Hace poco más de un mes salió a la venta 'El Velo Pintado' (The Painted Veil, 2006), que en su momento se me escapó, no tanto a mi compañero Juan Luis que la vio cuando se estrenó y nos hizo partícipes de su desgracia. No puede ser, me dije yo, una film con una pareja de actores excelentes, una historia como las de antes y unos escenarios exóticos maravillosamente fotografiados, más una banda sonora de las que se quedan grabadas en la memoria, no puede ser tan malo.
Hace unos días pude comprobar que mi compañero cinéfilo no andaba tan desencaminado en su apreciación, o por lo menos un servidor pensaba más o menos lo mismo. Quizá a mí me ha gustado más que a él, pero debo confesar que estamos ante una de esas películas que deslumbran por su exquisitez visual, pero a la hora de contarnos una historia nos sumen en el más profundo de los aburrimientos, tal vez por un esquema demasiado mecánico y previsible en su estructura narrativa.
'El Velo Pintado' narra en los años 20 la historia de Kitty, una mujer que por alejarse del seno materno se casa con un joven médico que confiesa estar enamorado de ella. Juntos se trasladan a Shangai, donde ella conocerá a otro hombre con el que mantendrá una relación amorosa. Cuando el marido se entera, aceptará un trabajo en una región perdida del país en la que hay un brote de cólera. Kitty se verá forzada a acompañarle, y allí lejos de la civilización comenzarán una nueva vida.
La película nos muestra en su primera mitad el viaje a ese lugar remoto mientras en numerosos flashbacks se nos va dando la información de cómo llegaron hasta esa situación. Todo muy preparado, muy estudiado y también muy evidente. A partir de ahí el film se centra en la relación de los dos personajes centrales, caminando por derroteros demasiado trillados, alargando en exceso la situación. Algo que se nos presenta con un envoltorio realmente lujoso. Es imposible no sentirse maravillado por los bellos paisajes que por el film desfilan, y estupendamente fotografiados por Stuart Dryburgh, quien consigue aquí el que muy probablemente sea su mejor trabajo. También es imposible no dejarse embriagar por la excelente banda sonora, enormemente descriptiva y emotiva, obra de Alexandre Desplant, quien recibió un Globo de Oro por su trabajo, el cual curiosamente no fue ni nominado al Oscar. Y es en estos dos apartados donde la película consigue sus mejores bazas, pero que evidentemente no llegan para hacernos sentir la supuesta historia de amor que estamos viendo.
Por supuesto los actores están a una altura más que decente, sobre todos las dos estrellas principales, un entregado, como siempre, Edward Norton, que compone un personaje que al principio nos provoca rechazo de lo soso que resulta, pero poco a poco va progresando hasta acabar ofreciéndonos un personaje interesante, único detalle del guión aprovechado. A su lado, una Naomi Watts tan guapa como siempre, aunque bastante descuidada en el dibujo de su personaje, quien parece tomar las decisiones porque sí, como acto de rebeldía, pero luego tiene que agachar la cabeza por miedo a una humillación pública. Los dos actores se compenetran bastante bien, pero la química no es la deseada. Y si la película se aguanta un poco es gracias a la labor de ellos dos.
Porque lo que está claro es que su director, John Curran, quien ya nos había ofrecido la espantosa 'Ya no Somos Dos', es en el querer narrarnos una historia de amor que en ningún momento nos resulta interesante, debido a su reiteración. El director se obsesiona demasiado por subrayar el marco de la acción, parándose en algunas cosas demasiado tiempo, logrando que la adaptación de la novela de W. Somerset Maughan de la sensación de poseer pocas y breves líneas de guión. Curran filma demasiado silencios entre los personajes, pero en vez de exprimirlos al máximo, no lo aprovecha como es debido, y así la relación de los dos personajes centrales se nos torna falta de garra y sin emoción alguna. Por no hablar de ciertos aspectos de guión demasiado cogidos por los pelos, como la relación de Kitty con otro hombre, algo que aparece de golpe y porrazo, y se resuelve de forma muy brusca. Por cierto, dicho hombre está interpretado por Liev Schreiber, poco entusiasmado con su papel.
Una floja película que viene perfecta para después de comer, con una historia sencillita de verdad, con unos paisajes con los que se pueden rememorar los documentales de naturaleza de la 2, y con los que más de uno se queda apaciblemente dormido. 'El Velo Pintado' produce la misma sensación.