'El ladrón de palabras', creyéndose Paul Auster

El miércoles 31 se estrenará ‘El ladrón de palabras’ (‘The Words’, 2012), de Brian Klugman y
Lee Sternthal, una drama moral, protagonizado por Bradley Cooper, Jeremy Irons y Dennis Quaid, que aspira a thriller psicológico y a narrar una historia dentro de otra historia dentro de otra historia, quedándose a las puertas de todas sus pretensiones.

Podría parecer que contar dos historias en una película o novela baja las exigencias en cuanto a interés, ya que con que enganchen la mitad cada una, ya tendremos lo que tienen los demás relatos. Sin embargo, la el listón que presenta esta elección estructural está mucho más arriba que el de la historia única, debido a que, cuando dejamos en suspensión una de las narraciones para pasar a la otra, la nueva tiene que gustar tanto que el fastidio por la interrupción se diluya enseguida, sin por ello llegar a perder la curiosidad para querer retomarla. Y, de la misma forma, cuando se regresa a la primera, esta ha de contar con sucesos tan llamativos y personajes tan atrayentes que no nos importe detener la progresión de la que teníamos entre manos. Y así sucesivamente.

‘El ladrón de palabras’ no trata de llegar a esto con dos sucesos, sino con tres. En la cabeza de los autores, quizá creían que estaban dando forma a una narración de las que suele firmar Paul Auster, con un escritor como protagonista, con un tremendo conflicto de identidades y de autorías, que llega a trascender las preocupaciones de los personajes y se convierte en una duda razonable, con máquinas de escribir, manuscritos y, sobre todo, con muchísima introspección en las psiques como para que la historia se convierta en un estudio sobre la locura, la obsesión… Las bases para que el film que nos ocupa fuese todo eso y más existen, están ahí. Pero de lo que hacen con ella sus creadores brota un resultado que no se acerca a funcionar ni en uno solo de esos aspectos. Y ni siquiera entretiene.

Las historias se podría decir que están equilibradas, pero porque las tres son igual de irreales y anodinas. Si nos importa poco lo que atañe al aspirante a escritor, cuando los flashbacks nos enseñan lo que sucedía con el auténtico novelista, todavía nos aburrimos más. Y eso que se supone que lo que estamos viendo es lo narrado en ese maravilloso libro por el que merece la pena vender el alma. La parte más contemporánea, aquella desde la que se lee el origen del cruce entre las otras dos primeras, es que no hay por dónde cogerla. Los diálogos remarcan que el ponente es un brillante escritor, pero lo único que nosotros escuchamos de sus labios es literatura de tres al cuarto.

Es difícil creerse a Cooper tanto de joven, como de escritor. Ante él aparece un reto dificilísimo: encarnar con su interpretación, sin ponerlo en palabras, el dilema que cualquier espectador debe entender. Si esto resultase y penetrásemos junto a él en la tremenda disyuntiva, así como en la destrucción de su autoestima, la película tendría un gran valor como psychothriller. Sin embargo, las capacidades del protagonista se quedan cortas para darnos todo aquello de lo que carece el guion, firmado por ambos directores.

Jeremy Irons y Dennis Quaid no fallan con sus trabajos, pero no tienen nada de lo que partir para crear el interés que no ha generado el personaje principal. Junto a estos tres nombres importantes, aparecen actores de no menor talla, como John Hannah, en un papel demasiado breve, Ron Rifkin o J. K, Simmons. Ben Barnes, siempre limitado, aquí resulta tan inexpresivo como Cooper para que la historia pasada llegue a importarnos algo.

Las mujeres, Olivia Wilde y Zoe Saldana, suponen bellas incorporaciones a una historia protagonizada por hombres. No proporcionan más que un oído para escuchar y gracias al que hacer resonar esas palabras del título original. Este, inconscientemente, delata la torpeza del film que, lejos de hacernos partícipes del conflicto interno, necesita exteriorizarlo a través de diálogos. Las mujeres están aquí para eso, son las interlocutoras que escuchan lo que pasa por la mente de sus hombres. Pero incluso cuando un personaje se introduce con una función clara, como pueda ser esta u otra, hay que disimular y dotarlo de personalidad, intereses, gustos, defectos… para que parezca un personaje, no una mera carcasa vacía que cumple un propósito.

En definitiva, una de las peores películas que he visto este año. Resultados de derribo, aburridos y superficiales, que surgen de premisas e ideas estructurales prometedoras. Buenos actores en papeles secundarios que no salvan la papeleta ni para dotar de importancia los pocos momentos de pantalla que gozan. La historia de un escritor que se convierte en ‘El ladrón de palabras’ porque se apropia de la autoría de una obra ajena ya se ha contado en cine y literatura –se ha visto incluso en la vida real– y siempre con mayor interés que aquí.

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