A la última película de Guerín, En la ciudad de Sylvia, se le han adjudicado muchas pretensiones, simbolismos y grandes intenciones que a mí se me escapan por completo.
Desde aquí animo al que se haya dedicado a buscarlas (o directamente las haya encontrado) a que las comparta con nosotros, pero yo de momento, en este primer visionado (me quedé con las ganas de algunos más), me decanto por la sencillez de un dulce paseo por Estrasburgo, de la mano de un enamorado del amor, que se dedica a contemplar mujeres como una especie de nostálgico pasatiempo.
Xavier Lafitte da vida al que en principio se supone protagonista, de una forma tan discreta, anodina e inexpresiva, que uno no tarda en comprender que los principales son otros. La ciudad, las calles, las mujeres, los pequeños detalles e incluso los propios espectadores, que tenemos la oportunidad de deleitarnos con todo eso, a un ritmo inusual en el cine de hoy en día, pausado y sorprendentemente real.
Hay mucha belleza en todo el film, empezando por el aspecto angelical de Lafitte, y siguiendo por todos esos rostros femeninos, más o menos perfectos, con melenas ondulando al viento, hombros desnudos, pezones erectos, sonrisas disimuladas y pecas estratégicas.
Momentos mágicos en que las miradas se pierden entre el recorrido del tranvía y podemos disfrutar de Estrasburgo como si estuviéramos allí, con los ruidos de la calle, la música de los violinistas, el color de las terrazas o los breves diálogos de algún transeúnte. Ningún artificio aparente, ni siquiera una banda sonora que aligere un poco algunas escenas más largas de lo políticamente correcto.
Así transcurre En la ciudad de Sylvia. Como una excursión improvisada a la que cada uno de nosotros le podemos encontrar diversas motivaciones.
Pero que nadie se asuste antes de tiempo, la película también contiene una historia. Un antes y después de aparecer "ella", que no es la mujer que busca, pero si la que encuentra.
Ella está interpretada por Pilar López de Ayala, que incluso rodeada de tanta preciosidad, sencillamente resplandece. Ella parece ser el sentido o la excusa de una película que principalmente es una auténtica gozada para las pupilas.
Se sale del cine con esa sensación de paz y sosiego que da observar algo hermoso muy de cerca. Vacío o no eso dependerá, como todo, del cristal con que se mire.
En Blogdecine | "En la ciudad de Sylvia": un observador observado
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