Que Martin Scorsese es un genio creo que es algo que tiene claro cualquier (buen) cinéfilo. Sus aportaciones al séptimo arte desde los años setenta le ha colocado como uno de los más grandes cineastas estadounidenses surgidos en aquellos años, al lado de gente como Steven Spielberg o Francis Ford Coppola, tres directores que en este momento de sus carreras están en la privilegiada posición de hacer la película que les venga en gana. ‘El lobo de Wall Street’ (‘The Wolf of Wall Street, 2013) es la prueba patente en el caso de Scorsese que, tras filmar su muestra de amor y cariño a los inicios del cine en la maravillosa ‘La invención de Hugo’ (‘Hugo’, 2011), ha decidido volver a caminos ya trillados en su cine en películas como ‘Uno de los nuestros’ (‘Goodfellas’, 1990) o ‘Casino’ (id, 1995).
Si hace nada os hablaba de una de las grandes olvidadas en las nominaciones a los Oscars, hoy me toca con una a la que creo le sobran nominaciones. Que nadie se rasgue las vestiduras aún; ‘El lobo de Wall Street’ me parece una buena película, simplemente no comparto la excesiva —ideal en esta película— devoción que se le comparte en algunos círculos. Más que un Scorsese en estado de gracia, me ha parecido más bien un Scorsese en piloto automático, conocedor sobrado de cualquier formulismo cinematográfico, cinéfilo hasta la médula y que de nuevo cuenta la ascensión y caída de un hombre que lo tuvo todo, esta vez dejando casi todo en manos de la improvisación y siendo algo repetitivo.
Mi compañero Mikel asegura que es la mejor colaboración del tándem Martin Scorsese/Leonardo DiCaprio —yo opino que es la peor, sin que eso hable mal de la película en sí—; mi compañero Pablo sugiere que es una película moralmente cobarde, poco atrevida en lo que narra. Yo no creo que Scorsese glorifique un modo de vida aberrante, habiendo robado dinero a los más necesitados —tratados en el film como verdaderos tontos, PORQUE LO SON, y eso nos duele— y cometiendo excesos de todo tipo con respecto al sexo y las drogas, con personajes abiertamente machistas y personajes femeninos maniqueos. Si acaso Scorsese retrata su espectacular modo de vida, la que muchos quisiéramos para nosotros aunque por otros medios (JA). Pero la triste verdad es que no nos gusta que nos espeten en nuestra cara que para ello hay que saltarse las normas y aprovecharse del más débil, sacando al sinvergüenza e hijo puta que todos llevamos dentro. Una vez conseguido eso el tipazo de vida que uno se puede pegar creo que está muy bien mostrado en la película.
(From here to the end, Spoilers) Ambientada en los fructíferos noventa, ‘El lobo de Wall Street’ es un vehículo más que perfecto para que Leonardo DiCaprio, el actor fetiche del director, se luzca a lo bestia con una composición que sin duda es lo mejor del film, hablando de tú a tú al espectador en clara consonancia con la personalidad de su rol, un bróker de Wall Street que se hizo con un montón de dinero a costa de muchos, transmitiendo la idea del sueño americano, no voy a entrar en si equivocada o acertada pues Scorsese sólo la retrata. Un sueño que todos quisiéramos, algo en lo que el film pone el dedo en la llaga en sus dos secuencias finales, con ese agente del FBI —Kyle Chandler en otro papel fotocopia de los que suele hacer últimamente— viajando en un metro gris y triste con un rostro que lo dice todo; o el plano final de la audiencia escuchando atentamente las enseñanzas de Jordan Belfort (DiCaprio), un nuevo tipo de héroe para muchos.
Otro de los grandes aciertos de este film es que su duración, 179 minutos —hablamos de la película más larga de su director— no cansan en absoluto. Scorsese sabe lo que es el ritmo y sabe cómo no aburrir al espectador aunque el film sea demasiado largo. Tal vez, y digo sólo tal vez, Scorsese ha querido retratar el exceso a través de una película excesivamente larga, que no excesiva en su puesta en escena. Pero sí tenemos brillantes secuencias como la del colocón del mejor personaje jamás interpretado por Jonah Hill —a quien Scorsese saca el mayor de los provechos— a cámara lenta con un rostro de antología detrás de Jordan —secuencia hilarante donde las haya, y que demuestra que sobre drogas Scorsese sabe lo suyo—, hay otras alargadas en demasía, como el efecto con retardo de ciertas pastillas y que llevan a Leonardo DiCaprio a lucirse físicamente en una secuencia totalmente improvisada, como casi todas, pero ¿es realmente necesario mostrar todas las consecuencias por muy divertido que sea? Tal vez, cuando el padre —Rob Reiner— le habla continuamente de consecuencias—, sí.
Diversión a raudales, sexo a mansalva, drogas por doquier, rabia, furia —los típicos travellings, marca de la casa, por ejemplo, cuando Jordan se mete cocaína—, pero también demasiado subrayada, y con personajes secundarios descuidados —es curioso que uno de los mejores retratados sea uno que aparece poco, al que da vida un pletórico Matthew McConaughey, quien por petición del propio Leonardo DiCaprio ha convertido en grito de combate el ritual que el actor hace antes de filmar cada escena—, sobre todo los femeninos. Con todo, estas tres horas de cine se disfrutan de lo lindo porque en algún lugar de nuestro fuero interno todos queremos ser como Jordan Belfort, al menos durante un tiempo.
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