Todavía hoy ‘El Exorcista’ sigue figurando en los ránkings de las mejores películas de terror de la Historia. No es difícil entender los motivos de su popularidad, ni tampoco muy complicado adivinar las razones de su prolongada vigencia y fama, más allá de su reestreno en 2001. El impresionante trabajo de William Friedkin, combinando una estética propia del cine underground neoyorquino de finales de los sesenta con otra de adrenalítico y televisivo documental y con encuadres casi impasibles, debe ser revisado con gran ojo, pero la película sigue siendo interesante por razones sociológicas: presenta una visión más bien maniquea y chusca del conflicto entre fe y razón y demuestra como la ficción más pulp es confundida con algo más serio cuando contiene referencias religiosas, en este caso católicas, como ha escrito el siempre brillante, valiente y audaz Jonathan Rosenbaum.
Hubo antes notables películas sobre Satán en la Tierra, como la turbadora ‘La semilla del Diablo’ (Rosemary’s Baby, 1968) , pero la que sigue siendo la mejor y más rotunda historia fue la maravillosa ‘El corazón del Ángel’, (Angel’s Heart, 1987) relato fáustico hecho cine negro y cine negro hecho reflejo (roto) de Hollywood o el sueño americano. En todo caso, el Diablo es uno de los villanos más interesantes del cine de terror ya sea porque puede estimular trasfondos metafísicos, ya sea por la rica iconografía que presenta en su pasado en la historia del arte y la literatura. Y aquí tenemos su última aparición, en una película que se pretende novedosa, y que ya mis compañeros Juan Luis Caviaro y Alberto Abuín juzgaron tópica, y no debe el espectador más incrédulo esquivar sus pocos, solitarios placeres.
Esta película sigue el trayecto de un exorcista desencantado, que harto de ejecutar su estafa ante cierta impunidad decide prestarse a protagonizar un documental revelador sobre la infamia de sus prácticas. Por supuesto, encontrará un caso en el que nada es lo que parece. Por supuesto, tendrá dudas y el terror traspasará la farsa que representa ante cada cliente y, como habrá adivinado el lector, habrá implicaciones satánicas a una escala bestial. No es esta una película deshonesta, pienso en ‘El exorcismo de Emily Rose’ (The Exorcism of Emily Rose, 2005) como referente fundamental, pero tampoco conviene notar que todas las posibilidades de la historia, incluyendo una en la que locura y fe trazan una aterradora simetría para la supervivencia en un mundo de evidente pobreza, son descartadas con suma torpeza.
Tendrá que escribirse pronto un libro sobre el terror hiperrealista, que usa la técnica del manuscrito encontrado, que ha inundado el siglo XXI y que ha demostrado grandes aciertos de puesta en escena. Aunque se hable de estética youtube, comparte muchas cosas esta película con ‘REC’ (íd, 2007) y la más relevante, quizás, sea la apropiación del documental sensacionalista como perfecto puente para estructurar un relato de terror. Conviene señalar que Jaume Balagueró y Paco Plaza fueron más virtuosos con su técnica y que la película incumple en al menos tres ocasiones a su narrador verosímil, aunque también tenga una bienvenida heterodoxia al colocar como narradora a la niña poseída.
Pero hay que admitir los puntuales logros de su director, Daniel Stamm, para glosar sus pocas virtudes. El formato narrativo y los precedentes obligan al cineasta a trabajar una escena de exorcismo alejada de los efectismos ya conocidos, incluso de la desnudez de la citada ‘El exorcismo de Emily Rose’ (en lo que fuera, quizás, su escena más elaborada), optando por una solución intermedia, entre el nervio visual del terror hiperrealista y cierto regusto, satánico, visceral sacado del cine de serie B (y Z) de lo más bienvenido, remitiendo incluso a la secuela ‘El Exorcista 2: El Hereje’ (‘Exorcist II: The Heretic’, 1977) tan incomprendida como estimable. Esa habilidad es explotada con especial gracia cuando el propio relato todavía permite al espectador debatirse entre una explicación más o menos moral (o factual) del o que sucede y otra sobrenatural, estimulando la puesta en escena una tensión magnífica para esos momentos.
La película, escrita por Huck Botko y Andrew Gurland, evidencia sus guiños a cada paso, hasta el punto que ni los citados films de Friedkin y Polanski, ni ‘La Profecía’ (The Omen, 1976) quedan sin aparecer, siquiera colateralmente, por los devenires del relato. Por supuesto, eso demuestra la esterilidad de la imaginación de sus autores y no la refrenda como clásico pequeño e inteligente. Irónicamente, todos los elementos inusuales de la película constatan no su condición de cine interesante sino de lastimero subproducto, merecedor de entusiasmos menos cómplices.
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