Es complicado para el espectador actual hacerse una idea de la envergadura y el impacto en su día de 'Bonnie y Clyde', el clásico de Arthur Penn de 1967. A veces nos quedamos en la superficie, en la brutalidad de su secuencia final, y en la perturbadora belleza de la muerte a cámara lenta de los dos jóvenes, amantes y delincuentes, que pusieron en jaque a las fuerzas del orden del país y se convirtieron en estrellas comparables a las del cine, jaleadas y adoradas por la deprimida América de los años treinta.
En 1967, convertir a dos delincuentes en antihéroes aún era un desafío, y Penn salió airoso gracias al demoledor atractivo de Warren Beatty y Faye Dunaway, que dieron vida a los dos jóvenes atracadores. El director rubricó uno de los clásicos indiscutibles de la primera hornada del Nuevo Hollywood, poniéndose al lado de los bandidos y retratando sus fechorías como una especie de protesta trepidante de una clase trabajadora que, literalmente, no tenía nada que perder. El mejor resumen de su propósito estaba en el slogan del filme: "Son jóvenes... están enamorados... y matan gente".
'Emboscada final' se plantea como una visión alternativa de aquella película: sobre el papel, propone una visión alternativa de los mitificados bandidos y su no menos idealizado romance. No parece mala idea: reformular las mitologías siempre es atractivo, y poner a quien antes era el foco de atención en un plano secundario para centrarnos en personajes a quienes no se había prestado atención con anterioridad es un recurso narrativo que puede dar resultados tan interesantes como 'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford', donde lo que nos interesa no es el célebre pistolero.
Y sobre el papel, insistimos, la idea de presentarnos a los policías que dieron caza y captura a Bonnie y Clyde tiene gran atractivo, porque son unos villanos/antihéroes peculiares: son la fuerza del orden. Tuvieron que recurrir a fuerza letal para detener a los dos imparables jóvenes. Se enfrentaron incluso a la opinión pública de su época, que veía a los atracadores y su banda como poco menos que actualizaciones de Robin Hood. Los villanos, a ojos del público, son quienes protegen a la ciudadanía. Una serie de contradicciones que sin duda daban para un relato capaz de reformular el perturbador panteón gangsteril de los años treinta.
Emboscada final: el lado erróneo de la ley
Por desgracia, 'Emboscada final' no está interesada exactamente en ese enfoque de la historia. Sus protagonistas son Frank Hamer (Kevin Costner) y Maney Gault (Woody Harrelson), dos agentes federales retirados que vuelven a su antiguo trabajo como cazadores de fugitivos para atrapar a Bonnie y Clyde. Y su actitud, que la película parece respaldar sin problemas, es que el plomo y la mano dura es la mejor forma de acabar con la delincuencia. Posicionándose sin absolutamente ninguna duda moral al lado de un par de policías con "licencia para matar", 'Emboscada final' deja escapar la interesante oportunidad de analizar desde el otro lado de la barrera por qué dos asesinos se convirtieron en fenómenos de masas.
La película de John Lee Hancock (muy lejos de las sutilezas de otros biopics que ha firmado, como 'El fundador' o 'Al encuentro de Mr. Banks', posiblemente porque el guión de John Fusco no da para más) adopta una postura casi apologética del ajusticiamiento de los delincuentes, pero no en la onda descerebrada y en última instancia inocua de 'Death Wish'. En su lugar, inyecta moralina a veces tan vergonzosa como la conversación de Hamer con el padre de Clyde Barrow, que da permiso al policía para que le pegue un tiro a su hijo. Es decir, 'Emboscada final' llega a justificar moralmente a unos personajes que habrían sido mucho más interesantes, contradictorios y humanos sin ese respaldo moral.
Hay en 'Emboscada final' alguna secuencia en la que el policía interpretado por Costner, con un comportamiento sin fisuras ni dudas, suelta una arenga a algún partidario de Bonnie y Clyde (que, recordemos, eran delincuentes y asesinos accidentales, sí, pero recibían el apoyo de las clases humildes por plantarle cara a un sistema corrupto, una contradicción que nunca se explora aquí), le parte la cara... y lo convierte. Hamer y Gault van más allá de abrirse paso a tiros, es que van convenciendo a su paso a base de discursitos sobre la moral, la justicia y la conveniente manipulación de quiénes son buenos y quiénes son malos, como hace la Gobernadora de Texas al principio de la película, dejando claro ante un periodista cómo trata ella a quienes se oponen a la ley.
'Emboscada final', por irritante que sea su planteamiento, no es un desastre absoluto. El callo como intérpretes y el carisma de Kevin Costner y Woody Harrelson (sobre todo del segundo) sale a flote con facilidad, y prácticamente todo el filme se sustenta sobre ellos y sus gruñonas encarnaciones de dos policías que han vivido mejores (y más sencillos) tiempos. Una pena que ni el pasmoso presupuesto de 49 millones de dólares, que ni remotamente se plasma en las imágenes, ni el enfoque de su guión, den un lustre mínimo a una película condenada a pasar desapercibida.
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