'Érase una vez... pero ya no': la colorida serie musical de Netflix es una desconcertante oda al mamarrachismo del creador de 'La casa de las flores'

El mexicano Manolo Caro tenía varios títulos en su filmografía antes de que el gran éxito de 'La casa de las flores' catapultase si figura en el resto del mundo. Pronto repitió en Netflix con 'Alguien tiene que morir' y este viernes 11 de marzo regresa a la plataforma de streaming con 'Érase una vez... pero ya no'.

Por mi parte, he de confesar que nunca he terminado de conectar con ninguno de sus estrenos. En 'La casa de las flores' me cansé al de un puñado de episodios, mientras que 'Alguien tiene que morir' solamente llegue a verla entera por contar con apenas tres episodios. Algo parecido me ha sucedido con el título que ahora nos ocupa, una oda al mamarrachismo donde nada termina de funcionar.

Un indeciso disparate

Si una cosa hay que reconocerle a Caro, eso es que parece que no le gusta nada repetirse. Dejando a un lado una evidente tendencia hacia lo excéntrico, sus series son bien diferentes entre sí. Aquí se vale de los cuentos de hadas para dar forma a un colorido musical que no termina de apostar de forma decidida por un enfoque claro.

Es verdad que en todo momento se nota que 'Érase una vez... pero ya no' tiene cierto componente juguetón, tanto a la hora de alternar presente y pasado como en el enfoque de las interpretaciones, sin olvidarnos del uso de la música. Ahí entra un poco de todo, siendo también llamativo que las canciones tengan una presencia más reducida de lo esperado. Tampoco es que los números musicales dejen con ganas de más, pero es raro, como si quisieran ser algo pero no del todo. Justo lo que le sucede a la serie a todos los niveles.

El principal problema es que existe una clara indefinición en el tono. A veces parece que se busca un toque más serio y dramático, mientras que en otras ocasiones se coquetea peligrosamente con el ridículo. Eso puede llevar a que el espectador acabe desesperado por lo que sucede ante sus ojos, ya que hasta en el trabajo de ambientación se percibe cierta esquizofrenia narrativa que condena a 'Érase una vez... pero ya no' a ser la peor serie española de Netflix hasta la fecha.

Lo curioso es que aquí ese efecto cartón piedra que transmite la serie a menudo -en otros momentos se intenta buscar cierta opulencia visual con resultados francamente mejorables- parece algo completamente buscado y no fruto de apuros presupuestarios. Es como si Manolo Caro quisiera abrazar ese lado más, por decirlo amablemente, descarado, pero luego acaba quedándose en tierra de nadie.

Esa indecisión hunde su vocación de entretenimiento desprejuiciado. No puedo saber cómo hubiese funcionado si 'Érase una vez... pero ya no' se hubiese entregado por completo al exceso por el exceso, pero viéndola sí me quedaba la sensación de que era en ese lado más lúdico donde la serie podía tener una tabla de salvación. De hecho, el último episodio es el menos malo de todos porque viene un poco a suceder justamente eso. El problema es que llega demasiado tarde para levantar todo el despropósito anterior.

Tampoco ayuda el desconcertante reparto liderado por Sebastián Yatra y su acento cambiante, ya que hay actores que parecen que se lo están tomando más o menos en serio, mientras que a otros les falta un poco más de manga ancha por parte de Caro para sacar a relucir por completo su vena más desatada. Eso lleva a que nadie luzca realmente, pero bueno, justo es destacar que Asier Etxeandia y Rossy de Palma son los que mejor parados salen de entre tanto disparate.

Y es que la congruencia argumental tampoco es algo que le importe demasiado a 'Érase una vez... pero ya no', algo que en otras circunstancias podría resultar molesto, pero aquí acaba resultando natural dentro del ecosistema que plantea la serie. Aquí las reglas están para manipularlas a su antojo, lo tomas o lo dejas.

En resumidas cuentas

'Érase una vez... pero ya no' es una mala serie, ya que simplemente no hay nada que llegue a hacer bien. Parece que quiere jugar a muchas cosas, pensando lo mucho que podrían molar -que tampoco llega a ser el caso-, pero sin preocuparse por dar unidad al conjunto. Eso sí, merece la pena echarle un ojo para ver el espanto que ha salido de aquí.

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