Steven Soderbergh es un director que parece no tener un estilo propio definido, y que al igual que vuestro admirado Tarantino, gusta de reciclar antiguas fórmulas, mezclándolas con experimentos —por llamarlo de alguna manera—, adaptando todo el material a los nuevos tiempos. De la enorme pedantería de títulos como 'Sexo, mentiras y cintas de vídeo' ('Sex, Lies and Videotape', 1989) o 'Full Frontal' (2002), es capaz de pasar a demostrar una enorme solvencia narrativa en films como 'Traffic' (2000) —a juicio de quien esto firma, su mejor película— y 'Ocean´s Eleven' (2002), o perderse formalmente en rarezas como 'El buen alemán' ('The Good German', 2006) o 'Che: Guerrilla' (2008). Ahora, con '¡El soplón!' ('The Informant!', 2009), se adentra en el terreno del drama con elementos de thriller, basado en hechos reales, grupo en el que podríamos incluir películas tan dispares como 'Todos los hombres del presidente' ('All the President´s Men', Alan J. Pakula, 1976) o 'El dilema' ('The Insider', Michael Mann, 1999).
Precisamente, en un principio, da la sensación de que nos encontramos ante una historia muy parecida al mencionado film de Mann. Ambientada en el mundo empresarial agrícola, tenemos la historia de un colaborador del FBI que se enfrenta a su empresa, acusándola de convenir con otras empresas los precios internacionales de mercado, creándose una serie de problemas que afectarán a su vida laboral y personal. Esa es la sensación que produce durante su primera mitad, para luego presentar sus verdaderas cartas, en un giro que deja al espectador totalmente desconcertado, perdido, sin llegar a saber qué se está viendo realmente.
Matt Damon da vida a Mark Whitacre, quien a principios de los 90 desató un escándalo empresarial en su lugar de trabajo, la ADM, colaborando con el FBI como si fuese un agente infiltrado en una arriesgada operación de espionaje. Con sólo esta premisa y cierto tono desenfadado por parte de Soderbergh, parece que nos hallemos ante una comedia, y así se producen situaciones supuestamente cómicas cuando el protagonista tiene que realizar grabaciones ocultas. Todo así durante la primera hora de película, la cual parece estancarse, dando vueltas alrededor de lo mismo, y donde el espectador termina abrumado por la enorme cantidad de datos de todo tipo, mucho de los cuales nos suenan a chino, sobre todo aquellos que estamos alejados del mundo que refleja el film.
De repente, y casi sin venir a cuento —y da igual que el film esté basado en hechos reales, pues muchas veces lo que ocurre en la vida real no tiene porqué ser creíble en un film, todo depende de la forma—, Soderbergh cambia de tono, y lo que parecía un amable thriller, se convierte en un intento de estudio sobre la mentira. Tal vez esto funciones en el libro, obra de Kurt Eichenwald, que toma como base, pero en la película se torna forzado, y prácticamente inútil, pues a esas alturas es tal la cantidad de datos que el espectador posee, que da exactamente igual qué es cierto y qué no. Los desvaríos del personaje central, sus manías persecutorias, su enfermedad, deja más bien indiferente, y aunque Soderbergh trata de no aburrir al personal, lo cierto es que la película se aguanta por el excelente trabajo de todo su reparto, en el que brilla a gran intensidad un entregado Matt Damon, en una de las mejores composiciones de su carrera, afortunadamente muy alejada de la que sigue su amigo del alma Ben Affleck.
Por eso, la película también parece una excusa para que Soderbergh le dé una oportunidad única para que su colega Damon se luzca. Hay pocos instantes en los que el actor no salga, y es él quien logra transmitir parte del tormento interior de un personaje que podría haber sido mucho más fascinante, si en el guión se hubieran ocupado más de él, y no dejarlo todo en manos de Damon. El protagonista de la trilogía Bourne eclipsa a prácticamente todos sus compañeros de reparto, quienes cumplen más que con creces con sus respectivos roles. Melanie Lynskey, como la entregada y despistada esposa del personaje central; Scott Bakula, como el amable agente del FBI que llega a acercarse más al testigo de lo debido; o el grandullón Clancy Brown —actor que recuerda mucho por sus composiciones a Laird Cregar— en un breve papel de abogado, son los actores que más sobresalen entre todo el elenco.
Pero da igual que tengamos una interpretación extraordinaria, tanto que la película se salva por esa única razón, si Soderbergh se pasa todo el rato filmando sin la gracia de otras películas, incluso jugueteando menos con el montaje de lo que suele hacerlo. Al final, nos queda una extraña sensación de indiferencia ante lo narrado, lo cual no queda muy claro. ¿Qué quería filmar realmente Soderberg? ¿Qué cuenta en verdad la película? No se sabe, y no importa. A mí me da exactamente igual, y esa impresión no debería dejarla ninguna película. En el caso de Soderbergh, podemos fijarnos que en sus últimas obras la indiferencia es la sensación reinante.