¿Creen que con Jason Bourne se acaba la historia? Lo siento, esto es mucho más gordo.
Jason Bourne, el espía amnésico, nació en la gran pantalla hace una década. Matt Damon daba vida al personaje creado por Robert Ludlum en ‘El caso Bourne’ (‘The Bourne Identity’, Doug Liman), un éxito comercial que sorprendió por mezclar cierto sabor al thriller de los 70 con los escenarios europeos. Para la continuación se contrató al inglés Paul Greengrass, que ya sería el encargado de cerrar la historia con ‘El mito de Bourne’ (‘The Bourne Supremacy’, 2004) y ‘El ultimátum de Bourne’ (‘The Bourne Ultimatum’, 2007), prácticamente dos mitades de un solo film. Con la tercera entrega se logró la cima de la trilogía: la más ambiciosa, la mejor valorada y la más taquillera —más de 400 millones de dólares—. La trama de Bourne había concluido pero la marca era demasiado rentable y parecía cuestión de tiempo que se siguiera explotando. Damon no descartó continuar pero tenía que ser con Greengass, que ya estaba cansado del personaje, llegando a sugerir como título para la cuarta parte ‘The Bourne Redundancy’ (“la redundancia de Bourne”). Finalmente se llamó ‘El legado de Bourne’ (‘The Bourne Legacy’, 2012).
‘El legado de Bourne’ es el título de uno de los libros —escrito por Eric Van Lustbader— de la saga creada por Ludlum, donde el hombre que fue Jason Bourne disfruta al fin de una vida corriente, como profesor de universidad, hasta que alguien intenta asesinarle y debe recuperar viejos hábitos. La historia de la película no tiene absolutamente nada que ver. Sin la posibilidad de contar con Damon, de momento —la posibilidad sigue en el aire, se dice que podría regresar para la siguiente entrega—, los productores depositaron toda su confianza en el estadounidense Tony Gilroy, guionista principal de la trilogía —si bien en la primera parte comparte créditos con W. Blake Herron y en la tercera con Scott Z. Burns y George Nolfi—, para que ideara la manera de continuar la franquicia sin el personaje principal. En colaboración con su hermano Dan Gilroy, el director de ‘Michael Clayton’ (2007) y ‘Duplicity’ (2009) partió de los hechos expuestos en ‘El ultimátum de Bourne’ para trazar una trama paralela y presentar a un nuevo héroe: Aaron Cross.
Papel que cae en manos de Jeremy Renner, intérprete que tras lograr dos nominaciones a los Oscar —como protagonista en ‘The Hurt Locker’ (Kathryn Bigelow, 2008) y como actor de reparto en ‘The Town’ (Ben Affleck, 2010)— se ha puesto de moda en Hollywood con quince años de carrera a sus espaldas. Secundario en dos taquillazos como ‘Misión: Imposible – Protocolo Fantasma’ (‘Mission: Impossible – Ghost Protocol’, Brad Bird, 2011) y ‘Los Vengadores’ (‘The Avengers’, Joss Whedon, 2012), Renner encabeza el reparto de ‘El legado de Bourne’ encarnando al sucesor del personaje interpretado por Matt Damon, esto es, otro super-espía de un programa secreto de la inteligencia estadounidense al que de pronto hay que eliminar. Y a ese error le sigue una serie de torpezas, casualidades y malas decisiones que permiten extender la trama con numerosas persecuciones y peleas que el protagonista, una prodigiosa máquina de matar, va superando al mismo tiempo que se resuelven las incógnitas sobre su pasado. Tony Gilroy no arriesga, se limita a conservar lo que él considera la fórmula de las entregas anteriores, incluso a costa de la coherencia del relato o los personajes.
Gilroy se equivoca tratando de seguir el ritmo marcado por Grengrass; no es su estilo, debió haber buscado otro referente, algo como ‘El topo’ (‘Tinker, Tailor, Soldier, Spy’, Thomas Alfredson, 2011). El inglés sabía lo que hacía y su manera de trabajar encajó perfectamente con el material —no tuvo tanta suerte cuando intentó hace lo mismo con la fallida ‘Green Zone’ (2010)— mientras que el estadounidense, por el contrario, se ha metido en el juego sin dominar las reglas, pensando que con escribir secuencias de acción y contar con la inestimable colaboración de Dan Bradley —coordinador de escenas de riesgo y director de segunda unidad en las dos últimas de Bourne, de James Bond y la quinta ‘Misión Imposible’, entre otras— tenía todo resuelto. El resultado es un fracaso; falta dinamismo y espectáculo, sobran diálogos y explicaciones. Gilroy entorpece la narración añadiendo enmarañadas conversaciones y personajes irrelevantes —algunos puestos ahí solo para forzar la continuidad argumental, como lo de soltar el nombre de Bourne repetidamente—, buscando la confusión, la apariencia de complejidad, y ni siquiera ofrece un enfrentamiento digno cuerpo a cuerpo entre Cross y el enemigo definitivo (Louis Ozawa Changchien) encargado de asesinarle.
Como carece del talento necesario para orquestar el espectáculo vibrante que cabe esperar de un blockbuster como ‘El legado de Bourne’ —125 millones de dólares de presupuesto—, Gilroy se refugia en las mejores herramientas del realizador incompetente: sonido atronador —música intensa, puñetazos que suenan como explosiones— y montaje frenético. El mejor ejemplo es la última persecución, que algunos han criticado por extensa cuando en realidad el problema es de ingenio y planificación, resultando un aburrido y caótico puzle de planos imposible de arreglar en la sala de montaje —el montador es otro hermano de Tony, John Gilroy—, solo se puede acelerar y aumentar el ruido; si la volvéis a ver fijaos en los continuos saltos de eje, a menudo parece que las dos motos van a chocar frontalmente cuando en realidad se supone que va una detrás de otra. Otra importante equivocación del cineasta al intentar mantener el interés es la elección del punto de vista; no tiene sentido alguno que en escenas donde el espectador debe sentir inquietud por el destino del héroe, la cámara se centre en enfocar las caras, las reacciones y los monitores de los que intentan matarlo desde los despachos.
“Esto es Misión: Verosímil, no Misión: Imposible“, declaró el director unos meses antes del estreno, cuando en una de las conversaciones de ‘El legado de Bourne’ le dicen esto al protagonista: “Te modificaron dos cromosomas distintos, es el avance mas espectacular de la ciencia“. La película parte de un guion nefasto, que busca crear suspense con situaciones previsibles —los engaños en los aeropuertos— y generar empatía hacia un personaje cuyo pasado se oculta de manera inexplicable —Cross no sufre amnesia pero al espectador solo se le dan migajas de información para dejarle pendiente de más secuelas—, que desaprovecha personajes —Oscar Isaac hace de espía con el corazón roto que prepara la cena a Cross (un efectivo Renner)— o los manipula caprichosamente cuando conviene —la brillante doctora sexy (Rachel Weisz) pasa a ser fugitiva, amante y heroína, y el implacable villano (Edward Norton) intenta aniquilar el programa de espías… sacando otro nuevo de la chistera—, aparentemente despachado con prisas para filmar cuanto antes y aprovechar el grato recuerdo de las anteriores entregas. Les ha funcionado, 100 millones lleva esta cuarta en un par de semanas, a pesar de ser claramente la peor película de la saga.
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