Yo no me lo hubiera pensado dos veces: Myrna Loy. Sin dudarlo ni lo más mínimo, entre esas dos míticas actrices, me hubiera quedado con la Loy, que aunque tenía aspecto de más calmadita e interpretó a un buen número de esposas perfectas en un sinfín de películas, tenía un nosequé queseyó que ya me entiendes. La Harlow, a pesar de intepretar otro tipo de papeles femeninos, me resultó siempre un pelín insoportable, quizá por esas cejas pintadas tan finas que no le quedaban nada bien. No obstante, su temprana muerte, a los 26 años de edad, truncó su fulgurante carrera, y nunca sabremos de qué hubiera sido capaz esta mujer en el cine, aunque nos podemos hace una idea.
En 'Entre Esposa y Secretaria', mantiene el tipo frente a una Myrna Loy totalmente resignada en un papel muy característico de ella, compitiendo, por así decirlo, por el amor de Clark Gable, quien es un importante empresario, felizmente casado con el personaje de Loy, y que tiene como eficaz e imprescindible secretaria a un chica, a la que da vida Harlow. Una serie de malentendidos encederán la chispa de la desconfianza en las respectivas parejas de cada uno, pensando que el otro le es infiel.
Nos encontramos ante una comedia, con tintes de melodrama, romántica, tan típica de los años 30, y cuando digo típica me refiero a buena, porque hay que ver que bien sabían contar las historias en aquellos años, y cómo ha ido degerando la cosa hasta hoy día. El film está dirigido por uno de los expertos en la materia en aquellos años, el hoy bastante olvidado, desgraciadamente, Clarence Brown, quien manejaba los resortes del género a la perfección. Brown le imprime un ritmo al film, perfecto, y nunca cae en la blandenguería ni en el exceso de dramatismo, jugando entre en los dos campos con envidiable facilidad. Por un lado, nos muestra un hombre felizmente casado con una mujer que le ama con locura y a la que corresponde en su justa medida, teniendo como base de ese amor, el respeto máximo y la confianza. Esto lo enfrenta a la relación que tiene con su secretaria, a la que necesita enormemente por lo eficiente que es, y con la que tiene un trato casi de amistad, incluso demasiado cariñoso, pero que no va más allá.
Evidentemente, ante este panorama, cualquier persona con un mínimo de celos (o sea, todos) tendría la mosca detrás de la oreja. Brown expone esta posibilidad en el momento menos esperado,y de forma nada forzada, y a pesar de que la jugada le sale bien, y logra retratar todo tipo de sensaciones desencadenadas de dicha situación, también es cierto que algunas cosillas están pilladas por los pelos, ya que al personaje de Myrna Loy le resultaría muy fácil desmostrar, o comprobar, si su marido le miente o le dice la verdad. Y al mismo tiempo hay un acierto en todo eso, porque precisamente la confianza se basa en creer a tu pareja, y no en comprobar que esa confianza está justificada. Terreno espinoso, que Brown resuelve con total sencillez y eficacia.
Respecto a las actrices, decir que están simplemente bien, aunque el peso lo lleva probablemente Jean Harlow. Clark Gable está sencillamente sensacional, dando vida a un personaje alegre y simpático, con una fuerza casi inusitada, bastante por encima de lo que estamos acostumbrados a ver en él. A su lado, como el cuarto en discordia, un James Stewart, a punto de saltar al estrellato, y que ya empezaba a destacar en un tipo de personajes rectos, justos y leales, tan de moda en su filmografía posterior.
Una buena película, muy característica de aquellos años esplendorosos en el cine americano, y que como muchas de aquella época, peca un poco de ingenuidad e inocencia. Algo totalmente lógico si tenemos en cuenta que se hizo en 1936. No obstante, hay ciertas decisiones en el personaje de Loy que son de una modernidad asombrosa para aquella época, y que más de 70 años después sigue tan vigente como entonces.