Hubo una época en la que el cine Marvel no tenía la categoría reina en el género fantástico. Es más, sus pequeños intentos de adaptar sus muy populares creaciones en papel, no sólo no eran estrenadas en cine sino que eran relegadas a televisión, normalmente con la intención de crear franquicias abordables con presupuestos ajustados. Basándose principalmente en la atracción que generaba la propia marca de cada uno de sus héroes.
Doctor Strange no es el típico superhéroe de Marvel Comics. Su diferencia con mayoría de enmascarados con capa y cruzados de la casa es que él es un mago. Apareció por primera vez en la serie ‘Strange Tales’ #110, en julio de 1963, y resultó convertirse en un personaje tan popular que esta colección tomó en 1968 como nuevo título ‘Doctor Strange' ('Doctor Extraño'). El mago ha sido un elemento fiel en la alineación de Marvel e interactúa regularmente con otros personajes del universo.
No hablamos del primer mago en los cómics: Dr. Destino, Zatara y Mandrake fueron tan populares que incluso el último tendría su propio serial. Pero lo que hacía diferente al héroe Marvel fue que no era un humano normal, sino un superhéroe esotérico. Lo que proporcionaba al cómic la posibilidad de presentar raros estados de la mente, planos astrales o fuerzas elementales. Lo que hizo a la colección elemento de culto en la década de 1970 fue la explosión de colorido del, muy frecuentemente psicodélico, arte de Steve Ditko.
La primera película de Dr. Strange
Y es que el Dr. Strange podría haber tenido un estupendo entendimiento con el público de aquella década en una película a su altura. En los 90, Wes Craven se interesó en el personaje, pero hasta que el cine de superhéroes no explotó no hubo un debate serio sobre su adaptación. Guillermo del Toro presionó lo suyo aunque ya sabemos quien se encargó finalmente. A parte de sus apariciones en series de dibujos, su única adaptación oficial disponible es ‘Doctor Extraño: El Hechicero Supremo’ (Dr. Strange, 2007).
En acción real, la única versión conocida sería ‘Doctor Mordrid’(1992) una versión sin acreditar del buen doctor que trasladaba con gracia la esencia del cómic con su presupuesto de serie B. Sin embargo, hay algo que Marvel siempre tiene reticencia en reconocer, y es que la película de Scott Derrickson no ofrece la primera versión “oficial” en carne y hueso del superhéroe.
La primera película de Dr. Strange fue un piloto para una fallida serie que alcanzaba la duración de una película. El personaje estaba entre esos derechos que vendió Marvel Comics para ser desarrollados para la televisión durante los 70. Junto a Spiderman, El increíble Hulk de Bill Bixby y dos pilotos Capitán América que nunca fueron más allá, fueron felices accidentes de bajo presupuesto que tuvieron un impulso extra con el éxito de la versión del hombre de acero de Richard Donner. La antorcha humana y Sub-Mariner también estuvieron a puntito.
Adaptación barata, pero digna
Lo sorprendente es que de todas las adaptciones Marvel de esa época, el Dr. Strange puede considerarse la más digna. Las demás, por temas de presupuesto o vaya usted a saber, solían entender mal a los personajes y les hacían vivir aventurillas mundanas sin acción o villanos decentes. Pese a su mala conservación, ‘Dr. Strange’ no se ve tan envejecida, quizá por que la naturaleza ocultista encajaba mejor con géneros más parecidos al terror, que en los 70 triunfaba también en televisión.
La película es más pragmática que el cómic, pero Philip DeGuere dirige con un tono un poquito abstracto y experimental para la época. Sus escenas de gente corriendo en cámara lenta, secuencias de sueños y viajes a dimensiones alternas no eran muy comunes, en ese aspecto, mucho más adulta que las visiones de Spiderman, Capitán América o Hulk, incluso sus secuencias psicodélicas tienen un poco prestado de ‘2001: Una odisea del espacio’ (2001: A Space Oddisey, 1968), que evoca dignamente las visiones alucinógenas.
Aquí el Doctor, que es psicólogo y no cirujano, está interpretado por Peter Hooten, que da el pego, está confiado dentro de la capa del mago y además cumple con el prototipo erótico de los 70. El británico John Mills añade su experiencia aportando tranquilidad como mentor del mago, aunque se nota muy modelado a partir de Obi-Wan Kenobi, de ‘La guerra de las galaxias’ (Star Wars, 1977) con las mismas tácticas Jedi de control mental que hacía Alec Guinness con la mano. Morgana Le Fay está encarnada por Jessica Walter.
Obviamente, si la comparamos con las versiones de CGI pirotécnico de hoy, da un poco de risa y, dentro de su momento, tampoco tenía presupuesto para tirar cohetes. Es una película barata, se nota en detalles tan básicos como su poco convincente recreación de los exteriores de Nueva York, pero tiene un encanto especial y es capaz de hacer mirar de nuevo al cine de superhéroes con ingenuidad, transportándote a una etapa en la que los niños eran felices viendo a sus héroes en pantalla, incluso con sus disfraces de licra dejando vivir en libertad a sus michelines.
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