Es curioso que la última película de Robert Altman como director haya sido un film que retrate la última emisión de un programa de radio musical, a través de las sensaciones y pensamientos de cada uno de sus componentes. Parece una ironía del destino que un film que retrata el final de una era fuese el testamento de un director muy valorado en los USA, y parte del mundo, y con el que ha trabajado más de medio Hollywood a lo largo de muchos años, pues bien es conocida la facilidad de este director para reunir en una sola película un reparto como mínimo espectacular.
Un servidor siempre ha considerado a Altman bastante sobrevalorado. De su extensa filmografía, en la que no hay una sola obra maestra, creo que cine de altura fueron títulos como 'El Largo Adios', y si me apuráis, 'Vidas Cruzadas'. A pesar de su indiscutible estilo, al principio alternaba films de diversa índole, como las muy distintas entre sí, 'Quinteto' o 'Buffalo Bill y los Indios', por citar sólo dos ejemplos. Pero ha sido en los últimos años, desde principios de los 90, cuando sus películas me han parecido casi fotocopias las unas de otras. Deslumbrantes repartos, con trabajos actorales magníficos, pero con una tendencia a la repetición en sus esquemas argumentales, que terminaban provocando un sano aburrimiento. No son malas películas, pero no me marcan ni calan en mí. Sí, todo muy bonito y correctamente realizado, pero nada más.
'El Último Show' tiene todas las virtudes del cine de Altman, y al mismo tiempo adolece de todos sus defectos. Técnicamente es un film perfecto. Altman mueve la cámara con enorme sutilidad por todos los recovecos en los que se graba ese agónico programa de radio, creando algunos buenos momentos, en los que nos hace ser testigos de las vivencias y pensamientos de un grupo de personajes que viven única y exclusivamente para ese programa. A esto evidentemente ayudan las interpretaciones de todo su reparto, sin excepción, un nutrido grupo de actores en verdadero estado de gracia, y que se mueven por la película como si fueran los personajes mismos, y no actores interpretando. Eso siempre me ha parecido lo mejor de las últimas películas de Altman, sus actores. Daba igual a quién dirigía, podía arrancarle una gran interpretación.
Por esta película se pasean Meryl Streep y Lily Tomlin como pareja de cantantes, quizá en personajes algo deslucidos, pero resulta curioso ver a la Streep cantar unas cuantas canciones; John C. Reilly y Woody Harrelson, también como pareja artística, están sensacionales, y las canciones que interpretan muy buenas; Lindsay Lohan soprende como hija de la Streep, metáfora del cambio de generación que da vida a la modernidad; el mítico secundario L.Q. Jones como una vieja estrella, y que quizá proporciona los momentos más emotivos del film; Virginia Madsen, en un papel muy extraño y significativo, y también poco aprovechado; y Kevin Kline, con el que Altman se permite el lujo de vestir el film con cierto aire de cine negro, como en los viejos tiempos, esos de los que habla el film; Kline está espléndido, aunque algunos gags que protagoniza no están del todo logrados.
Y a pesar de las buenas intenciones, y del evidente tono nostálgico que tiene la película, no podemos evitar la pesada sensación de déjà vu. El film es reiterativo cayendo en el subrayado más evidente, en más de una ocasión, algo que termina cansando. No se crean conflictos entre los personajes, los cuales parecen pensar y sentir todos lo mismo.
Una película pasable, igualita a todo lo de su director de los últimos años, un poco mejor, un poco peor, pero que no resulta apasionante en ningún momento. No me esperaba más, y tampoco menos.