Algunos dicen que el último gran western realizado es ‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’, Clint Eastwood, 1992), afirmación con la que un servidor tendría que estar de acuerdo, aunque más por el hecho de que el citado film supone una elegía insuperable sobre el género cinematográfico por excelencia. Lo que se hace ahora recuerda a la subversión que el género sufrió en la década de los sesenta en territorio europeo, bebiendo sobremanera de aquellos años en los que el western era arrastrado por el lodo.
‘El valle oscuro’ (‘Das finstere Tal’, Andreas Prochaska, 2014) llega a nuestro país con algo de retraso —gracias al ojo de La aventura, que se hacen cargo de films que de otra forma no llegarían jamás a nuestras carteleras—. Otro western con la nieve como contexto físico, al igual que el último trabajo de Quentin Tarantino. ‘El rastro de la pantera’ (‘Track of the Cat’, William A. Wellman, 1954), ‘El gran silencio’ (‘Il grande silenzio’ Sergio Corbucci, 1968) y ‘El jinete pálido’ (‘Pale Rider’, Clint Eastwood, 1985) son aquí las referencias más claras.
Respeto al género
Quizá sea ese uno de los grandes problemas de ‘El valle oscuro’, además de una duración excesiva —narrar con lentitud los hechos no significa que haya que alargar los mismos—. Prochaska, director frecuentemente televisivo, demuestra ser un gran amante del género, al que ahora baña con paisaje alpinos e idioma alemán. También logra apartarse del lenguaje televisivo y sus típicos tics. Con todo, la película se debate entre el déjà vu, unas pizcas de aburrimiento y lo cómodo del lugar conocido.
Así pues, la historia del extraño viajero que llega al valle del título, sin que nadie conozca su pasado, ocultando su verdadera razón —la venganza— hasta bien avanzado el metraje, no pilla a nadie desprevenido. Casi podríamos decir que se trata de uno de los elementos más característicos del western, una historia más que clásica en su esqueleto, y a la que Prochaska rodea con mucho preciosismo y quizá demasiada trascendencia.
Sam Riley en el papel del misterioso visitante, quizá el menos entregado del reparto, todos muy metidos en sus roles, es el protagonista central de una película que ya en su prólogo da señales muy claras de por dónde van a ir los tiros. Violencia contra una pareja que tendrá su eco muchos años después, cuando el hijo de la mujer busque venganza. Sangre por sangre en un ambiente totalmente nevado, parajes que funcionan a modo de metáfora con la insensibilidad del pueblo sometido.
Desequilibrio tonal
A pesar de la belleza de los Alpes, de ese valle donde, haciéndonos eco del título, la comunidad tiene terribles secretos que ocultar, Prochaska no saca del todo provecho de la utilización de una naturaleza única. Sí hay determinados instantes en los que eso sucede, por ejemplo, el misterioso accidente cuando el grupo de hermanos están trabajando con los troncos de árboles. Igualmente el enfrentamiento final, con sangre tiñendo el color de la nieve.
Si visualmente el director cumple mínimamente con su cometido, sin necesidad de efectismos, incluso manejando con inteligencia el formato scope, no sucede así en otros aspectos. La herencia del western europeo que el film respeta, choca un poco con la utilización dentro de la banda sonora de canciones en todo momentos desconcertantes, incluso capaces de estropear sin remedio alguno de los instantes que adornan. Un toque moderno que chirría de forma estruendosa.
Al final queda la sensación de haber asistido a un western que no se olvida de la tradición del género, que es más clásico de lo que parece, y que se gusta demasiado a sí mismo, debido a esa excesiva duración que le da tiempo a regodearse en muchos de sus puntos. En cuanto al secreto del lugar y las connotaciones religiosas, podrían haber metido más carne en el asador. Por supuesto, el detalle/homenaje más agradecido es el que se hace a Sergio Leone y el segundo título de la trilogía del dólar.
Ver 2 comentarios