La saga 'John Wick' toca techo con una cuarta entrega descomunal
Si optamos por abandonar las siempre atractivas fronteras del continente asiático y, más concretamente, por salir de una Indonesia que nos ha dado tremendas alegrías bajo la dirección de Gareth Evans —'The Raid'— y Timo Tjahjanto —'The Night Comes for Us'—, no cabe duda de que la saga 'John Wick' es el estandarte del cine de acción y artes marciales actual; al menos en occidente.
Tras dos primeras entregas más que notables, 'John Wick: Capítulo 3 - Parabellum' decidió incorporar en su intensa escena de apertura un homenaje a Buster Keaton en el que podían verse imágenes de 'El maquinista de la general'; una declaración de intenciones que, rindiendo tributo al rey de los stunts del cine mudo, servía de aperitivo para el cúmulo de escenas de riesgo imposibles que se sucederían en pantalla.
El arranque de la descomunal 'John Wick 4' también contiene un guiño determinante que, en este caso, es muy diferente. En él, se hace una referencia directa a la mítica transición de la cerilla y el desierto de 'Lawrence de Arabia'; un match cut que anticipa los casi absurdos niveles de épica, escala y ambición que se han inyectado a casi tres horas de pura adrenalina, rara vez vistos en una producción de este tipo.
Aún más. Aún mejor.
Si algo ha marcado la franquicia 'John Wick' desde sus inicios, eso es la sensación de crescendo constante película tras película. El filme original, pese a deslumbrar con sus pasajes entregados a la acción, mantuvo los pies más cerca de la tierra bajo la forma de un thriller de venganza al uso con un extra de —genial— violencia estilizada; pero sus dos secuelas fueron aumentando en intensidad y desmadre casi cartoon hasta desembocar en un cierre de trilogía que parecía insuperable.
Tras el show de 'Parabellum', era difícil pensar que las aventuras y desventuras del Baba Yaga de Keanu Reeves pudiesen llegar a superarse a sí mismas, pero Chad Stahelski ha vuelto a ocupar el asiento del director para servirnos en bandeja de plata una catedral del actioner contemporáneo que se las apaña para dejar en pañales a su predecesora mientras desencaja mandíbulas en el patio de butacas.
Nada más empezar, y tras poner sobre la mesa las cartas que se jugarán en esta ocasión, este cuarto capítulo pone toda la carne en el asador para comenzar a encadenar setpieces que evolucionan de forma ascendente desde el primer momento en lo que respecta a la espectacularidad de sus salvajes coreografías, a su carga de violencia y a la brutal combinación de combates cuerpo a cuerpo, con armas blancas y con armas de fuego.
Si este cóctel de sangre, pólvora y huesos rotos funciona a la perfección, ya no sólo es por la creatividad que encierra cada secuencia de acción, que se diferencia de la anterior con conceptos de puesta en escena o tratamiento visual característicos, sino gracias a una factura técnica y formal sencillamente impecable que pide a gritos ser disfrutada en la pantalla más grande que tengamos a nuestra disposición.
La forma de la muerte
La planificación de Stahelski y su equipo de coreógrafos, además de ser brillante, ha eclipsado lo visto en las cintas previas, recordando que los intercambios de golpes también necesitan cuidar la narrativa tanto como su intensidad. No obstante, es la dirección de fotografía de Dan Lausten, que repite por tercera vez consecutiva en la saga tocando techo, la que se lleva la palma.
El trabajo del DOP danés está, simple y llanamente, a otro nivel, con unos juegos de luces prácticas y colores en clave neón que parecen sacados de una película de Nicolas Winding Refn hipervitaminada y con un empleo de la cámara que eleva aún más si cabe el extraordinario diseño de producción del filme, tan elegante —a su manera— como ostentoso, y que deja pasajes asombrosos, como un tiroteo en plano cenital que evoca el espíritu del videojuego 'Hotline Miami' con una fidelidad inusitada, música electrónica incluida.
Pero nada de esto sería tan especial si no estuviese contenido en ese universo cien por cien marca de la casa, poblado por una colección de personajes tan pintoresca como de costumbre. A los habituales como John, Winston y compañía, se ha unido un nuevo repertorio entre los que destacan el pérfido Marqués de Bill Skarsgard —el gran villano de la función— y, por encima del resto, Caine, un asesino ciego interpretado por el maestro Donnie Yen cuya dinámica con Reeves es digna de todo elogio.
Si a esto le sumamos una expansión aún mayor del lore y el contexto sobre el peculiar universo de sicarios letales y organizaciones criminales, nuevos detalles acerca del funcionamiento de la Alta Mesa y un gusto por el homenaje que no titubea al aludir directamente a esa joya de Walter Hill titulada 'The Warriors', el deleite no sólo es pleno, sino difícilmente igualable.
Keanu Reeves ya avisó hace una temporada de que, después de 'John Wick 4' sería hora de dejar descansar al personaje durante una temporada; pero si esta es la última película que veremos de la saga, podemos considerarnos afortunados, porque esta delicia autoconsciente y entregada a la causa del entretenimiento sin cuartel ha transformado la acción cinematográfica en una auténtica obra de arte.
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