‘Victor Frankenstein’ (íd., Paul McGuigan, 2015) es la segunda versión sobre la ya sobadísima, en cuanto a adaptaciones cinematográficas, inmortal novela de Mary Shelley, que se cocinaron durante el año pasado. Mientras a la otra le toca ser el hermano feo que nadie quiere ver, el trabajo de McGuigan es el que ha gozado de cheques con ceros, para gozar de vistosidad en un doble sentido, que luzca visualmente y que llegue al mayor número de cines posibles.
Con James McAvoy y Daniel Radcliffe como indómita pareja protagonista, ‘Victor Frankenstein’ juega a explicar los orígenes del mítico barón, ofreciendo esta vez la novedad de una historia narrada desde la perspectiva del ayudante del doctor, Igor, el cual ni siquiera sale en las páginas del mítico libro. El resultado es un extraño híbrido de referencias que pretende acercar la obra de Shelley al espectador del siglo XXI. Acertada dirección, horrible guión. Max Landis, cómo no.
Paul McGuigan
Sólo alguien como Landis —ni de lejos alcanza el ingenio que llegó a tener su padre— empezaría el relato con la frase “ya conocéis la historia” como excusa para pasar del material original, y añadir, pensando en el consumidor actual, chorradas varias. Igor no puede ser un jorobado, los tiempos han cambiado, así que zas, truco de magia, Frankenstein le quita la joroba a su nuevo ayudante en un abrir y cerrar de ojos.
Está claro que las nuevas audiencias no iban a tolerar ver a Radcliffe entregándose a una interpretación de un ser deforme, tienen que verle derechito, siendo prácticamente la columna vertebral de un film que empieza prometiendo mucho, y termina con el exceso como baño deshonesto. Mcavoy y Radcliffe se entremezclan por el medio como una suerte de pareja estilo Sherlock Holmes y Watson, personajes a los que Paul McGuigan conoce muy bien.
Es precisamente la labor del director lo que más destaca en ‘Victor Frankenstein’, pero tirando de tics e ideas visuales que funcionan mucho mejor en la pequeña pantalla que en la grande. El que ha dirigido uno de los mejores episodios jamás hechos para televisión —‘Escándalo en Belgravia’ (‘A Scandal in Belgravia’, 2012), perteneciente a la brillante ‘Sherlock’— no termina de encontrar su mirada en el cine, a pesar de un buen ritmo, de hermanar dirección artística y cámara, y de creer en lo que hace.
Aparatosa
Incluso el lado referencial de la película es de lo más inaudito. La propuesta en sí es muy similar a la de ‘El horror de Frankenstein’ (‘The Horror of Frankenstein’, Jimmy Sangster, 1970), alguno de los experimentos del barón rememoran momentos de las cintas de Terence Fisher, y Landis se atreve a homenajear directamente ‘El jovencito de Frankenstein’ (‘Young Frankenstein’, Mel Brooks, 1974), dándole la vuelta a uno de los mejores gags de la misma, y que, vaya sorpresa, aquí no funciona.
El irlandés, cada vez más en alza, Andrew Scott —otro punto de unión con ‘Sherlock’— entorpece, con su histriónica interpretación, a un reparto que parece tomárselo más en serio, aunque si el personaje de Scott no existiese, no habría "enemigo" en el film —la aparición de Charles Dance, o la imposible historia de amor, en realidad son efectismos, concesiones facilonas—. El actor va a tono con un film que da comienzo de forma más o menos serena, y termina desmadrándose más de lo debido.
Así, una vez más —y van en la historia del cine reciente…— se confunde espectáculo con aparatosidad, conflicto dramático con golpes de efecto, y entretenimiento con fuegos de artificio. Paradójicamente, si no fuera por la labor de McGuigan, el film sería insoportable, como lo es ese horrible clímax en el que la criatura hace acto de presencia y ‘Victor Frankenstein’ termina siendo una más, con la sugerencia de secuela incluida.
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