“Ten cuidado Michael, elegir no creer en el diablo no te protegerá de él.”Padre Lucas (Anthony Hopkins)
Creo que nunca lo he pasado peor en una sala de cine que cuando vi ‘El exorcista’ (‘The Exorcist’), en el reestreno del montaje extendido en el año 2000. Ya no era ningún niño, y había visto partes de la película con anterioridad, supongo que en televisión, además recuerdo haberme burlado con la idea de que una niña atada a una cama pudiera ser algo aterrador. No sé si llegué a reírme alguna vez, puede que por puro pánico, pero sí sentí auténticos escalofríos, encogido en la butaca, y desde entonces las películas con posesiones demoníacas me causan una especial inquietud. Me he dado cuenta que no es necesario que alguien como William Friedkin maneje la cámara entre las tinieblas, ni el Roman Polanski de ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary´s Baby’) o el Richard Donner de ‘La profecía’ (‘The Omen’); me llega a bastar el correcto trabajo de un realizador que se limite a seguir la fórmula, cuide un poco la atmósfera, no abuse del montaje frenético y cuente con actores comprometidos.
Y sin embargo, no encuentro a menudo propuestas que lleguen a esos mínimos, resultándome imposible seguir con interés supuestos relatos de horror con estética y ritmo de videoclip, protagonizado por pijas de silicona y niños de gimnasio que se dedican a posar ante la cámara y ser bañados con litros de sangre. Más que asustarme, me causa bochorno. Sin ser ninguna joya, ni tampoco merecedora de ser recordada en los próximos años, ‘El rito’ (‘The Rite’, 2011) es una película de claras intenciones que cumple su objetivo, que satisface la demanda inmediata de un público que desee pasar un mal rato con una historia sobrenatural (algunos más que otros, pero reconozcamos que a veces nos gusta pasarlo mal). A eso hay que sumar el siempre estimulante protagonismo de Anthony Hopkins, que aunque se empeñe en ensuciar su carrera con mediocridades, posiblemente por una mezcla de necesidad y diversión, sigue siendo uno de los intérpretes más carismáticos del planeta.
Oh sí, también aparece Rutger Hauer. Y Toby Jones y Ciarán Hinds. Gente con una experiencia y un saber estar impagables. Por su parte, el joven Colin O´Donoghue apenas había hecho cine, teniendo aquí su primer papel protagonista, y debo destacar que hace un trabajo estupendo, es la mayor sorpresa de ‘El rito’. Menos acertada está Alice Braga, pero no por juventud o falta de talento, sino porque le toca el personaje más desdibujado y prescindible del guion de Michael Petroni, al parecer inspirado en hechos reales. Sé que esta etiqueta resulta atractiva en términos comerciales, hay un público al que le emociona saber que la historia tiene un fondo de realidad, pero a veces resulta un tanto perjudicial, pues uno no puede evitar pensar que le están tomando por tonto, cuando por ejemplo una chica vomita enormes clavos como si nada. Así que un consejo si tienes una historia de terror entre manos: pasa de investigar la realidad y céntrate en la puesta en escena, es donde fracasa la gran mayoría de cineastas actuales.
‘El rito’ se basa en un libro del periodista Matt Baglio que narra la historia de Michael Kovak, un joven norteamericano que viaja a Roma para asistir a un curso de exorcismo que se imparte en el Vaticano. No le convencen las clases, cree que todo es una patraña, así que le envían a conocer al padre Lucas, un experto exorcista. Lo más interesante de la película (y dudo que esto sea solo cosa mía) tiene lugar con esos dos personajes en pantalla, el muchacho expresando su escepticismo y el viejo respondiendo con su experiencia, lo que permite no solo comprender a ambos y tener la sensación de realidad que no aporta ningún letrero de “basado en hechos reales”, sino también implicarse uno más en lo que está pasando, para descubrir quién se equivoca, si de verdad existen las posesiones demoníacas. Por eso el primer caso resulta muy entretenido, pues se mantiene un conflicto entre las dos visiones, se mantiene la duda y cabe la posibilidad de que Michael tenga razón y Lucas sea un maldito chalado. Por desgracia, se siente la necesidad de incluir un personaje femenino que subraye la falta de fe de Michael, además de posibilitar un sugerente romance; una mala idea, O´Donoghue y Braga no funcionan juntos, no hay química.
Mikael Hafström hace bien en mantenerse pegado al texto y dejar el peso del relato a los actores, a veces con planos estáticos donde simplemente los vemos reflexionar o expresarse, en lugar de recurrir a llamativos movimientos de cámara o una realización dinámica para agilizar la narración, lo que en estos tiempos, en el cine comercial, es poco habitual. Y se agradece, por momentos uno tiene la impresión de estar viendo un film de otra época. Pero, quizá por presiones de los productores, quizá porque no estamos ante un director brillante (ni mucho menos), no tardan en surgir las prisas y los efectismos baratos, recurriendo a desafortunados arreglos digitales para intentar dotar de espectacularidad al último tramo. En una escena, Lucas dice que el demonio intenta pasar desapercibido, que es como un ladrón que entra en una casa y no enciende las luces; sin embargo, no hay ningún caso en la película en la que no se nos enseñe que realmente están sufriendo una posesión, contradiciendo esas palabras y haciendo más obvio el viaje de Michael.
‘El rito’ es un film vacilante que despega cuando se entrega a los actores, al conflicto interno y la emoción, como el accidente bajo la lluvia, el derrumbe psicológico de Lucas o el flashback de la madre de Michael, y se va al suelo cuando recurre a explicaciones o busca el susto, en tramos muy corrientes y artificiales. Se equivocan los responsables buscando el más difícil todavía y el lucimiento de los efectos especiales, cuando tenían en sus manos una historia pequeña pero muy interesante, con el aprendizaje de Michael, desde su complicada niñez a su búsqueda de fe, y la relación con un mentor cada vez más hundido en la oscuridad, mientras intentan solucionar el extraño caso de la muchacha embarazada que dice estar poseída. No hacía falta estirar el chicle ni pintar digitalmente los rostros de los actores para hacerlos más terribles. Lo cotidiano ya es suficientemente terrible.