¿Aún se despierta a veces, no es cierto? Se despierta en la oscuridad y oye el grito de los corderos. Y cree que si salva a la pobre Catherine, eso hará que dejen de gritar, ¿no es cierto? Cree que si Catherine vive, no se despertará en la oscuridad nunca más con el horrible grito de los corderos.
-Hannibal Lecter
Uno de los aspectos más fascinantes de esta historia es el hallazgo de una crisálida de mariposa en la garganta de la última víctima de Buffalo Bill, objeto que bajo ninguna circunstancia podría haber llegado allí por sí solo, y que por tanto ha sido alojado allí deliberadamente por el asesino. Este es el descubrimiento más importante en cuanto a la persecución del psicópata, y, una vez más, han de pedir ayuda a Lecter para descifrar su significado, que no es otro que el deseo de Buffalo Bill de transformarse en mujer, pues la crisálida es una metáfora de la transformación de hombre (oruga), en mujer (mariposa). En realidad, asesina mujeres de gran envergadura porque quiere arrancarles la piel y vestirse con esa piel.
Con el secuestro de la hija de la senadora Ruth Martin, comienza la verdadera cacería en esta película, y a contrarreloj. De forma completamente lógica, por tanto, entramos en la segunda parte del relato, con dramáticas consecuencias, pues Jack Crawford comete la estupidez de hacer una oferta inexistente a Lecter en nombre de la senadora, y Lecter se divierte con todos ellos jugando al Quid Pro Quo y alimentándose del dolor ajeno, que es una de sus fuentes de placer.
Quid Pro Quo y una fuga excepcional
Clarice es una mujer muy valiente y está dispuesta a todo. Por eso es capaz de intercambiar recuerdos dolorosos de su pasado por valiosísima información acerca del psicópata al que quiere dar caza. Se inicia, por tanto, uno de los diálogos y una de las réplicas de rostros más hermosos del cine reciente. No dudo que otros directores, mucho más inseguros, mucho menos capaces de darle una oportunidad a la verdad de una mirada, hubieran mezclado las confesiones de Clarice con fugaces insertos o flash-backs. Así suele hacerse casi siempre. No es el caso de esta joya.
Con percepción de entomólogo, con la extrema dignidad de un verdadero cineasta, Demme se entrega a una sucesión de planos de Hopkins y Foster. Están tan bien, ambos, y la dirección y el tono son tan precisos, que con el relato de Clarice uno siente enardecer su imaginación y es ella la que vuela al pasado de esta atormentada mujer. De esta forma es el espectador el que crea unas imágenes que, en mi opinión, un director no debería crear muchas veces, o no debería imponer. Y este es el caso supremo, pues en cuestión de recuerdos infantiles, todos tenemos los nuestros, y a menudo es mejor dejar que cada uno se adentre en sí mismo.
Lecter pone al FBI en buen camino, pero se interpone el viscoso Chilton para advertirle a Lecter de que no existe ningún acuerdo y así intentar sacar tajada él mismo. Aquí viene uno de los momentos más complejos y más discutidos de esta película. No es otro que el modo en que el bolígrafo de Chilton termina en poder de Lecter y se convierte en una ayuda fundamental para su fuga. Esto es diferente respecto de la novela, pues en ella Lecter se construye una llave para abrir esposas valiéndose del tubo de tinta de un bolígrafo y de un clip. Pero aquí observamos perfectamente cómo utiliza el mismo clip de un bolígrafo dorado para abrir sus esposas.
El mayor enigma es intentar comprender cómo un bolígrafo que estaba en posesión de Chilton, termina en las manos de Lecter. Muchos cinéfilos se rompían, y aún se rompen, la cabeza intentando averiguarlo. La explicación es tan sencilla, que le quita un poco de magia al asunto. Durante el diálogo con Chilton, es significativa la manera en que Lecter no deja de mirar el bolígrafo. Demme va acercando la cámara cada vez más a ese objeto anhelado, abandonado sobre una toalla del propio Lecter. La estrategia del recluso es la de dar el nombre (supuesto) de Buffalo Bill, y provocando a Chilton pues sóle dirá el resto a la senadora en Tennessee. Hace esto con la esperanza de que se olvide del bolígrafo, pero no sabe si tendrá resultado.
Lecter es transferido a Tennessee, tal como deseaba, y no sabe si su ardid ha tenido éxito. La secuencia es un subidón de intensidad indescriptible, con Lecter atado y la cara cubierta con la máscara de hockey, a fin de evitar mordiscos intempestivos. Cuando Chilton debe cumplimentar el traslado firmando y no encuentra el bolígrafo, Demme efectúa un grandioso movimiento de travelling y zoom al rostro de Lecter, sin cortar. Ahora el preso tiene la esperanza de que se el bolígrafo haya viajado con él. Mira fijamente a Chilton y respira con fuerza. Luego veremos que, efectivamente, encontró el bolígrafo entre sus toallas.
