Ubicada durante la Guerra Fría, ‘El topo’ (‘Tinker Tailor Soldier Spy’, 2011), de Tomas Alfredson, adapta una de las novelas de John Le Carré para hablar de un espía británico jubilado de forma sospechosa, al que le llega la noción de que puede haber un infiltrado en su organización. Sin levantar mucho polvo y guardando la compostura, comienza a mover algunos hilos para desenmascarar al agente doble y, en el proceso, se topará con otras traiciones con las que no contaba.
La estética de ‘El topo’ está henchida de intencionalidad, aunque no se presenta llamativa en cuanto a lo que muchos llaman puesta en escena. La ambientación es feísta porque así se quiere fotografiar la época, como comentará uno de los personajes: “El Occidente se ha vuelto muy feo”. Así, aunque aparezcan envidiables vehículos y edificios singulares, no hay brillos, sino un sentir rancio o desgastado. Suponen una opción visual muy impactante esas cápsulas insonorizadas con poliespán naranja donde tienen lugar las reuniones de la cúpula. Los planos frontales de perspectiva caballera se emplean muchas veces para componer espacios muy marcados. Se hace tanto aquí, como en la biblioteca que, vista desde fuera, a través de las ventanas, también compone un bello encuadre. Al tratarse de un film de espionaje, se utilizan mucho estas visiones a través de los vidrios y destaca, en este sentido, en particular, la escena que transcurre en un único plano y que se nos muestra dividida por cuatro ventanas iguales por las que va desfilando una mujer que acaba de descubrir otro tipo de deslealtad.
El montaje de Dino Jonsäter es una de los labores que más sobresalen del film, al ejecutarse con valentía, con uso de elipsis dentro del plano que casi lo convierten en descontinuo –jump-cuts–, además de con un modo ágil de desplegar algunas escenas como si fuesen retazos, sin dejar que concluyan y tomándolas principiadas. Alfredson escoge la opción sobria de no marcar sobre pantalla con carteles en qué ciudad transcurre cada secuencia o de no emplear transiciones que dejen claro cuándo se produce un salto atrás en el tiempo. Si bien esta elegancia lo ennoblece, habrá que dignarse acometerla cuando sean otros elementos los que den la pista de si nos encontramos en el flashback o en el tiempo real o establezcan la ubicación ya que, tal como está, exige que sea el espectador quien adivine más que deduzca estas cuestiones. La música de Alberto Iglesias acompaña perfectamente al conjunto, marcando sin disimulos todas las emociones que se quieren transmitir.
Se hallan en este thriller excelentes instantes, no exentos de tensión, como la consecución de escenas que contienen el momento en el que el espía que ejecuta los deseos del protagonista debe colarse en los archivos y extraviar un librito. Pero estos momentos no suponen la mayor parte del metraje. No obstante ese brío en el cambio de los planos, el ritmo de ‘El topo’ es pausado. No critico que predominen los diálogos –por otra parte, grandiosos– o que todo se ejecute con calma, ya que es el modus operandi en los films de espionaje, género que disfruto siempre. Pero el tempo interno de las escenas no ha de relacionarse necesariamente con el ritmo del progreso del argumento, es decir, con la velocidad con la que se introduce nueva información o se suceden los giros. Si bien lo primero me parece perfecto que se haga con parsimonia y no estoy pidiendo acción ni trepidancia, en lo segundo encuentro que el film resulta torpe a la hora de comenzar a entrar en la cuestión principal y que da muchos palos de ciego al inicio, pasado el magnífico arranque en Budapest, para llegar por fin a centrarse en la investigación cuando hace su aparición hijo pródigo, Ricky Tarr.
Esto puede deberse, claro está, a que las pesquisas se sitúan en segundo término de transcendencia con respecto a las cuestiones personales. En efecto, la intriga por conocer resolución poco atrapa ya que, si los whodunnit o las novelas de Agatha Christie son denostados porque todo consiste en elegir –pinto, pinto, gorgorito– entre varios sospechosos, aquí el interés es aún menor al tratarse de una fórmula idéntica, pero con menos opciones. Y no es nada difícil presuponer cuál de los posibles culpables despuntará como traidor.
Lo que interesa, decíamos, son los comportamientos de los personajes o lo que surca sus mentes. La opción, por principio, me parece preferible, pero ya que es la escogida, echo en falta que se trate con mayor hondura. Me engancharía percibir en el protagonista un sufrimiento interno al pasar por dilemas morales, dudas sobre su afiliación o algún sentimiento ante lo que está llevando a cabo, además de la humillación por ser cornudo. Gary Oldman realiza una buena interpretación y no es por falta de expresividad por lo que digo esto, sino porque su lealtad permanece férrea durante toda la película y, aunque eso lo pueda retratar como mejor persona, es más rico el personaje lastrado por los conflictos éticos que el entero.
De esa manera, resultan más sugestivos personajes secundarios, como el de Tom Hardy, en quien sí se perciben esos titubeos. No porque los intérpretes estén más en su línea, sino por lo que sugieren sus personajes. Así, me quedo con lo que atañe a otros, ya sea a John Hurt en su escasa, pero acertada intervención; ya sea a Colin Firth con su discreción extrema; ya sea Toby Jones, quien con su furia casi histérica es quien más me llama la atención de todo el reparto, o el comedido Mark Strong, además del ambiguo Benedict Cumberbatch. Cualquiera de ellos hace patente, mejor que el principal, el absurdo, no ya de las ideas de un bando o del otro, sino de la forma de combatir que se ponía en práctica durante la Guerra Fría. Esta crítica está entre las lecturas posibles de la película, pero no constituye la primordial y es una lástima porque, de haber sido así, podría haber supuesto lo más enriquecedor del film, ya que nos invitaría a la deliberación.
Encuentro méritos en ‘El topo’ que se refieren principalmente a la atmósfera y la plena adecuación de la propuesta al canon de los films de espionaje. Considero que contiene momentos de gran cine y secuencias nada desdeñables. Pero más allá de cuestiones o instantes determinados, el conjunto no se me antoja tan certero como habría esperado, debido a que percibo la progresión argumental deshilvanada y patosa. O a que, si lo que importa es lo personal, echo en falta que el protagonista pase por algún conflicto moral con respecto a sus ideas que sirva de plataforma para la reflexión sobre aquella época tan convulsa.
Otra crítica en Blogdecine | ‘El topo’, el lado humano de los espías, por Míkel Zorrilla.
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