Con bastante retraso, por fin el pasado viernes llegó a los cines españoles ‘El solista’ (‘The Soloist’, estrenada en Estados Unidos en abril de 2009), la tercera película del inglés Joe Wright, conocido director de ‘Orgullo y prejuicio’ y ‘Expiación’. En esta ocasión, Wright lleva a la gran pantalla un guión de Susannah Grant, que adapta un libro del periodista Steve Lopez en el que narra el “descubrimiento” de un brillante músico en las calles de Los Angeles. Lopez necesitaba material para su columna y lo encontró en la figura de Nathaniel Ayers, un extraño vagabundo que toca un viejo violín y que le proporciona una buena historia para sus lectores.
Sin duda, el gran atractivo de la película es ver juntos a Robert Downey Jr. y Jamie Foxx, especialmente a las órdenes de Wright, cuya progresión debía deparar grandes alegrías. Pero este realizador parece revelarse definitivamente como alguien más preocupado por la técnica que por la historia, incapaz de sumergirse en el drama de personajes que está narrando, haciéndolo por tanto difícil de tragar para el público. Al igual que en sus anteriores trabajos, el londinense se recrea en elegantes y complicados movimientos de cámara, debiendo parecerle por tanto a una parte del público que es un gran director, pero nadie puede serlo cuando lo que transcurre en la pantalla no atrapa, no resulta emocionante. Él se luce, luce (de manera equivocada) a los actores en constantes primeros planos, deja ver el trabajo de producción que hay detrás, pero es nefasto a la hora de transmitir sensaciones y verdades.
Y quizá puede parecer que la historia no daba para mucho, que no puede extenderse en una película, pero a mí me parece una conclusión equivocada. Es Wright quien la hace limitada y poco atractiva, al narrarla de esta forma (y necesitar tanto tiempo, casi dos horas). Personalmente, creo que encontrar a un genio en medio de la calle, pobre, loco, tirando de un carrito lleno de objetos recogidos de la basura, es la semilla de una gran historia. Además tienes a Downey Jr. y Foxx, estupendos actores en sus mejores momentos, más que capaces para dar vida a dos interesantes personajes de carne y hueso. Pero al realizador parece darle igual lo que Lopez cuenta en su libro, no apasionarse por la vida de Ayers, no interesarle ningún drama o relato personal, sólo la composición, la cámara y el montaje. La forma, no el fondo.
Hay una secuencia particularmente reveladora de todo esto. Sucede cuando una noche, Lopez se queda a dormir con Ayers en su particular “parcela”, en medio del triste campamento de gente sin hogar, junto a un centro público para enfermos (también abandonados). El periodista es nuestro punto de vista y Wright aprovecha para retratar esa cloaca de suciedad y pobreza, en una ciudad como Los Angeles, y hacerla impactante para un público que vive acomodado. ¿Cómo lo hace? Con un barrido espectacular donde la cámara (y no las personas) es la protagonista, elevándose desde el suelo para mostrar, con un ángulo cenital, los lugares donde duermen los vagabundos. El duro drama de esta gente, tirados en la calle, acurrucados entre mantas y dispuestos a sobrevivir otro día más, a pocos pasos de donde viven los que tienen de todo, queda retratado con un sofisticado travelling acompañado de una música lastimera y la voz en off de Ayers, rezando y dando las buenas noches. Típico de reportaje televisivo, bonito y melodramático; forzado, falso. Al instante siguiente se olvida, y uno sólo se acuerda del fantástico movimiento de la cámara.
De todas formas, el tema de la pobreza en Los Angeles es sólo una desviación de la película, que no está bien aprovechada, y que sólo está ahí para adornar, para hacer más contundente la historia de Ayers, a quien Lopez saca de la cloaca a pesar de su resistencia inicial. Ayers llevaba tiempo viviendo en la calle y se sentía cómodo con la vida que se había creado, así que al principio se opone a que Lopez le “arregle” su existencia. Éste, no sólo porque escribe en un periódico muy leído y quedaría muy mal que se desentendiera de la oveja perdida, le consigue un chelo y un apartamento, le anima a volver a tocar (tras descubrir que fue a la prestigiosa escuela Juilliard de Nueva York) y trata de que acepte medicarse. Pero Ayers ya ha pasado por todo eso y es una tarea imposible para Lopez, que se bloquea. El periodista descubre sus propias miserias personales y su equivocada forma de ver las cosas.
Así que, llegados a un punto, tenemos a un tipo extraordinario nacido para la música, que tiene problemas mentales y parece incapaz de recuperarse, de vivir una “vida normal”, y por otro a un “hombre normal” que al intentar ayudar al primero, a quien encuentra fascinante (por la pasión con la que toca todos los instrumentos que caen en sus manos), se da cuenta que su vida carece de sentido, que no tiene nada verdaderamente valioso y que se está dando golpes contra el muro que él mismo ha levantado. No en vano, Lopez se lleva media película con el rostro marcado por heridas y, en una escena, es golpeado también por Ayers en un estallido de locura. Repito, esta historia da juego. No he leído el libro del verdadero Steve Lopez, pero en cualquier caso los hechos reales y sus posibilidades no deberían dar una película tan sosa, plana y aburrida como la que ha filmado Wright.
Tampoco quiero ser injusto. La película tiene buenos momentos (los flashbacks de Ayers cuando era niño o las escenas de Lopez con su ex-mujer) y los actores en general están bastante bien (especialmente Downey Jr. y la siempre competente Catherine Keener; Foxx está un poco cargante). Pero es una oportunidad desaprovechada. Recuerdo cuando se empezó a hablar de este film y de todos los premios que ya había ganado antes incluso de llegar a los cines. Finalmente, se ha estrenado por todas partes con más pena que gloria y ninguna de las expectativas se han cumplido. ¿Y sabéis qué es lo próximo de Wright? Un thriller de acción sobre una adolescente entrenada para matar. Un paso lógico.
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