La breve entrevista con la senadora pone la piel de gallina. Sentimos la aprensión de la mujer cuya hija ha sido raptada y se ve obligada a conversar con un monstruo, y sentimos el ambiente opresivo. Lecter da una nueva información (falsa, de nuevo) y se alimenta del dolor de la madre para continuar hablando. En cualquier caso esta entrevista no es más que el prólogo al mejor bloque de la película, que es la confesión final de Clarice y la huida de Lecter.
La larga, magistral, conmovedora e inolvidable secuencia del último diálogo entre Lecter y Clarice, de siete minutos de duración, esta estructurada en dos partes y una especie de epílogo. La primera parte está planificada con encuadres en movimiento circular, o lateral, la segunda con acercamientos a los rostros de ambos actores, y el epílogo con alejamientos y nuevos planos circulars, además de planos detalle. No exagero si digo que es uno de los diálogos más hermosos y terribles de la historia del cine. Demme sitúa la cámara delante de los actores, de modo que miran al objetivo. Nos convertimos de esta manera en Clarice y en Lecter. Sentimos la compasión, extraña, de Lecter, y la desazón, plena de coraje, de Clarice. Todo termina con ese bello plano detalle del dedo índice de Lecter rozando la mano de Clarice…
Todo ello sin olvidar la creación sonora de fondo, que asemeja un viento nocturno, cuidadosamente insertado de manera que no destaque. Sin palabras. Tampoco pueden describirse las lágrimas suspendidas del borde de los ojos de Lecter.
En cuanto a la huida, se podría escribir un libro sobre ella. Baste decir, para empezar, que Demme demuestra una pericia para el suspense que era impensable viendo su filmografía anterior, y que nunca más volvería a demostrar. Es tal, que no merece ser nombrado en la misma línea que Alfred Hitchcock, a quien por momentos parece capaz de dar lecciones. Con las variaciones Goldberg de fondo, interpretadas por Glenn Gould, detalle extraído de la novela, tiene lugar la hazaña de Lecter.
Aprovechando el torpe modo en que le esposan cuando le dejan la comida en el interiori de la celda, Lecter lleva a cabo sus planes: se levanta de su aseo y, con el clip entre los dedos (fenomenal el plano en zoom que se acerca a ese objeto), obedece sin rechistar. Gracias al fondo de la música, y a la dirección de los actores que interpretan a los policías, el tiempo se ralentiza exageradamente, y al espectador se le destrozan los nervios. Pide que tengan cuidado con los dibujos (precisamente de Starling y un cordero…) y es la razón por la que puede esposar al primer policía al barrote al agacharse este, y aprovechando la confusión abalanzarse sobre el segundo.
Por supuesto, todo se acelera en el momento apropiado en que la música de Gould llega a un intermedio. Y por supuesto somos nosotros los golpeados, pues en un alarde de cámara subjetiva, Lecter golpea a la cámara con la porra mientras se llena de sangre. Cuánta elegancia. Otros directores habrían mostrado gráficamente la muerte de los polícias, pero Demme no, és es un pudoroso, por eso es un grande. Además de por contar esta huída con tanto brío, y con tanto horror compasivo.
Conclusión: cazar mariposas
Con las indicaciones del fugado Lecter, Clarice acude a casa de la primera víctima (delicada y hermosa secuencia, basada en los detalles y en la mirada, una vez más) y luego continúa sus pesquisas por su parte, creyendo que Crawford está a punto de cazar a Buffalo Bill. Nadie puede pensar que el montaje en el que se muestra a Crawford equivocándose de hombre y a Clarice acertando es un engaño, porque antes, en su conversación telefónica, hemos visto la foto del sospechoso de Crawford, y sabemos que se ha equvocado. Este magistral montaje, por tanto, viene a ser una forma tremendamente ingeniosa de mostrar un hecho, y de ponernos los pelos de punta.
La identificación de Buffalo Bill por parte de Clarice es tan hermosa como otros muchos momentos ya comentados. Basta una polilla para que se de cuenta de que el inocente civil que ha ido a visitar es el monstruo que persigue. Y con su mirada él sabe que ella sabe. Nadie se cambiaría por Clarice en este momento. Vemos el cuadro de una mariposa detrás de ella, un augurio de su descubrimiento. Se lanza y saca el arma, torpemente, pero él se zafa. Lo que sigue es la negación, la destrucción, de décadas de años de cine de machadas y chorradas de super-héroes armados con pistolas. Esto es la vida real. Foster está asombrosa, y nos morimos de miedo con ella.
Ya no es sólo una mazmorra, como con Lecter, ahora también es un laberinto de habitaciones. Pero consigue vencer al monstruo (al minotauro) en la oscuridad, gracias a una valentía indescriptible. Llega a donde ningún hombre es capaz de llegar, y lo hace ella sola, sin ayuda de ningún hombre. Al graduarse, la llama el doctor Lecter, y sabemos que la victoria sobre el horror ha sido pírrica, pues el más grande de los monstruos ahora está suelto. El final viene a demostrar que el horror es siempre posible en este mundo atroz, mientras que debemos venerar el coraje y la generosidad de los valientes como Starling. El plano final, que aún continúa en los títulos de crédito, permite a este relato seguir vivo (y seguir aterrorizando nuestro subconsciente) una vez terminada la película.