El cine no es esa cosa maravillosa que tantos proclaman. A ver si nos enteramos de una vez. El cine es basura. Ahora bien, hay directores que dignifican esa basura con su talento y su pasión. No voy a nombrarlos aquí porque no quiero incluir sus nombres en este texto. Sería ensuciarles. En lo que toca a la última comedieta romántica de Disney, que se estrenó en Estados Unidos a principios de año y llega ahora a nuestras salas, medio año más tarde (cuando se rumoreaba que saldría directamente a DVD), son sencillamente noventa minutos perdidos de mi vida.
Ya me gustaría a mí que fueran noventa minutos sólo de mi vida, pero supongo que el viernes que viene habrá algunos que se dejarán caer en las salas (no creo que sean muchas) donde se proyecte, y a lo mejor entre ellos hay a quien le parezca divertida, o “bonita”. No sé qué me estremece más, si el hecho de que cada año se destine dinero a levantar esta clase de sub-productos, o que encuentren su público, por reducido que sea. Una cosa es segura, bazofia como esta ya la hemos visto muchas veces, y empieza a ser cansino, por no decir insultante.
Es decir, historias sobre la búsqueda del amor verdadero entre un hombre y una mujer (como diría Don Draper en la genial ‘Mad Men’, un invento de los vendedores de medias), desamores chorras, redenciones sentimentales, y cosas tan importantes como esa. ¿Cuántas películas hemos visto ya con esa historia? ¿Cientos? ¿Miles? Y vista una, vistas todas. Esta reincide en todos los aspectos negativos del subgénero en cuestión, y lo hace de manera catastrófica, evidenciando que si esto es cine, el artefacto se nos muere, o se nos está muriendo, y no existe posibilidad de salvarlo.
La historia (si se le puede llamar así) es la siguiente: muchachita estupenda y super-pija (aunque en plan cultureta, porque se dedica a montar exposiciones de arte…ejem), interpretada por la rubia de ojos azules angelical Kristen Bell, vista en ‘Gossip Girl’ o en el videojuego ‘Assassin’s Creed II’, no quiere volver a enamorarse porque lo ha pasado supermal, o sea. Y resulta que su hermanita se casa con un italiano macizo en Roma, y allí nuestra prota se hace con algunas monedas de la Fontana de Trevi, con lo que desencadena un hechizo que provoca que los antiguos dueños de esas monedas se enamoren de ella.
Como no podía ser de otra manera, el director (es un decir) del engendro, Mark Steven Johnson (glorioso responsable de ‘Daredevil’ y ‘Ghost Rider’, veneradas obras maestras del cine de aventuras), retrata Italia, concretamente Roma, como una sucesión de irritantes y superficiales postales, y a los romanos como una panda de idiotas, y a su cultura como si acabasen de bajar del monte con las cabras. Es tal cual. Pero la ciudad de Nueva York, de donde provienen los estupendos americanos de la historia, también es retratada como una postal, con lo que no se les puede acusar precisamente de jugar sólo con tópicos extranjeros.
A la muchachita le subyuga cierto personaje (interpretado por Josh Duhamel, visto en la serie ‘Las Vegas’, no precisamente una gran serie) alto, guapetón, un tanto torpe. Entre ambos tendrá lugar una relación absolutamente inverosímil y sin la menor chispa. Para colmo, del centenar de chistes (ya sean gags visuales o diálogos) no se salva ni uno, pues ni uno solo de ellos tiene maldita la gracia. Aunque claro, no hay nada de ingenio ni de talento en el guión de David Diamond y David Weissman.
Por el fotograma deambulan Danny DeVito, Anjelica Huston, Shaquille O’Neal o incluso un envejecido Don Johnson. Supongo que habrán pensado que es mejor salir aquí, y cobrar un sueldo, que quedarse en su casa. Pero se equivocaron, hubiera sido mejor quedarse en su casa que ensuciar sus carreras (sobre todo en el caso de los dos primeros) añadiendo esta cosa a sus trayectorias. Lo peor de todo no es el cúmulo de hechos expuestos hasta aquí, si no que seguirán haciendo comedietas como estas, que insultan la inteligencia del espectador, y las seguirán haciendo durante mucho tiempo, porque siempre encuentran un público que las apoye. Es la ley de la pasta.