De Michael Mann es bien conocida su cuidada, meticulosa y arriesgada forma de filmar el cine de acción. Siempre ha sido un realizador que ha abanderado las nuevas tecnologías aplicadas al cine, además de un consumado cineasta a la hora de plasmar en imágenes secuencias de thriller, con balas, malos y buenos, y persecuciones maravillosamente coreografiadas. En ‘Enemigos públicos’, ha puesto todo su empeño en aportar una nueva visión a una época y una historia que se presta más a la visión nostálgica, granulada y texturizada que evoque la norteamérica de la Gran Depresión, que a la utilización de las últimas cámaras digitales y el uso de la alta definición que parecen quedar más (y mejor) en el cine de ciencia ficción contemporáneo.
Mann se la ha jugado, intentando romper con ese clasicismo al que se presta el gángster mediático John Dillinger, a base de colores inestables, de figuras recortadas sobre fondos planos y de un virtuosismo luminoso casi extremo. Todo ello lleva a lograr un resultado llamativo, espectacular, curioso y que deja un reposo de cierta frialdad, pero de innegable belleza. Esta apuesta del realizador que lleva a la fotografía de sus cintas (incluso las más olvidables, léase ‘Miami Vice’) a un alarde estético, a la vez eficaz como sofisticado y artificioso, logra que ‘Enemigos públicos’ sea, desde este punto de vista, su trabajo más logrado.
Su dilatada experiencia, su buen hacer como artesano del blockbuster que no renuncia a la calidad, sino que se empeña en lograr escenas brillantes, le hace alcanzar una cota muy alta en este último y esperado trabajo. No se puede desdeñar su trabajo en la puesta en escena, en el cuidado sonido o en un montaje poderoso, pero acaba dando la sensación que resulta víctima de ese preciosismo extremo que tanto ha cuidado. Utiliza con esmero y con un resultado notable un rodaje sofisticado, muy adecuado para retratar la violencia, dura, contundente y casi operística de los años treinta. Ello le lleva a acumular algunas secuencias magistrales y de hondo calado (de esas que siempre se quedan en el recuerdo de una película) como la fuga de Dillinger y los suyos de la prisión o el tiroteo nocturno en el bosque, quizás el mejor momento de todo el filme.
Pero sin embargo, Michael Mann se ciega con su virtuosismo y le pierde el pulso al drama. La historia que adapta, no aporta nada nuevo, como en cambio sí lo hace su elección formal. Su visión interior del gángster acaba siendo muy poco original. Añade el toque romántico, como intento de mostrar su lado más humano. Es cuando uno más se acuerda de su ejemplar ‘Heat’, o incluso de la excelente ‘El dilema’. Ahí había historias interesantes a las que añade su personal estilismo de forma compensada, con mayor originalidad y que sorprenden.
Desgraciadamente en ‘Enemigos públicos’ se aprecian más retazos de ‘Collateral’ o de ‘Miami Vice’ llevados más allá. Elogiables y brillantes momentos que no terminan de componer un relato redondo, también achacable a un guión demasiado convencional que se afana por mostrar al villano como icono popular en una época necesitada de héroes, y a un policía cruel e implacable. Y es que esta nueva visión del mítico John Dillinger (con una correcta y esforzada composición de Johnny Depp) no ha logrado mejorar las ya existentes en la historia del cine. Demasiado simple.
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