“No habrá amanecer para los hombres”-Saruman
Con el rey Theoden exiliando a su pueblo de Edoras, y conduciéndoles al abismo de Helm, donde en teoría estarán seguros, comienza una parte de la película que, si bien no es tan impresionante como sus primeros 40 minutos, no palidece en comparación, y sigue subiendo en la escalada hacia convertirse en una memorable película de aventuras. Lo hace estableciendo nuevas líneas narrativas: por un lado, la relación entre Eowyn y Aragorn, por otro, la conexión entre Frodo y Gollum. Y hay mucho talento en ambos niveles.
De esta forma el viaje de Frodo, Sam y Smeagol, además de una hazaña física, se revela una aventura psicológica de gran magnitud, cuando Sam comience a sentirse celoso de que Frodo defienda continuamente a la grimosa criatura, y cuando Smeagol comience a luchar contra su demonio interior para no traicionarles definitivamente. Pero, y esto es tremendamente interesante, Frodo tiene que seguir creyendo que hay alguna manera de que Smeagol vuelva a ser el que fue. A fin de cuentas, está recorriendo el mismo camino que él.
Shakesperiano Smeagol
Es del todo fascinante, y muy sencilla en su realización, la secuencia en la que Smeagol y Gollum discuten en el interior de la criatura. Primero, sin cortes, la cámara se mueve a un lado y a otro, a medida que cambia de personalidad. Luego, el director recurre al corte, y aunque sabemos que sigue hablando consigo mismo, también percibimos de forma mucho más nítida la lucha interior. Y pocas veces hemos sentido hasta entonces tanta compasión por una criatura generada por ordenador. Su dolorosa dualidad respira una verdad y una veracidad sorprendentes. Esta grandiosa secuencia, además, nos habla de la capacidad de la mente para crear demonios internos, y también para expulsarlos…
Pero, como no podía ser de otra manera, el destino se interpone en los buenos deseos de Smeagol. Es uno de los aspectos más importantes de la literatura tolkiana: el destino como un elemento inevitable y muchas veces despiadado. El trío se cruza con Faramir, y los acontecimientos serán cruciales para que Gollum regrese. Y aquí, además, hay una de las variaciones respecto del libro más inteligentes por parte de Jackson y sus guionistas: hacer más creíble el precioso personaje de Faramir (un estupendo David Wenham), que en la novela se limitaba a dejar marchar a Frodo, sin sentirse tentado por el anillo.
Y ese sentido shakesperiano de Smeagol se extiende a toda la trama, incluso a la relación fraternal, y quizá al deseo romántico, entre Eowyn y Aragorn. Miranda Otto está realmente bella, y la cámara parece enamorada de ella. Lo cierto es que el cariño que Eowyn demuestra por él, a él le hace recordar con más viveza a Arwen, y tenemos una secuencia onírica muy hermosa entre ambos, al parecer inducida por los poderes de la elfa. Luego habrá un momento aún más hermoso, pero antes, y es que estamos en una película soberbia, entre ambos nos regalan una secuencia de aventuras y acción brutales.
La épica de un combate feroz
Para mí, la emboscada de los orcos de Saruman, montados sobre lobos gigantescos (Tolkien les llamó Huargos), es una secuencia antológica, que por una vez, y sin que sirva de precedente, convierte a Jackson en un grandioso director de aventuras, con una fuerza épica que yo he visto en cine muy pocas veces. Es una escena de violencia salvaje, de intensidad indescriptible, que está contada con una fuerza narrativa, una limpieza visual, y un crescendo admirables. Nada que ver con tantas paupérrimas películas de aventuras.
Un explorador ataca por sorpresa, y termina con Háma (John Leigh), pero es abatido por Legolas, quien le grita a Aragorn, que se ha adelantado, que les atacan. Aragorn corre a avisar a la columna, en la que hay mujeres y niños. El montaje es buenísimo: los jinetes se preparan, Legolas sube al pie de un risco y divisa al fondo a muchos jinetes de lobos acercarse en tromba, primer plano de Legolas (¿por qué tuvo que interpretarlo Orlando Bloom?...), plano más cercano de lo que observa, plano de mujeres horrorizadas, plano del rey Theoden que habla con Eowyn, plano de Eowyn.
