El pasado 25 de septiembre se estrenó en nuestro país ‘The Informant!’, otra película del prolífico Steven Soderbergh, director ecléctico donde los haya, capaz de rodar un efectivo entretenimiento hollywoodiense como ‘Ocean´s Eleven’, un complicado drama coral como ‘Traffic’, o una comedia independiente pseudo-intelectual como ‘Full Frontal’. Siempre con elegancia, desde luego, siendo un hombre muy preocupado por la estética de sus películas, por ofrecer un tratamiento diferente a lo que se suele hacer.
Apoyado en el éxito económico de algunos de sus trabajos, Soderbergh se lanzó a la aventura con un denso y pretencioso proyecto sobre el Ché Guevara, que como sabéis acabó dividido en dos películas; la cosecha fue indiferencia y agotamiento, en lugar de prestigio y grandes reconocimientos. El cineasta, decepcionado, llegó a anunciar públicamente su retirada, una vez acabara con los trabajos pendientes. Con un exigente ritmo de trabajo, es normal que si lo das todo por algo que no funciona, la desilusión te haga ver las cosas de otra forma, más pesimista. Pero lo cierto es que no dejamos de leer su nombre en las noticias, vinculado a próximas películas, así que probablemente todo haya sido un farol, o ya se le ha pasado el malestar.
Tras su fallida aproximación al líder revolucionario, el cineasta se embarcó en dos proyectos más livianos, pero muy diferentes, siguiendo su costumbre. Por un lado, ‘The Girlfriend Experience’, sobre la pornografía de lujo (con la estrella del porno Sasha Grey), y por otro ‘The Informant!’, una comedia dramática muy peculiar, que parece hecha hace treinta años. Con esta película, Soderbergh se toma muy en serio el trasladarnos al mundo interior del protagonista, al que encarna un entregado Matt Damon, así como de envolver su película con el tono adecuado, y que no nos tomemos muy en serio la historia que se nos está contando, que nos la tomemos a broma, hasta que se vuelve muy seria. Una historia increíble que, no obstante, se basa en hechos reales, plasmados por Kurt Eichenwald en su libro ‘The Informant! (A true story)’.
La película, titulada aquí como ‘¡El soplón!’, algo que no me parece muy acertado, ya que despista al espectador sobre lo que va a ver, gira en torno a Mark Whitacre, un ejecutivo de una gran empresa, la Archer Daniels Midland (ADM), dedicada a la explotación agrícola. Estamos a principios de los noventa. Tras un serio problema con la producción, y la amenaza de un chantaje, el FBI entra en escena, pero antes de que pueda iniciar una investigación, todo se resuelve. Sin embargo, Whitacre, aconsejado por su mujer, aprovecha la visita de uno de los agentes para informarse sobre prácticas ilegales dentro de la empresa. Lo que Whitacre cuenta es que los dueños de las empresas más poderosas del sector se están saltando las leyes comerciales, reuniéndose cada cierto tiempo para fijar los precios de sus productos, eliminando así la competencia y asegurándose altos beneficios. El asunto es grave, pero el FBI necesita pruebas, así que Whitacre se convertirá, de la noche a la mañana, en un espía del gobierno, en un informador que aportará lo necesario para procesar a los altos ejecutivos que no están jugando según las reglas.
Al igual que los agentes del FBI, o los abogados o incluso la esposa del protagonista, uno se siente descolocado ante la historia de Mark Whitacre, cuya evolución se vuelve completamente absurda. Entiendo perfectamente que Soderbegh encontrara interesante la idea de contar las aventuras de este tipo tan extraño, este agente 0014, pero creo que se equivoca totalmente con el enfoque y el punto de vista de la narración. En un primer momento, ‘¡El soplón!’ parece una mezcla entre una comedia pura, desenfrenada, y un thriller de espionaje industrial, para luego derivar hacia un drama sobre un hombre enfermo y sus asuntos económicos. Es imposible no pensar que el cineasta no tuvo claro con qué quedarse y quiso jugar con todo, fracasando en el intento.
Ya desde el arranque todo resulta confuso, no funciona, pues no se llega a exponer correctamente el contexto, de dónde parte el protagonista, quién es, qué está haciendo y qué se propone. Claro, Soderbergh no quiere responder a estas cuestiones tan pronto, ha optado por dejarlo para más adelante, pero es una decisión que a mí me parece equivocada. El realizador nos lanza a la piscina y pretende que sigamos a su personaje sin cuestionarnos nada. Esperando que pase algo relevante, transcurre un primer acto muy irregular, que en definitiva resulta ser lo más entretenido de todo el conjunto, muy blando y descompensado. Lo que sí hay que destacar es el esforzado trabajo de un camaleónico Matt Damon, que al parecer engordó quince kilos y solicitó usar una prótesis en la nariz (como hizo su personaje en ‘Ocean´s Twelve’), pero no quiso conocer al hombre que interpreta en la pantalla.
Al final, como bien decía mi compañero Alberto Abuín, algo distraído este mes (es lo que tiene la felicidad), termina la película, se levanta uno de la butaca, sale al exterior… y la sensación es de total indiferencia hacia lo que acaba de ver. Qué horrible resultado, ¿no? Seguro que Soderbergh pretendía conseguir cualquier otra cosa, diversión o reflexión, pero es incapaz de aprovechar el material del que dispone, se le va de las manos. Nos quedamos, por tanto, con la estupenda interpretación de Matt Damon, que podría ser nominado al Oscar, y los momentos chistosos, que quizá por ser tan tontos (lo del oso polar se lleva la palma), lograron sacarme la carcajada en más de una ocasión.