El cineasta francés Jean-Jacques Annaud es un artesano que, con no demasiadas películas en su filmografía, ha desarrollado una carrera bastante interesante, con proyectos arriesgados, heterodoxos y bastante ambiciosos. Con sus luces, como la magnífica ‘El nombre de la rosa’ (‘Der Name der Rose’ y sus sombras’, 1986), y sus sombras, como la insulsa ‘Siete años en el Tíbet’ (‘Seven Years in Tibet’, 1997), Annaud ha demostrado su gusto por lo ecléctico y lo aventurero, y su solidez y buen oficio. Era cuestión de tiempo que se interesara por un proyecto bélico, y éste llegó en 2001, con la muy libre adaptación de’La batalla por Stalingrado’, escrito en 1973 por Stuart William Craig, así como en ‘War of the Rats’, de David L. Robbins, que describía el duelo entre dos expertos francotiradores durante la eterna batalla de Stalingrado, uno de ellos el legendario Vasily Grigorievich Zaitsev.
Siendo una de las más caras superproducciones de la historia del cine europeo (la película contó con participación estadounidense, pero también alemana, británica e irlandesa), y aunque las comparaciones con la por entonces reciente y brutal ‘Stalingrado’ (‘Stalingrad’, Joseph Vilsmaier, 1993) eran inevitables, ‘Enemigo a las puertas’ (‘Enemy at the Gates’, 2001) se ve diez años después como un ejemplo de buen cine comercial, que pese a sus arritmias (que las tiene bastante considerables) y sus limitaciones es buen cine de aventuras y más que digno cine bélico, un género en el que muchos cineastas, y no pocos célebres, han probado fortuna, pero en el que muy pocos han salido con nota, pues siempre supone un desafío domeñar los complejos espacios y ritmos del bélico, y al mismo tiempo no caer en un fango de lugares comunes. Annaud lo consigue proponiendo un relato a medio camino entre el melodrama y el western.
Carne de cañón rusa
Algunas voces críticas se levantaron contra la película poco tiempo después de su estreno. La mayoría provenientes de veteranos o especialistas rusos, que se ofendían por el tratamiento que en los primeros minutos se da a los oficiales rusos, que poco menos entregan al grueso de sus tropas al matadero, casi sin armas, contra las feroces defensas alemanas. Como no sé si es cierto o no, porque no soy ningún experto, me limitaré a decir que no parece muy disparatado que ocurrieran cosas parecidas, pues el pueblo ruso es uno de esos eternamente maltratados por sus dirigentes, y en cierto modo esta película es un homenaje a los desamparados, a los humildes arrastrados por la maquinaria bélica hacia una guerra que les importa poco porque no tienen ni de qué comer. A medida que avanza la historia, Annaud deja paso al corazón de la historia, el enfrentamiento entre los tiradores, pero nunca pierde de vista al pueblo llano, que es siempre el que más sufre, lo que le honra.
Exagerado o exacto, lo cierto es que el comienzo impresiona. Con el desembarco de ‘Salvar al soldado Ryan’ (‘Saving Private Ryan’, Steven Spielberg) siempre en la recámara de la memoria, las imágenes de Annaud no desmerecen. Notable es también la presentación del niño Zaitsev, que aprende a disparar para no morir de hambre, y que en su juventud es reclutado a la fuerza para contener el imperioso avance de los nazis en la que será la más sangrienta batalla (documentada) en la historia de la humanidad: entre tres y cuatro millones de muertos, entre ellos un millón de civiles. Sentimos la magnitud del evento ya en las barcazas del Volga, y mucho más cuando los oficiales están dispuestos a sacrificar a miles de soldados en la Plaza Roja con tal de mantener alguna esperanza de victoria. En medio del desastre, Zaitsev (un buen Jude Law) se revela como un tirador fuera de serie, y el comisario Danilov (un competente pero algo desvaído Joseph Fiennes) le utiliza como icono para subirle la moral a las tropas.
Tenemos, por tanto, una también interesante descripción de las artimañas de la propaganda de guerra, que ejerce tanto de cortina de humo como de ensalzadora de valores patrios, deshumanizando casi siempre a los soldados que participan de ella. Zaitsev se sentirá siempre incómodo con la etiqueta de héroe y estandarte de los valores soviéticos, y no tendrá miedo de admitir su inferioridad frente a su oponente König (un impresionante, como casi siempre, Ed Harris) y de ignorar lo que se espera de él, enamorado además de la misma mujer que Danilov, la valiente Tania Chernova (interpretada por una más que convincente Rachel Weisz). Pero al final todo esto acaba siendo muy secundario frente a lo que verdaderamente importa: los intensos duelos entre el oficial alemán de alta cuna y el campesino ruso, que son de lejos, de muy lejos, lo mejor, lo más interesante y emocionante de la película, y que acaban sabiendo a poco, engullidos por el necesario (para la taquilla y para los diferentes targets de público) envoltorio melodramático.
Pero podemos fantasear con una versión íntegramente compuesta por los varios y muy ingeniosos duelos entre ambos contendientes, que no se vea continuamente interrumpida por triángulos amorosos ni justificaciones históricas. Un duelo en el que la vida y la muerte se definen en un microsegundo, y en el que detalles como la distancia, la velocidad del viento, los trucos visuales para despistar al otro, las ruinas como trampa pero también como escondite, entre otros muchos detalles cruciales, fueran la materia primordial de la película. Así, obtenemos momentos trepidantes como la bestial muerte del personaje de Ron Perlman, el juego de espejos en pleno bombardeo, o la larga espera del objetivo anhelado, luchando para no dormirse. Momentos que beben, como casi todo gran cine de aventuras que se precie, de los códigos y los rituales del western norteamericano.
Conclusión
Una más que digna aventura, con algunos bajones de ritmo que no consiguen perjudicar las grandes secuencias, más bien crean una enorme expectación por ellas. Los actores están bastante bien, sin grandes alardes, y la fotografía de Robert Fraisse logra extraer de los edificios destripados y de las hierros retorcidos de una ciudad arrasada toda la fuerza expresiva que cabría esperar. En definitiva, sin ser de lo mejor del género, sí que es una propuesta estimable.