Hay un plano que me pone la carne de gallina siempre que lo veo (como toda la secuencia, por otra parte), y es ese en el que los jinetes suben la ladera a galope, tan deprisa que la cámara no los capta bien, y a Aragorn en primer término mirando a Eowyn, o eso quiere creer ella, me parece. Luego el plano continúa a cámara lenta. Y luego un plano sin Aragorn con los jinetes subiendo. Más épica no se le puede pedir a una película.
Esperándoles arriba, Légolas dispara su arco con mortífera precisión. Cuando le alcanza, se sube a un caballo con la agilidad de los de su raza. Cuando por fin los jinetes de caballos y los jinetes de lobos se encuentran en la explanada, el sonido y la imagen duelen físicamente, de la tremenda violencia y energía que desprende ese momento. Pero también cabe el humor, con la rivalidad entre Legolas y Gimli para ver quién aniquila más lobos. El combate es breve y bestial, y las muertes numerosas y siniestras. Esto no es cine para niños, es cine de aventuras de altura.
El precio de la inmortalidad
La probable muerte de Aragorn, que tanto hace sufrir a Eowyn, hace posible una de las secuencias más bellas, y sin duda la más lírica, de toda la trilogía, pero ahora hablaremos sobre el precio de no morir jamás. Antes, observamos hasta qué punto Saruman ha desplegado su poder y su crueldad, creando un ejército formidable, con el objetivo de borrar del mapa el reino de Rohan. Nada menos que 40.000 orcos bien armados, y con un invento formidable (algo similar a la pólvora), para poder traspasar los muros de Helm. Es impagable la cara de Grima al ver las huestes de Isengard.
El tono está tan bien establecido, que hasta la conexión mental de Arwen con Aragorn, que en otro contexto parecería forzada, aquí es creíble. Aragorn despierta en la orilla del río, y parte hacia Helm, mientras que Arwen vuelve a enfrentarse al dilema moral de quedarse con él, o marcharse a Valinor. La escena con su padre (qué buen actor es Hugo Weaving), con una luz nocturna especialmente afortunada, tiene el sabor de un drama místico. Elrond no cree que haya esperanza, pero ella se lo niega.
Por supuesto, Elrond no puede ni imaginar que ella sea capaz de renunciar a su inmortalidad, y le explica cuál será su posible futuro. Y las imágenes que acompañan esa explicación son de una belleza, un lirismo, una melancolía, sencillamente inenarrables. Arwen ve lo que será su probable futuro, en el caso improbable de que sobrevivan: que Aragorn fallezca de viejo, en el mejor de los casos, y se pase la eternidad vagando en pena. Imágenes como esta son las que responden afirmativamente a aquellos agoreros que esperaban que Jackson fuera un referente futuro del cine fantástico.
Colores ocres, púrpuras y grises, con infinitas variaciones, para este episodio tan especial. Y son colores que, de alguna otra forma, están presentes en toda la película, que, como ya dijimos, tiene una homogeneidad visual mucho mayor que ‘La comunidad del anillo’, ni que decir tiene que ‘El retorno del rey’.
También hay gran sentido de la atmósfera, y excelente dirección de actores en la crucial escena del Estanque Vedado. Está muy cuidado el estado anímico de Faramir, uno de los personajes más dolientes de la saga. Y no hacía falta esa bonita escena que sólo podemos ver en la edición extendida, en la que presenciamos la reconquista de Osgiliath por parte de su hermano Boromir. Por sí solo se basta para mostrarnos su tensión interior, su frustración con su padre, su pesimismo respecto a la guerra futura. Guerra cuya primera batalla, la de Helm, comentaremos en la última parte del análisis a esta película maravillosa.
Ver 44 comentarios