En 2001, el estreno de 'Moulin rouge' cambió mi vida. Ese montaje extenuante acompañado de un jukebox constante con versiones que apabullarían a cualquiera ('El tango de Roxanne' sigue siendo una obra maestra) y una historia de amores y desamores alzaba a Baz Luhrmann al estrellato de lo moderno con una película pretendidamente estrafalaria que escondía cientos de trucos bajo su manga. Han pasado veinte años, y Luhrmann ha intentado repetir la jugada musical con 'Elvis'. Ha recibido aplausos allá por donde ha pasado, pero, pese a todas las loas, en el fondo parece que nos hemos dejado engatusar por un papel de colores y brillantina que escondía en su interior lo mismo de siempre.
Auanbabulubabalambambú
Los primeros minutos de 'Elvis' son fabulosos: un inicio vibrante y potente que no te deja respirar, te coge de la pechera y te lleva por diferentes épocas creando un mosaico de la vida de Elvis Presley. Es emocionante, espídico, divertido y promete un biopic único en su clase. Es Baz Luhrmann al máximo nivel dedicado a engancharte en la historia del Rey. Sin embargo, no es capaz de seguir con este nivel y la burbuja se deshincha a toda velocidad hasta que al final solo queda un biopic al uso que exagera las bondades de su protagonista añadiendo a un villano de opereta (incluso en el look) y pasando por encima de sus variados deslices.
'Elvis' intenta reinventar la rueda, sin darse cuenta de que ya está inventada y todos la conocemos bien. De hecho, la película cuenta una y otra vez la misma historia en diferentes set pieces, sin permitir su evolución: Elvis quiere ser libre, el Coronel no le deja, amaga con abandonarle, se deja engañar y al final vuelve a sus brazos. Quiere jugar en otra liga diferente al resto de biopics pero hacerlo con sus mismas armas, y el resultado queda desangelado.
Bajo ningún concepto 'Elvis' es una mala película, por supuesto. Técnicamente es una maravilla, el departamento de maquillaje hace un trabajo exquisito (incluyendo la papada propia de un cartoon de Hannah Barbera de Tom Hanks) y las interpretaciones están a la altura. Pero, por mucho que destaque en estos apartados, cuando llega al segundo acto, la cinta se estanca junto a la carrera de Elvis: el montaje chillón y llamativo no consigue evadir al espectador de la repetición constante de los mismos conceptos, idealizados a mayor gloria de su protagonista.
Hay poco rock and roll
El inicio de la cinta de Luhrmann es como entrar de cabeza en una lavadora en pleno centrifugado: el desorden en la narración y su ruptura absoluta con la manera de contar las historias más clásica suponen un reto emocionante y vibrante. Por eso cuesta más hacerse a la idea de que, una vez que el director se ha cansado de los fuegos artificiales, se pliega al narrativismo más añejo y no lo abandona hasta el final, donde la propia película nos despide con las típicas líneas explicando el destino de los personajes. Como el propio Elvis, la película empieza siendo rupturista para, al final, ceñirse a lo que se espera de ella.
Y es una pena que 'Elvis' no se atreva al cien por cien a confiar en su propia manera anárquica de contar una historia y le falte rock and roll. Sí, no es 'Bohemian rhapsody' (como el ejemplo de biopic efectivo más blando y prototípico posible), pero toma decisiones erradas, como la de dejar que el narrador de la historia sea el Coronel... aunque cambiando el punto de vista según le venga bien. La película hubiese funcionado mejor si no nos la contara el villano de la misma tratando de convencernos de que todo lo hizo por el bien de Elvis. Se agradece el riesgo, pero no sale todo lo bien que debiera, especialmente porque la cinta pasa tan de puntillas por la caída en el infierno del cantante que algunas de sus decisiones no se terminan de comprender.
El problema con querer hacer el biopic más épico de la historia es que tienes que estar seguro de que la historia que cuentas lo es. Y aunque sin duda la vida de Elvis Presley es apasionante, Luhrmann no ha terminado de atinar en el ángulo correcto: la película pasa muy por encima por partes vitales de su vida, centrándose en anécdotas, viñetas de su vida alargadas que muestran a un Elvis excesivamente ingenuo: la ficción del personaje se come por momentos su realidad.
Mi rock perdido
'Elvis' quiere llamar tu atención prometiendo lo que después no es capaz de dar, quedándose en el espectáculo de circo y caricaturizando a sus personajes hasta el delirio. El Coronel es un desalmado villano de cómic de los años 60, y Elvis es un idealista de corazón resignado a la vida que el primero le ha dado. Luhrmann se niega a entrar en matices y pintar la historia en tonos grises.
La cinta quiere ser tan extrema que no acepta detalles o personajes ambivalentes. Como si de un comentario en Twitter se tratara, todo es blanco o negro, e incluso las infidelidades de Elvis o sus problemas con las drogas se pasan por alto o son culpa directa de otras personas. En esta fantasía rocambolesca, todo lo malo que hace Presley está provocado por otras personas, y él no es sino un benefactor de los demás, un alma pura corrompida por las circunstancias.
Lo sorprendente de 'Elvis' es que los motivos por los que te gusta pueden ser exactamente los mismos motivos por los que a mí me ha dejado frío. La pantomima, el circo, la brillantina o la simpleza narrativa que esconden son ejemplos que dividen según los gustos de cada cual. Estoy convencido de que Luhrmann tiene mucho más que contar (y de manera más original) que lo que podemos ver en 'Elvis': sigue siendo un maestro de ceremonias espectacular, pero se pierde a mitad de función. Ojalá haberle visto funcionar a pleno rendimiento, sin dejar prisioneros por el camino.
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