El pasado viernes 21 de agosto se estrenó en nuestras salas la nueva comedia protagonizada por el famoso Will Ferrell, ‘El mundo de los perdidos’. Se trata de la adaptación cinematográfica de una popular serie creada por Sid y Marty Krofft en los años setenta; para trasladarla a la gran pantalla se contó también con un gran presupuesto, estimado en 100 millones de dólares, más que suficientes para costear todas las secuencias fantásticas que se habían ideado para la película, en teoría, un divertido festín de efectos especiales para todos los públicos.
En la práctica, nada que ver, es un producto totalmente fallido, muy aburrido, y, como apuntaba mi compañera Beatriz en su crítica, destinado a ningún público, porque para los adultos es demasiado infantil, pero tampoco parece apropiada para los más pequeños, tanto por el tratamiento (queriendo homenajear a la serie) como por las bromas. Así las cosas, no es de extrañar que la producción haya recaudado 40 millones menos de lo que costó, pasando sin pena ni gloria por, entre otros, nuestro país.
Esto supone el primer varapalo serio para Will Ferrell, hasta hace poco una garantía de número uno en taquilla, uno de los actores cómicos más rentables de la industria norteamericana. Pero Ferrell se ha ido estancando, desde ‘Patinazo a la gloria’ (‘Blades of Glory’) ha ido perdiendo frescura; se ha acomodado haciendo más de lo mismo, y el público poco a poco se ha ido cansando de sus recursos para hacer reír. El actor ha explotado su estilo en tantas películas seguidas (ése es otro problema, debería seleccionar mejor dónde se mete) que ha agotado pronto su repertorio, y lo peor es que parece no darse cuenta; o quizá es que no puede salir de esta situación.
En ‘El mundo de los perdidos’ (‘Land of the Lost’, 2009), Ferrell interpreta al Dr. Rick Marshall (los nombres de sus personajes suelen salir de la chistera del actor, en la serie se llamaba Will Marshall), un científico que ha estado llevando a cabo carísimos experimentos para descubrir la forma de viajar en el tiempo y el espacio, hacia otras dimensiones paralelas a la nuestra. El extravagante tema de su aparentemente loca investigación y las maneras poco profesionales de Rick (la secuencia de la entrevista es lo más gracioso de toda la película) acaban pronto con su carrera.
Sin embargo, por la magia de los guionistas (Chris Henchy y Dennis McNicholas), Rick consigue construir en una sola noche, y con los recursos de un maestro de escuela, esa máquina fantástica que puede transportar al ser humano a otro universo. Acompañado por la investigadora Holly Cantrell (Anna Friel), que había estado siguiendo su investigación todo este tiempo, y el bruto Will Stanton (Danny McBride), encargado de un cutre parque de atracciones, Rick se lanza a la aventura en un mundo poblado por dinosaurios, extraterrestres (en la versión original puede oírse a Leonard Nimoy como The Zarn) y todo tipo de criaturas fantásticas.
El principal problema de Will Ferrell, y de muchos cómicos, la gran mayoría, es que no saben cuándo parar. Te hacen reír con algo y lo repiten, lo repiten… Y más temprano que tarde, aburren. Así que cuando empieza la película y no sabemos mucho de este científico imposible, la cosa tiene gracia, pero pronto se agota la fórmula, y el actor no deja de repetirse durante el resto del metraje, alargando bromas y diálogos de forma cansina.
Si a esto añadimos que el cómico está mal acompañado, con dos actores que no aportan casi nada (sólo McBride tiene algún momento divertido), el resultado es que la comedia dura muy poco, hasta que la estrella ya ha terminado con la escasa originalidad de su nuevo personaje, y todo lo demás es ver a tres actores hacer el tonto mientras son perseguidos por un T-Rex (eso sí, muy bien hecho). Lo que sí es impresionante es que esta película la haya filmado Brad Silberling después de la divertida, tierna y memorable ‘Dame diez razones’ (‘10 Items or Less’).