Había una vez una chica de 31 años a la que, a pesar de intentar cultivar la madurez y el cinismo, todavía le apasionaban los cuentos de hadas.
Desde hacía décadas la pobre tenía que conformarse con revisionar de vez en cuando algunos clásicos de Disney como Cenicienta, La Sirenita o Blancanieves y a soñar, ajena a los tiempos que corren, con que en la actualidad alguien se atreviera a volver a hacer algo parecido, y que no fuera un bodrio.
Un día, de repente, oyó hablar de Encantada, un film de Disney que se definía como una comedia romántica moderna de acción real. Emocionada buscó en internet la sinopsis y pudo leer lo siguiente:
La película cuenta la historia de la bellísima princesa Giselle a la que una reina malvada expulsa de su mundo mágico y musical. Giselle se enfrentará a la cruda realidad de las calles del Manhattan actual. Inmersa en un entorno en el que el "fueron felices y comieron perdices" no funciona, Giselle deambula por un mundo caótico que necesita urgentemente unos cuantos hechizos. Pero Giselle se enamora de un abogado divorciado, encantador pero nada perfecto que decide ayudarla. A pesar de que en su mundo está prometida al príncipe de cuento de hadas, se hace la siguiente pregunta: ¿su visión del amor ideal tiene futuro en el mundo real?
La cosa no pintaba mal, además de que tras ver el trailer le pareció que el reparto compuesto por Amy Adams, James Marsden, Patrick Dempsey y Susan Sarandon resultaba de lo más adecuado.
Ya estaba casi decidida, pero la lectura de la crítica realizada por su compañero Antonio Toca se interpuso en su camino sembrando la duda. Aún así, varias semanas después de su estreno, dispuesta a enfrentarse a la mediocridad, se dirigió a un multicine de barrio con la intención de no perder la oportunidad, en el caso de que la hubiera, de disfrutar de un poco de magia.
Acomodada en la oscuridad del cine, cubo de palomitas en mano, y rodeada de menores de edad por todas partes se sintió al principio un poco estúpida, pero el arranque animado del film (toda una declaración de intenciones) consiguió atraparla al instante, haciéndole olvidar sus pequeños reparos.
Pronto se dio cuenta de que Encantada conseguía reírse de todos los elementos característicos de sus cuentos favoritos, pero desde dentro, sin dejar de ser uno más de ellos. Y eso fue lo que más le gustó, ya que el film presentaba un perfecto equilibrio entre huir del ridículo y el empalago aliviándolo con humor, pero sin necesidad de hacer escarnio de un mundo que, a pesar de sus inocentes y desfasados mensajes, había proporcionado momentos maravillosos.
Los homenajes a la filmografía Disney eran constantes, y la chica (que ya se había olvidado por completo de que tenía 31 años) disfrutó mucho reconociéndolos. Entre la carcajada y la nostalgia el tiempo transcurrió volando, y cuando se quiso dar cuenta, ya estaban acabando los títulos de crédito y habían encendido las luces de la sala.
Cuando salió del cine todavía se quedó un rato saboreando lo que había visto, pensando en lo bien que lo hacían Amy Adams y compañía, recordando los números musicales y algunos de los momentos más divertidos (el de los animales de ciudad ayudando a limpiar la casa es insuperable, o cualquiera de los protagonizados por la ardilla medio muda).
Al contrario que a su compañero Antonio Toca, a ella no le pareció que fuera una idea desaprovechada.
¡Cómo no iba a tener un final edulcorado y previsible! Se trataba de un auténtico cuento de hadas ¿Qué otro final podía tener?.
Le pareció que hubiera sido mucho más fácil no ceñirse a la estructura convencional del cuento Disney, en busca de una película más adaptada al cine actual. Por eso mantener el baile, el ataque de la bruja, y los besos de amor verdadero, eran realmente la opción más arriesgada, la más auténtica y a juzgar por los suspiros que le consiguió arrancar, la más acertada.
Pensó incluso que era una de esas películas que le gustaría adquirir, cuando tuviera la oportunidad, para volver a verla de vez en cuando como hacía con Blancanieves, Cenicienta y todas las demás. Aunque luego nunca se atreviera a contárselo a nadie.
Y como en los viejos tiempos esa noche cenó batido, se acostó temprano y soñó que ella también era una princesa.