La película que nos reconcilia con la vena más ácida, malintencionada y paródica del cineasta francés.
A comienzos de su carrera François Ozon parecía destinado a convertirse en una especie de John Waters francés. De hecho, su primera película, 'Sitcom' (1998) sigue siendo la más rupturista y biliosa de su carrera. Desde entonces, el director francés ha mostrado una tendencia por el melodrama que le ha acercado al cine de Pedro Almodóvar, pero también al de su admirado Reiner Werner Fassbinder.
Su constante, casi incansable, producción (17 películas en 20 años) le ha permitido experimentar con distintos tonos y géneros, así como abordar proyectos de diferente y a veces antagónica índole, pero también ha terminado por configurar una obra altisonante, difusa e irregular, limitando su fiabilidad e inspiración.
Valga como muestra sus últimos trabajos, de moderado interés: la manierista 'Frantz' (2016), remake de un lejano filme de Lubitsch; la juguetona 'El amante doble' (2017); la comprometida y exquisita 'Gracias a Dios' (2018); el melodrama gay 'Verano de 1985' (2020); un melodrama más clásico, en torno a la eutanasia, 'Todo ha ido bien' (2021) y la más experimental 'Peter Von Kant' (2022), nuevo homenaje a Fassbinder. Los resultados son siempre interesantes y destacables, a veces gratamente inspirados, pero no siempre redondos. Quizá sea imposible. Quizá él busque precisamente eso.
'Mi crimen': una sátira audaz, chispeante y veladamente incorrecta
Su última película, 'Mi crimen' ('Mon crime'), representa un soplo de aire fresco en la filmografía del director. La trama se basa en una obra teatral de Georges Bell y Louis Verneouil, fechada 1934, que Ozon recupera esta vez no con intención nostálgica, sino por su pertinente y rara actualidad. Lo hace con un tono ligero y cáustico, con colores vivos, que recuperan el tono y la plasticidad de la excelente '8 mujeres' (2002) y de la simpática, aunque menor, 'Potiche, mujeres al poder' (2010).
La trama parte con el asesinato de un famoso productor en el París de la década de los treinta del siglo pasado. Ozon dispara sin pudor a todos los bandos, y aunque algunos de sus dardos apuntan a la situación de las mujeres y la ubicuidad e impunidad de los abusos sexuales, conforme avanza la historia es fácil ver en ella una acerada y políticamente incorrecta sátira dirigida a los excesos y las disfunciones del #Metoo.
En este sentido, se antoja obvio el paralelismo con el musical 'Chicago' (2002) de Rob Marshall, aunque el modo de abordar el mundo de la farándula la acerca asimismo a un clásico moderno de la talla de 'Balas sobre Broadway' (1994). Igualmente, la aparición estelar en pantalla del estreno de 'Curvas peligrosas' (1934), la única película francesa de Billy Wilder, adelanta la voluntad del director de recuperar y actualizar el vitriolo de los diálogos acelerados y brillantes del autor de 'Uno, dos, tres' (1961) y al universo de las screwball comedies (Lubitsch, Hawks, LaCava) en general.
Nadia Tereskiewicz (pronto en la última película de Valeria Bruni Tedeschi, la recomendable 'La gran juventud') y Rebecca Marder están fresquísimas, elegantísimas y formidables como protagonistas de la farsa. Junto a ellas, es un placer encontrar a intérpretes más veteranos del cine francés pasándoselo bomba y bordando papeles deliciosamente histriónicos, como Dany Boon, André Dussollier o, en especial, la siempre gigantesca Isabelle Huppert.
En fin, estamos ante la película de Ozon que nos reconciliará definitivamente con la vena más ácida, malintencionada y paródica del cineasta, pero también con una cinta que cada uno interpretará a su gusto según su ideología e intereses personales… o en base al medio donde publique. Así de inteligente ha sido el autor de 'En la casa' (2012), su mejor película hasta esta que ahora nos ocupa.
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