sus típicos personajes atormentados, y con una fuerte carga sexual, fue suavizado por Brooks, quien con mucha sobriedad fue capaz de solventar elementos que no pasarían el temible código de censura.
El material de base supone todo un caramelo para cualquier actor salido del Actor’s Studio. El personaje de Chance Wayne encuentra en Newman al actor idóneo para plasmar sus tormentos y aspiraciones, pero cualquier otro como James Dean —cuya temprana muerte, reconozcámoslo, ayudó a Newman en su carrera, puesto que heredó varios de sus personajes—, o Marlon Brando unos años antes, podrían haberlo interpretado perfectamente y con igual de intensidad.
Una historia que no pasa de moda
Personalmente siempre he preferido a Newman que a los otros dos citados. En el caso de Dean nunca sabremos qué le deparaba el futuro —es de suponer más éxito y fama—, y en el de Brando me parece un caso de egocentrismo mezclado con indiferencia que acabó por convertirle muy pronto en una caricatura de sí mismo. El de los ojos azules pone toda la carne en el asador, logrando una mezcla de fascinación y patetismo con un personaje en apariencia fácil —su facilidad para enamorar a cualquier mujer—, pero de profunda ternura —la relación con su ex-novia Heavenly (Shirley Knight)—.
Chance sólo quiere triunfar en la vida, verse realizado y reconocido, como cuando se fue de su pueblo natal motivado por el padre de Heavenly, un inmenso Ed Begley que recogería un Oscar por s interpretación, la de un cacique acostumbrado a que todo el mundo haga lo que él quiera, aprovechándose en su posición influyente del hombre pobre, al que exprime sin piedad. Esto es lo que Brooks, y por ende Williams en su obra, narraban hace más de 50 años, y la cosa no parece que haya cambiado mucho.
Ese detalle tan actual permite olvidarse de la perspectiva con la que hay que ver muchas películas clásicas, o incluso neo-clásicas, porque cada una es hija de su tiempo. Sin embargo, cierto carácter atemporal navega por el texto del autor sureño, y Brooks, muy conocedor de su lenguaje, lo narra con gran fuerza centrándose sobre todo en los personajes de Chance y sus sueños de juventud, y en el de la veterana actriz Alexandra del Lago que teme por el ocaso de su carrera.
Los actores y el sueño de la juventud
Dicho personaje, sin duda el más interesante de la función está interpretado con increíble fuerza, logrando un terrorífico equilibrio entre lucidez e insensatez, por Geraldine Page en una de sus mejores apariciones delante de una pantalla —junto a su terrible personaje en esa obra maestra titulada ‘El seductor’ (‘The Beguiled’, Don Siegel, 1970)—. Page y Newman se compenetran a la perfección, necesitándose y odiándose a partes iguales, dependiendo de la necesidad de cada uno.
Sin duda un duelo interpretativo de altura que hace querer aún más a los personajes, que sin ocultar sus miserias y sus virtudes, logran la simpatía del público, por lo imperfectos que son. Brooks aviva los colores en glorioso cinemascope, y con ello los sentimientos encontrados a flor de piel, y un impostado final feliz casi lleva al traste su adaptación.
En la obra original el personaje de Chance, que vive de satisfacer a mujeres maduras y ricas, es castrado. En la película la censura jamás permitió que se filmase dicha secuencia, aunque dicho final es de una coherencia que asusta. Brooks, ni corto ni perezoso lo sustituyó por una brutal paliza que le dan. El resultado evidentemente no es el mismo, pero la planificación, montaje y acting dan a entender que privan al personaje de su bien más preciado, su virilidad. El golpe en la cara no es más que un mero efectismo.
Pasiones, sueños, mentiras, viejas formas de pensar, nuevas, pasado y futuro se tratan en las imágenes de ‘Dulce pájaro de juventud’, siempre en movimiento, siempre ágil. Su mirada sobre los mejores años de una persona, nunca lo suficientemente aprovechados, nunca con suficientes sueños que cumplir, se vierte sin piedad a través de una historia en la que todos sus personajes se desviven por dicha juventud.
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