El otro día, se mencionaba en los comentarios a la crítica de ‘El inocente’, la película de Gary Fleder ‘El jurado’ (’Runaway Jury‘, 2003) por tratarse también de un thriller judicial con giros argumentales. Los guionistas Brian Koppelman, David Levien, Rick Cleveland y Matthew Chapman adaptan la novela de John Grisham sobre un juicio contra la asociación de empresas armamentísticas en el que los abogados tienen tras ellos a unos expertos en control de jurados que les asesoran a la hora de elegir a los participantes para saber que estarán a su favor. Nick Easter, encarnado por John Cusack, se verá incluido entre estas doce personas muy a su pesar.
La mayor característica del film radica en mantener al espectador durante casi todo su metraje con una intriga muy particular, ya que se trata de algo que habitualmente se da a conocer en los primeros minutos: hablo de la motivación de los protagonistas. El misterio en este caso no responde a la resolución de una incógnita que costará desentrañar y por ese motivo llevará tiempo desvelar, sino a algo que, con un punto de vista habitual, es decir, centrado por completo en los protagonistas, se podría saber desde el arranque.
Esta trampa o, si lo preferimos, decisión inteligente por parte de los autores, permite mantener la curiosidad del espectador hasta el final. Gracias a esto, una historia lineal y sumamente sencilla —que contiene muchos menos giros de los que aparenta— se convierte en un atrayente entramado. Para lograrlo, la omnisciencia será mucho mayor de la habitual y los puntos de vista llegarán a pasar de manos de unos personajes a otros más de una vez a lo largo de la cinta.
Un virtuoso montaje
‘El jurado’ está realizada con maestría, pero más hábil me parece el montaje de William Steinkamp que supone, sin duda ninguna, el aspecto técnico más logrado y llamativo de este film. Contada casi en su totalidad en diferentes paralelos y con valientes elipsis, la película cobra un ritmo vertiginoso. Steinkamp juega con la información como quiere para producir sorpresas muy efectivas —lo hace, por ejemplo, durante la de la llamada de teléfono al personaje de Gene Hackman a media noche— y compone algunas escenas que son puras virguerías de montaje, como esa primera elección de los jurados que se resuelve a toda velocidad.
Este tremendo trabajo del montador, sumado a la dosificación de la información mencionada dos párrafos más arriba, logra que una película sin apenas acción o desarrollo argumental parezca trepidante y esté cargada de tensión. No solo la motivación se esconde hasta el final, sino que incluso las intenciones de los protagonistas se desconocen hasta el minuto 50 de película. Que se tarde tanto en plantear la narración y que, a pesar de todo, esa larga introducción no aburra de nuevo es mérito del estudiado montaje.
El individuo contra el sistema
Como es habitual en Grisham, se cuenta una historia heroica de meros individuos que se enfrentan al sistema, a los corruptos, a lo establecido… el clásico David contra Goliath que tanto gusta en algunas culturas. Esa noción de las pequeñas personas que hacen que se tambaleen los cimientos del mundo que han creado los poderosos es bonita de ver y puede encenderte y contagiarte las ganas de lucha y hasta cierto optimismo. Sin embargo, no puedo evitar pensar que se trata de algo iluso, ingenuo, casi fantasioso… cercano quizá a los relatos de superhéroes ya que, al fin y al cabo, estos ciudadanos de a pie que se convierten en adalides de la justicia se han tornado, de alguna manera, en superhéroes.
Gracias a esta situación, los autores incluyen una ligera crítica política o social, en este caso, sobre las leyes que permiten la tenencia de armas. Pero esta protesta queda como telón de fondo y se enfatiza poco en ella para que el film no resulte molesto ni cause rechazo a espectadores de ninguna convicción al respecto. Es más fuerte la reivindicación del pequeño individuo que la protesta contra la asociación del rifle.
De esa decisión de guardar la motivación para el final se deriva otra de las virtudes de la película, que es mantener durante mucho tiempo la ambigüedad sobre los personajes principales en el sentido de si son buenos o malos. Esta duda crea un efecto interesante en el espectador que está de parte de personajes sobre cuya moralidad alberga dudas.
El reparto de ‘El jurado’ es espectacular. John Cusack y Rachel Weisz forman la pareja protagonista y logran superar la dificultad que se deriva de lo expuesto: no deben dejar traslucir sus intenciones y, a pesar de lo poco que conocemos de ellos, despiertan nuestra empatía. Gene Hackman y Dustin Hoffman, cada uno en su lado del juzgado, interpretan a lo que se podría llamar el bueno y el malo y ambos están perfectos en cada papel. Jeremy Piven sería la quinta pata del banco, con un papel más movible que en ocasiones toma el punto de vista.
Conclusión
Si bien la historia de partida, aquella de la que es responsable John Grisham, no deja de ser lineal, sencilla e ingenua; la forma en la que está narrada, así como todos los componentes cinematográficos a su servicio: el guion, la dirección, la interpretación, el montaje… suponen una aportación tan poderosa y lograda que hacen que parezca que nos encontramos ante un material de mucha más envergadura. El resultado, por lo tanto, es el de una película muy aparente, entretenida y llena de tensión, que se disfruta tanto por todas sus aportaciones visuales como por la manera en la que se va destramando la madeja. Podría ser la mejor o una de las dos mejores películas basadas en novelas de Grisham.
Mi puntuación: