El director Yorgos Lanthimos, ha ido labrando una carrera en la que prevalece su estilo definido y en el que reinan historias extrañas y crueles con las que se sirve de herramienta para ofrecer su afilada visión de la sociedad contemporánea. Tras la sorprendente ‘Canino’ (Kynodonthas, 2009), que emulaba una prisión del sistema como metáfora del poder a escala familiar, se consagró con su relato de ciencia ficción (no) romántico ‘Langosta’ (The Lobster, 2015).
En aquel reflexionaba sobre la obsesión de los humanos por encajar en ciertas normas sociales, a pesar de lo ridículas que estas sean por lo que ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ continúa desafiando temores universales dentro de núcleos que todos conocemos, buscando derribar nuevos tabús al cuestionar la mismísima idea de la familia mediante su particular mito de la caverna de Platón. Para ello utiliza la venganza de un extraño adolescente como catalizador de esa desestructuración.
Mirando hacia Haneke
Una controvertida propuesta con alusiones al mito griego de Agamenón e Ifigenia de la mitología griega, de dónde toma su título, que se acaban personificando en una carga amenazante dónde toma partida lo sobrenatural. Lanthimos regresa a la desagradable descripción del abismo sobre el que penden los valores del ser humano en forma de drama, con un ritmo difícil, casi exasperante, y un terror áspero e inquietante, que trafica con el constante temor a la pérdida y nuestra propia amoralidad.
Lo cierto es que a través de sus gélidas imágenes no queda claro si el tono quiere navegar entre el drama, el thriller o el horror, puesto en la suma de sus partes muchas de esas intenciones se diluyen en su exagerada sátira sobre las reglas que rigen la sociedad y no duda en convertir la violencia extrema en humor negro. De hecho, el director nos engaña con sorna para que aceptemos el contrato de pasar junto a los personajes por algo terrible, tal como hacía Michael Haneke en su ‘Funny Games’ (1997).
La influencia del austríaco está por todas partes, pero a cambio, Lanthimos nos ofrece una realización exquisita, con una atmósfera de extrañeza constante, motivada en el gusto por el detalle. Hay ocasionales pistas musicales que crean tensión en los momentos menos esperados (o apropiados), que van a juego con la aséptica paleta de colores pálidos que nos lleva casi hasta la alienación, para volvernos a sacar, de vuelta, con algunas imágenes y revelaciones de impacto.
El sacrificio mecánico
En las maneras del griego también hay algo de Stanley Kubrick, particularmente en la forma en que evoca el terror congelado de ‘El resplandor’ (The Shining, 1980) que también incidía en temas como la desestructuración de la familia tradicional. Tampoco pueden obviarse los parecidos con ‘Eyes Wide Shut’ (1999), con su matrimonio fracturado, Nicole Kidman incluida. Sin embargo, aquí se subraya el peso de los pecados pasados tocando la tragedia clásica.
Sin embargo, en la difícil situación de la familia, no hay una conexión real con lo que les está sucediendo y el espectador, que puede verles llorar o explorar con ira, se encuentra con el gran vacío emocional, deliberado, que nos separa tanto de lo que pasa que no hay empatía ante una propuesta tan cruel y poco amable. El tono solemne de ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’ resulta más frustrante que provocativo, en gran parte porque ya lo hemos visto antes en otras obras.
La interpretación de Nicole Kidman es la mayor baza de una propuesta de ritmo agónico en la que el espectador va siempre dos pasos por delante. La narración se entretiene en algunas excentricidades autoindulgentes que tras llegar al final se demuestran estériles. Un ejemplo claro son los diálogos, siempre enunciados con largas oraciones expositivas de tono mustio, monocorde y afectado. En ese aspecto, el largometraje parece un experimento para probar nuestra paciencia de forma demasiado mecánica.
Es demasiado obvia en sus intenciones, con una actitud tan deliberada que comienza a crear fatiga cuando sus elementos anormales se van notando forzados y algo caprichosos. Especialmente su frívola crítica la clase burguesa a través de un burdo contraste de entornos familiares. El tercer acto cambia un poco al prescindir de algunas peculiaridades más superficiales y es en ese momento, cuando deja de ser tan meticulosamente artificial, en el que la película se muestra algo más robusta.
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