Cuando hace más de diez años se supo que Tim Burton realizaría un remake de la mítica ‘El planeta de los simios’ (‘Planet of the Apes’, Franklin J. Shaffner, 1968), mucha gente, yo incluido, dio saltos de alegría. Poco importaba que Burton se atreviese con una de esas películas “intocables” —a este paso hasta ‘Casablanca’ (id, Michael Curtiz, 1942), que ya tuvo un amago de remake en 1980, será violada un año de éstos—, el material era perfecto para el director de joyas como ‘Eduardo Manostijeras’ (‘Edwards Scissorhands’, 1990) o ‘Big Fish’ (id, 2003). El resultado aún sigue dejando con la boca abierta a día de hoy, tanto que si la bautizamos como la peor película de su realizador, creo que no estaríamos exagerando ni lo más mínimo. Durante tiempo, y debido al final abierto de la misma, se especuló con una secuela, la cual nunca llegó a producirse, imagino que por el varapalo crítico a todos los niveles que sufrió la película.
Muchos de los que nos alegramos con aquella lejana noticia, no sentimos ni el más mínimo interés por la realización de una precuela diez años después. Un director desconocido, lo que normalmente no hace esperar nada bueno o interesante, más el hecho de narrar algo cuyo final ya conocemos, no hacía albergar demasiadas esperanzas. Pero de vez en cuando sucede algo, o aparece alguien, que logra sorprendernos por encima de lo esperado. Este verano —el día favorito de muchos en Galicia— nos ha traído dos films enmarcados en el más claro cine comercial, ése tan injustamente vilipendiado, que sobresalen muy por encima de la media. ‘El origen del planeta de los simios’ (‘Rise of the Planet of Apes’, Rupert Wyatt, 2011) es el primero de ellos, una joya que encierra más de lo que aparenta a simple vista.
La trama del film da comienzo con los experimentos del joven científico Will Rodman (James Franco), cuyas investigaciones le llevan a encontrar un tratamiento para el Alzheimer, el cual es probado en simios. Un pequeño accidente hace que suspendan el proyecto, tomando la decisión de eliminar a los monos que se prestaron a ser cobayas. César es el bebé primate de una de las hembras, que Will se lleva a su casa intentando alejarlo de la crueldad humana, y de paso observar que lo experimentos en su madre tienen continuidad en el joven bebé simio. A partir de ese instante, las cosas tomarán un rumbo que pocos serían capaces de imaginar, y al mismo tiempo, una de las grandes ironías de la historia. El alzamiento de los que son nuestros antepasados más directos como escarmiento a nuestro egoísmo y desdén hacia los demás seres del planeta. ‘El origen del planeta de los simios’ es mucho más que una precuela del film de Shaffner. Es también una puesta al día del material propuesto por Pierre Boulle en su novela, aquel que se adaptaba en la película protagonizada por Charlton Heston, y que aquí funciona a modo de homenaje, totalmente respetuoso, del mencionado film. Algunas de las situaciones son idénticas, pero dadas la vuelta, logrando un impacto nuevo.
El libreto escrito a cuatro manos por Rick Jaffa y Amanda Silver sorprende por su capacidad de síntesis —menos es más— y por la inteligente sutileza con la que están expuestos los apuntes más llamativos del mismo. Pensemos por un instante en el tratamiento de los personajes humanos en el film. Resulta extraño que un actor como James Franco, que ya ha demostrado con creces su valía, dé vida a un personaje tan soso y poco carismático como el científico Will Rodman. Parece como deshumanizado. Lo mismo ocurre con el personaje de Brian Cox, al que todo parece importarle poco, y también con los de Freda Pinto y Tom Felton. No hay empatía con ellos, y sí con el personaje al que da vida un sensacional John Lithgow, el padre de Will. Y si la película puede interpretarse, yo al menos así lo veo, como una espectacular crítica hacia el ser humano y el olvido de éste hacia lo verdaderamente importante, ¿no resulta un acierto, por su crueldad, dotar al humano más querido de la función con la enfermedad de Alzheimer?
Pero la película supone además todo un ejemplo de cómo utilizar con inteligencia los increíbles avances en el campo de los efectos visuales. Weta Digital es la estrella de la función en ese aspecto, y la labor realizada aquí es memorable por insertar los efectos al completo servicio de la historia y no convertir el film en una ensalada de virguerías visuales, mal muy extendido en la actualidad. Llama poderosamente la atención la puesta en escena de Rupert Wyatt, vitalista como pocas. Contiene el film un crescendo dramático muy bien medido que alcanza su punto álgido en la excelente secuencia del Golden Gate, prodigio de ritmo y espectáculo bien entendido. Un auténtico momento catártico en el que me resulta muy difícil no emocionarme o incluso aplaudir. Uno quiere que los simios salgan victoriosos de la batalla que allí se produce, porque es con ellos con quienes se empatiza, otro de los milagros de la cinta.
Mención a parte merecería la labor de Andy Serkis, quien él solito se come al resto del reparto. Tras los precedentes de Gollum en la millonaria trilogía de Peter Jackson, o el gorila más grande de todos los tiempos, también bajo la perspectiva de Jackson, el actor se corona dando vida a César, el simio que iniciará la rebelión de sus semejantes. Los resultados son superiores a los films mencionados, y Serkis logra transmitir una emoción que rara vez se ha visto en personajes digitales. Su mirada, gestos, fisicidad en definitiva, son captados por la sobria cámara —toda una sorpresa en estos tiempos dentro del cine comercial— de Wyatt. Instantes como el mencionado, o la primera palabra que pronuncia César, ponen la piel de gallina, demostrando cómo narrar una historia más que interesante, dotada de coherencia, y servida como gran blockbuster palomitero, lo cual no anula ninguna de sus virtudes.
Creo que aún no somos totalmente conscientes del enorme avance cinematográfico que supone esta película, mucho más conseguida que otras de la misma índole, y que terminan sucumbiendo a la parafernalia técnica. Pocas veces en el cine actual se ha visto una comunión tan perfecta entre calidad y comercialidad, dos características que rara vez han convivido juntas en armonía. Ya es hora de tirar los prejuicios abajo. Durante años, directores como Steven Spielberg o James Cameron han unido esas dos facetas con resultados más que estimables, siendo atacados, para sorpresa del que suscribe, por ello. Con el trabajo de Wyatt la operación se repite —la opinión general es que la película es “sólo” buena—, pero el paso incólume del tiempo demostrará lo contrario.