Hoy se estrena en nuestro país una película que no debería pasar desapercibida, aunque tiene todas las papeletas para ello. Se trata de ‘The Visitor’, la nueva película de Tom McCarthy, con el veterano Richard Jenkins como protagonista. Una producción independiente que data de 2007 y que posiblemente ni se habría estrenado aquí de no ser por la nominación al Oscar lograda por Jenkins, algo que puede servir de gancho para el público. Porque ni los nombres propios ni la historia sirven para ese propósito.
Y es que ‘The Visitor’ (título que quizá no hayan traducido para no pillarse los dedos, pues significa “visitante”, pero también “invitado” o “forastero”) no cuenta una de esas historias que suelen triunfar en la taquilla. Todo gira en torno a Walter, un hombre de mediana edad que podríamos catalogar de “muerto viviente”. Es viudo y su vida pasa sin ningún interés, está solo y parece que nada le anima. Sin embargo, un fortuito giro del destino será la chispa que inicie toda una serie de acontecimientos que proporcionarán a Walter la oportunidad de cambiar.
En síntesis, la película va de un hombre que se cree acabado, que parece acabado, pero que ante una serie de hechos que se cruzan en su camino, decide dar un giro en su vida, implicándose en lo que ocurre a su alrededor y recuperando la energía que creía perdida. Decide darse una segunda oportunidad. Aunque la película tiene otros personajes importantes, se sostiene sobre los hombros de Walter, y de no ser por la excelente interpretación de Richard Jenkins, la historia perdería muchísimo interés.
Jenkins, a quien pudimos ver recientemente en dos famosas comedias (‘Hermanos por pelotas’ y ‘Quemar después de leer’), se mete en la piel del personaje de una forma que parece que éste se escribió a su medida, específicamente para que este actor lo interpretara. Su composición desprende una gran naturalidad, en todo momento, a pesar de la notable evolución del personaje, llevada a cabo con cuidada sutileza (lo que es muy de agradecer en estos tiempos, que todo se sirve tan mascadito) y verosimilitud. Si no conociéramos al actor, de sobrada competencia y versatilidad, podríamos llegar a pensar que realmente él es Walter, con otro nombre.
El solitario y amargado Walter da clases (una, para ser más exactos) en la universidad, mientras prepara su nuevo libro y aprende a tocar el piano. Su trabajo como profesor es rutinario (es el típico que todos hemos sufrido, no una sino en varias ocasiones), lo del piano digamos que no se le da nada bien y tampoco parece muy interesado en sentarse a escribir el libro. Su existencia transcurre sin la más mínima emoción o ilusión; es un autómata.
Entonces surge la chispa. El destino le tiene preparada una sorpresa. Con motivo de la presentación de una tesis de la que es co-autor (en realidad, como pronto revela, sólo puso la firma), Walter debe trasladarse unos días a Nueva York, donde tiene un apartamento en el que hace años que no entra. Al llegar, sin embargo, descubre que la vivienda está ocupada. Tras un primer y violento malentendido, Walter descubre la historia de una joven pareja, Tarek (Haaz Sleiman) y Zainab (Danai Gurira), un sirio y una senegalesa que habían alquilado el piso de buena fe, engañados por un tercero.
La primera reacción de Walter es la obvia, la que le dicta su entramado robótico: esto no va conmigo, no implicación. Ve cómo la pareja se marcha de su casa y queda solo de nuevo. Sin embargo, algo cambia pronto en su interior y decide bajar a la calle y buscar a los chicos, por si necesitan ayuda. Efectivamente, Tarek y Zainab no tienen donde pasar la noche y aceptan agradecidos el ofrecimiento de Walter de volver al apartamento y quedarse unos días. Lo que comienza, naturalmente, como una convivencia incómoda y complicada pronto va dejando paso a la amistad y el respeto que surge entre Walter y Tarek, que se gana la vida tocando el djembe (o yembé) en locales nocturnos.
Es la música la que sirve de puente entre dos personas tan diferentes y, en principio, opuestas como ellos; un puente igualmente entre las culturas y los mundos que ambos representan. Porque ‘The Visitor’ habla de la soledad, la amistad, la música, los cambios vitales, pero también, y no menos importante, de inmigración. El que la película transcurra en Nueva York tiene un cierto toque irónico que va acorde con la carga crítica que McCarthy incluye en su historia, ya que su imagen ha pasado de ser una atracción para la inmigración a justamente todo lo contrario, tras el histórico 11-S.
La crítica a la actual política de inmigración norteamericana entra de lleno en la película, para formar parte esencial de la historia, a partir de la desafortunada detención de Tarek, que al igual que su novia, estaba residiendo ilegalmente en el país. El muchacho es llevado a una especie de cárcel de inmigrantes sin papeles, en la misma ciudad de Nueva York, donde le retienen a la espera de resolver su situación. Walter le visita regularmente y le consigue un buen abogado; además, tendrá que ayudarle también cuando la madre (Hiam Abbas) llega a la ciudad, tan sola y desamparada como todos los personajes de esta película, un reflejo de la vida.
‘The Visitor’ tiene ese ritmo difícil, lento, para el gran público, y ciertamente hay algunos momentos de escaso interés, pero la fuerza de la historia, el gran trabajo de todo reparto y la naturalidad con la que sucede todo, la convierten en una película muy recomendable, un estupendo drama que va ganando en intensidad conforme pasan los minutos. Un título perfecto para el espectador cansado del cine comercial.