Si habéis estado en Viena, sabréis que allí todo está dedicado a Sissi: el castillo de Sissi, el museo Sissi, el carruaje de Sissi... Durante más de un siglo, la emperatriz ha fascinado a múltiples generaciones, y gran culpa de ello lo tiene el cine: para muchos, Romy Schneider representa el personaje de forma eterna, sin importar lo que digan los documentos históricos. Ahora, Vicky Krieps viene a poner una nueva cara a la emperatriz en una película sobre la angustia vital, la búsqueda de identidad y un corsé cuanto más apretado mejor.
Esta no es la Sissi de tus padres
La leyenda de Sissi nos la pinta con las mejillas sonrosadas, una sonrisa en la cara y enamorada de su consorte Franz. Un amor de película, vaya. Hubo incluso una serie de dibujos franco-canadiense, 'La princesa Sissi', que a finales de los 90 insistía en el mito de la emperatriz luchando por su amor y su matrimonio. Con este maremágnum de ideas preconcebidas que todos tenemos en mente, 'La emperatriz rebelde' viene a subvertir, en un giro muy propio del siglo XXI, todas las expectativas que teníamos sobre el personaje histórico.
El problema principal de esta película es, simplemente, que se le puede achacar el cansancio de los biopics subversivos. No en vano viene después de 'Spencer', 'María Antonieta' o 'Blonde': aunque la subversión del biopic siempre es interesante, no es tan rompedora o novedosa como aquellas, y en ocasiones la búsqueda y explicación de la tristeza eterna se queda un poco a medias. Puede que incluso por momentos se asemeje más a la idea de 'Érase una vez... en Hollywood' y su relato histórico desmemoriado, pero lo cierto es que 'La emperatriz rebelde' casi parece más la continuación de una tendencia que una cinta innovadora por méritos propios.
Desde luego, si la película termina cayendo un poquito más bajo de lo esperado no es por culpa de una espectacular Vicky Krieps, que confirma que es una de las actrices más en forma de nuestros días. Su interpretación, tan melancólica como icónica, es un auténtico prodigio que rompe los límites entre actriz y personaje, haciéndolo uno. Es una simbiosis fascinante digna de estudio, acompañada por una intencionalidad artística, casi pictórica, en la dirección.
We're gonna party like it's 1867
Marie Kreutzer, la directora de la cinta, no se resiste a quitarle hierro al devenir de Sissi. 'La emperatriz rebelde' nunca tiene el dramatismo a veces involuntariamente paródico de 'Spencer', acercándose más a la rotura iconoclasta de la cinta de Sofía Coppola. No hay zapatillas Converse ni música rock: si 'María Antonieta' era la imagen rebelde y adolescente, esta es una evolución con un tono más maduro y serio, pero que igualmente permite al siglo XXI entrar mediante versiones de canciones actuales y detalles que no se tratan de ocultar (salidas de incendios, luz eléctrica...). Esta manera de mantener al espectador siempre alerta ante la ficcionalidad de la historia ayuda a mitigar el dramatismo, incluso si no era la intención de la directora.
Aún sin estos toques, era inevitable que la actualidad se colara por las grietas del metraje: una película como esta trata temas poderosamente actuales valiéndose del pasado como excusa. La pizpireta Sissi se transforma ante nosotros en una mujer cercana a los cuarenta metida en una vida repleta de frustraciones a las que no ve salida posible más allá de la ruptura con los modales propios de la época y lo que se espera de ella. Feminismo y empoderamiento a pesar de todo entre tacitas y palacios.
Quien espere en 'La emperatriz rebelde' una clásica película de reyes, reinas, te, cotilleos y abanicos al estilo clásico, es mejor que vuelva a los clásicos de Romy Schneider. Curiosamente, la vida de la actriz, que acabó encasillada en el papel de Sissi, guarda paralelismos innegables con nuestra protagonista: ambas tratan de quitarse una losa que dicta externamente quiénes son y lo que deben hacer, aún a costa de su propia salud mental.
Que sí, Sissi
El problema de la película no es de su guion, ni de un reparto fabuloso, un apartado técnico que lo da todo (ojo a esos exteriores rodados con una belleza exacerbada) o una dirección que se mete hasta en los rincones más incómodos de la emperatriz. Su mayor falta viene del mismo tono de la cinta, que en su propia livianeidad tiene su pecado: el dramatismo de la vida de Sissi no termina de estar bien hilado, sus coqueteos carecen de importancia y, si sentimos pena o angustia por el personaje, es más por la increíble mutación interpretativa de Krieps que por lo que se nos cuenta.
'La emperatriz rebelde' trata de encapsular los pequeños momentos de placer que dan sentido a la vida de Sissi, al mismo tiempo que muestra cómo la corte se avergüenza de su comportamiento. La rebeldía de la propia película ante lo establecido a lo largo de los años tiene un final satisfactorio que rompe por completo toda la idea de biopic que no hubiera estado rota ya antes y deja paso a la ficción basada en un personaje real: ni es, ni pretende ser, nada más que el retrato psicológico de una mujer rota que no puede, ni sabe cómo, ser feliz.
Sissi muestra el dedo de en medio mientras se aleja fumando, se pone el corset lo más prieto que puede, intenta acercarse sexualmente a su marido, se niega a aceptar su edad, habla con su hijo, se apaga aún más... 'La emperatriz rebelde' es un retrato convincente de una vida en pausa eterna que no tiene nada al tenerlo todo. Aunque no es tan convincente como Larraín o tan rompedora como Dominik, la cinta de Kreutzer tiene una autenticidad que la hace única, alejada del histrionismo y centrada en un tono tan apacible como desconsolador. No es perfecta, pero, llegados a este punto, ¿quién necesita la perfección?
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