“El anillo es mío”-Frodo
Con Frodo paralizado y secuestrado por los Orcos, y con las puertas de Minas Tirith definitivamente rotas, comienza la última parte de una larga película a la que, a mi parecer, le sobran muchas escenas, y algunas de las que no sobran quedan tan forzadas de puesta en escena y dirección de actores, que parecen dirigidas por otro, como la del intento de Denethor, totalmente chalado, de quemar vivo a su hijo Faramir, interrumpido, eso sí (como tantas otras escenas), por otra, que está bastante mejor dirigida, la del enfrentamiento cara a cara entre Gandalf y el Rey Brujo de Angmar, que termina de manera muy diferente a la novela, y da pie a la llegada de los Rohirrim.
Es extraño, pero lo que hasta entonces había resultado una batalla amorfa, en cuanto a su ritmo y a su tensión, que cada poco se derrumbaban, incapaces de tenerse en pie mucho rato, una vez llegados los jinetes, aportan una intensidad y una épica que parecían imposibles pocos minutos antes. La emoción es sincera cuando el rey Theoden grita “¡Death!” (¡Muerte!) por tercera vez, y la carga está montada con precisión y violencia salvaje. Hay algunos planos en esta batalla que quedan poco creíbles, pero al que sepa algo de guerras medievales le parecerá totalmente realista (aunque algunos expresaron su incredulidad), cuando los caballos pasan por encima a muchas filas de orcos. Eso hace, literalmente, la caballería al galope.
No tiene ningún sentido volver en ese momento a Denethor y su locura, más aún cuando con tanto follón nos habíamos desconectado emocionalmente de ese personaje. El montaje, insisto, es una calamidad. Menos mal que enseguida volvemos a los campos, y tenemos la brutal (no hay otra palabra para describirla) carga de los enormes elefantes de combate. Theoden comete el trágico error de cargar contra ellos de frente, y la masacre es de gran envergadura. Jackson comete el acierto de no poner música, y hay momentos electrizantes, como cuando un elefante gigante choca contra otro.
Queda un poco forzado, no obstante, que Eowyn pueda moverse con tanta soltura entre tanta masacre, y que con dos espadas pueda hacer lo que no puden cientos de flechas. La cámara es demasiado nerviosa y no se aprecian bien los detalles. El crucial momento en que Eowyn vence, contra pronóstico, al Rey Brujo, está nuevamente partido en varios fragmentos de montaje. De esta manera, su potencia narrativa queda disuelta. En este momento, también, tiene lugar un bello momento, ya comentado en Blogdecine, que parece digno de los mejores momentos de ‘Las dos torres’.
Eowyn se enfrenta al Nazgul más poderoso, que le rompe el escudo y el brazo, Jackson, con mal tino bajo mi punto de vista, fragmenta el momento y vuelve con Aragorn y sus tropas de fantasmas verdes (por cierto, saltan del barco, y la calidad gráfica es la de un videojuego de los 90…). Volvemos a Eowyn, y todo queda muy deslavazado. Pero con los fantasmas, entramos en el final de la batalla, rematado por una penosa escena en la que Legolas, él solito, se carga a toda la tropa sobre un elefante gigante, y al mismo gigante, sin despeinarse. Muy poca imaginación, y así todo termina muy pronto, y la tensión acumulada se deshace sin un crescendo apropiado.
Volviendo con Sam y Frodo, la escena de la torre de los Orcos está bastante conseguida, aunque parece atropellada y sin garra, y como el resto de la película, no llega más allá de un cómic vistoso. En la pelea que se desata, la cámara de Jackson más parece la de un operador con parkinson, que la de un director de fuste. Así no se consigue el ritmo, sino con una puesta en escena más elaborada, y más veraz. El segmento de la novela de la torre de los orcos, es mucho más rica en detalles, y más emocionante que esto, pero aquí, al contrario que en otras partes, no querían extenderse demasiado.
En la versión extendida, aún dura más el camino de los dos hobbits hasta el Monte del Destino. Por suerte, en la versión de cines, su desvío y casi descubrimiento por parte de los orcos, fue suprimido. Hay una idea fantástica por parte de Jackson y sus guionistas, que es la de convertir la mirada de Sauron en un foco de luz que todo lo observa, como en un campo de prisioneros nazi. Es aterrador recorrer todo ese camino tratando de mantenerse a salvo de esa mirada. Peor idea es la de una escena suprimida de la versión para cines, en la que vemos al infame Boca de Sauron: una creación poco afortunada, sin ningún ingenio ni imaginación, de película de terror de serie Z.
Ya estamos un poco cansados de arengas bélicas, pero ahí está de nuevo Aragorn animando a sus soldados. Por suerte la batalla dura poco, y por fin Frodo y Sam llegan hasta el fuego del Monte del Destino. Aquí la medida de las cosas se le escapa al director. ¿Por qué tenemos que ver cómo Frodo decide en cámara lenta que no va a tirar el anillo, cómo Gollum le roba a Frodo el anillo en cámara lenta…y cómo Frodo pelea con Gollum una segunda vez en cámara lenta? Un aburrimiento después de tantas horas de drama. Ahora bien, hay una gran emoción, una emoción profunda y que convence, cuando Sam porta encima a Frodo porque este no puede más, o cuando llegan las águilas. Por fin ha acabado todo. Y provoca lástima la muerte de Gollum…
Me parecen deleznables secuencias como la del reencuentro de todos, de un sentimentalismo nauseabundo. Tampoco me gusta nada el enésimo final (uno de tantos), con todos haciendo reverencia a los cuatro Hobbits. Lo considero innecesario, naif, fuera de lugar. Muchísimo más pertinente para su interior anímica, para su verdad interior, me parece ver a los cuatro amigos regresar a su vida cotidiana, después de tan gargantuesca aventura. Eso sí, la boda de Sam, y la despedida en los puertos, son el colmo de la ñoñería, que ni el Spielberg más cursi podría llegar a igualar. La partida del último barco es una imagen poética de la muerte para Tolkien, pero Jackson convierte ese momento en una postal sentimentaloide. Una más…
Conclusiones
No creo que se pueda discutir mucho que ‘Las dos torres’ es la verdadera pieza catedralicia, con sus pocos defectos y sus muchas virtudes, de esta saga multimillonaria, que tantas cosas vulneró de las leyes de mercado del cine, con su producción simultánea. Muy por debajo de ella se sitúa, a mi parecer, ‘La comunidad del anillo’, y aún más por debajo, esta fastuosa e irregular ‘El retorno del rey’. A muchos les parece que no me gusta esta trilogía. Creo que sí me gusta, y si no fuera así, no le dedicaría tantas palabras. Pero creo que es conveniente apartar fanatismos y ver las cosas como son.
Es una trilogía valiosa, con bastante cine dentro en general, pero en modo alguno algo tan bello como ‘Star Wars’, inspirada en parte en el viaje del héroe tolkiano. Puede estar contento Jackson de ser el director de este éxito, que posee no pocas secuencias antológicas, y tanto esfuerzo, y tan buenos actores. Eso sí, con matices…