Micahel Mann tardó lo suyo en crearse un nombre. Tras ser productor de alguna de las series más exitosas de los 80 —‘Corrupción en Miami’ (‘Miami Vice’)—, y de incursiones en el cine como ‘El torreón’ (‘The Keep’, 1983) —curioso aunque fallido relato de terror ambientado en la Segunda Guerra Mundial—, o la primera aparición de Hannibal Lecter, en ‘Hunter’ (‘Manhunter’‘, 1986), logró un excelente éxito de taquilla con la laureada ‘El último mohicano’ (‘The Last of the Mohicans’, 1992), que no es más que Daniel Day Lewis corriendo durante dos horas. A eso le siguió la impresionante, en todos los aspectos, ‘Heat’, y Mann se convirtió de la noche a la mañana en un director a tener muy en cuenta.
Tras esa obra maestra —y que para el que suscribe es su mejor película— titulada ‘El dilema’ (‘The Insider’, 1999), y la correcta ‘Ali’ (2001), empezó a experimentar con el tratamiento de la imagen en ‘Collateral’ (2004) con resultados más que excelentes. La utilización de cámaras HD le dio la posibilidad a Mann de crear texturas inimaginables, ganando sobre todo en la plasmación de los ambientes nocturnos de las ciudades. Repitió en ‘Corrupción en Miami’ (‘Miami Vice’) —excelente recreación en pantalla grande de la mítica serie—, y ahora en ‘Enemigos públicos’ (‘Public Enemies’, 2009), aunque esta vez sus obsesiones formales son restadas por una inesperada falta de fuerza, y un guión de lo más simple.
Pero que no se me malinterprete, ‘Enemigos públicos’ es una buena película. Sólo por la labor de Michael Mann detrás de las cámaras merece tratarse como tal. Su puesta en escena sigue siendo de las mejores que hay en la actualidad, dentro del cine puramente americano. Filma como pocos las escenas de acción, dotándolas de una credibilidad y crudeza pocas veces vista. Si en ‘Heat’ la escena del atraco brillaba con luz propia, y en ‘Collateral’, la escena de la discoteca otro tanto de lo mismo, en ‘Enemigos públicos’, Mann parece haberse enamorado de ese tipo de secuencias, y nos regala unos cuantos tiroteos, en los que, una vez más, nos mete de lleno, como si estuviéramos en un fuego cruzado del que nos es imposible salir.
Un virtuosismo técnico que coloca a Mann como lo ya dicho, un director en el que confiar en unos tiempos en los que el cine estadounidense —sobre todo el comercial— está dando unos bandazos increíbles, pareciendo que no da encontrado su sitio. Pero no todo es técnica en el cine, o dicho de otro modo, la técnica esta vez no ofrece resultados artísticos a la altura de lo esperado —malditas sean las expectativas creadas sobre una película ¿o no?—, y es que, como decía Juan Luis Caviaro en su crítica, estábamos antes una de las películas más esperadas del año, uno de esos proyectos que hacían pensar que hablar cinematográficamente del 2009 en el futuro, sería hacerlo con palabras de oro, utilizando todos esos epítetos y adjetivos de los que muchas veces abusamos. Pero no.
Uno de lo mayores problemas de ‘Enemigos públicos’ es haber querido reconstruir la era del Chicago de los años 30 con un hiperrealismo que casi nos traslada a aquellos años, pero que parece muerto. La dirección artística es realmente impresionante —aunque sin vida—, las casas, sus interiores, la ciudad, sus calles, los personajes impecablemente vestidos —diseños de la doblemente oscarizada Collen Atwood— que pululan por ellas. Mann nos lleva de lleno —con una evidente falta de pasión— a un mundo que sólo conocemos por las viejas películas, a las que el director rinde varios sentidos homenajes, sin darse cuenta que en la comparación sale perdiendo. Desde ‘Bonnie & Clyde’ —recitando una misma frase de diálogo que en aquélla—, hasta, cómo no, ‘El enemigo público número 1’ (‘Manhattan Melodrama’, W.S. Van Dyke, 1934), la última película que Dillinger vio antes de morir asesinado a la salida de un cine, y en la que Mann se recrea bastante. Lo que me resulta curioso es que, entre todas las referencias que hay al cine clásico —que casi parecen expuestas para enfrentar las distintas formas de hacer cine entre hoy y entonces—, no se halle ninguna hacia ‘El enemigo público’ (‘The Public Enemy’, William A. Wellman’, 1931) en la que un impresionante James Cagney deja en ridículo la composición de Johnny Depp, para el que esto suscribe, totalmente equivocada en su enfoque, a pesar de que el actor está como siempre fantástico.
Dillinger no parece Dillinger, en realidad admiramos a Johnny Depp y su capacidad para hacer suyo un personaje que está en las antípodas de lo que el actor nos ha ofrecido normalmente. Dillinger era demasiado inmoral como para llevar el amable rostro de Depp. Todo aquel que haya visto ‘Dillinger’ de John Milius sabe a qué me refiero. Lo de Warren Oates en esa película es indescriptible. El hecho de que Depp se aparte totalmente de esa interpretación es algo tan bueno como malo. Bueno porque no hace algo ya hecho, y malo porque lamentablemente, en ese intento de no repetir algo que ya existe, no resulta tan creíble como era de esperar. Enfrentado a él, aunque el verbo no sea el adecuado, un Christian Bale tan soso como en su lamentable composición en el reciente insulto de McG. No sé que la pasa últimamente a este actor, que cuando tiene que compartir película con alguien de su altura, se empequeñece.
El enfrentamiento entre los personajes de Depp y Bale —dos caras de una misma moneda—, está tratado con el mismo enfoque que el realizado entre Al Pacino y Robert De Niro en ‘Heat’ —film con el que ‘Enemigos públicos’ guarda más de un parecido—, aunque sin la misma épica, o el mismo feeling entre los actores. En este caso, el tan esperado cara a cara entre los dos actores/personajes no llega a producirse con la intensidad que requería. Al lado de los dos actores, un extenso reparto en el que sobresale Stephen Lang, a cuyo personaje le dan la oportunidad de cerrar el film en un epílogo tan bien realizado como innecesario. Marion Cotillard no logra estar a la altura de la estrella absoluta —Depp—, aunque la culpa es por lo insulso de su personaje, que por muy bien interpretado que esté adolece del mismo fallo que todos los demás: no resultan interesantes.
‘Enemigos públicos’ está realizada con profesionalidad, con la mano de un artesano que conoce muy bien el lenguaje cinematográfico, pero le falta la garra y la pasión que el mismo Mann dejó impresas en obras anteriores. Potente por momentos —las escenas de acción son impecables—, secuencias para el recuerdo, como la del cine cuando miran a derecha e izquierda —otro homenaje más, concretamente a ‘Los invasores’ (‘49th Parallel’, Michael Powell, 1941)—, pero sin el poso de las grandes obras, lo que pedía a gritos esta revisitación del cine de gangsters, con ecos de Robin Hood, por parte de Mann.