Pese a contar entre sus filas con joyas irreprochables de la historia del séptimo arte como pueden ser las imprescindibles 'Doce hombres sin piedad' —'Twelve Angry Men', Sidney Lumet, 1957— y 'Matar a un ruiseñor' —'To Kill a Mockingbird', Robert Mulligan, 1962—, el subgénero del drama judicial suele ser injustamente asociado a la soporífera ranciedad del telefilme de sobremesa de fin de semana.
La rutinaria repetición de sus mecanismos inherentes o el escaso espacio que, aparentemente, dejan a la creatividad, la innovación y el desarrollo artístico y visual son algunos de los principales síntomas que adolece este, a priori y salvo honrosas excepciones, desgastado tipo de películas. No obstante, la última aportación de Japón al género destaca como una gran anomalía en medio de la funesta tónica general.
Con 'El tercer asesinato' —'Sandome no satsujin', 2017)—, el consagrado cineasta nipón Hirokazu Koreeda se sumerge de lleno en las pantanosas lindes de las court movies para dar una vuelta de tuerca a nuestra concepción de las mismas y crear una auténtica maravilla narrativa y formal edificada sobre un estimable clasicismo** y ejecutada con una contención y una sobriedad tan excepcionales como necesarias.
La inexorable belleza de las imágenes que componen el relato, fotografiadas de una forma impecable en la que hay cabida para el realismo, la lírica y el simbolismo, pese a fundamental, se antoja como un recurso que añade un extra a la desbordante sensibilidad del conjunto, canalizada en su inmensa mayoría a través de sus espléndidos personajes, alma principal e indiscutible del filme.
'El tercer asesinato' evita confinarse entre las cuatro paredes del juzgado hasta el último tercio de sus dos fugaces horas de metraje, entregando el resto de su trama a la investigación propia del thriller. Una intriga que pivota en torno a la defensa de un acusado por asesinato y cuyos vaivenes ayudan a desarrollar a los protagónicos —magistralmente interpretados por un reparto en estado de gracia— y sus complejas relaciones.
Para terminar de redondear esta pieza única, Koreeda la empapa de un subtexto demoledor y proclive a la interpretación y el análisis personal, articulando un discurso falto de sentencia sobre la naturaleza de la verdad —y la tan de moda posverdad— y el sentido de la justicia que, de igual modo que la imagen símbolo del filme, nos sitúa junto al abogado protagonista en un cruce de caminos en el que la ética y la moral se elevan como conceptos especialmente abstractos y difusos. Adjetivos que no encajan lo más mínimo con esta inteligente y contundente obra que se une, sin duda, a lo mejor de este 2017.